A mi pensamiento lo mueven las pulgas

La paloma no vuela, tiene las alas rotas, remendadas,  y son de plata con reflejos de luna. Ella quiere volar y levanta una pata,luego la otra sin bajar la primera. Por un instante se siente suspendida en el aire. Desde esa posición forzada, susurra, grita, reclama  libertad, la libertad que le daba el vuelo sobre la mar negra, esa mar que se interpone entre el amor y el  firme suelo.

Si sus alas fuesen de oro, al menos podría oscurecer al sol, y aun varada en la firme tierra, podría tener el consuelo de ser un Ícaro pequeño.

No hay amores en libertad. Libertad implica el egoísmo de amarse a uno mismo y siempre querer volar, aunque sea sobre el  abismo donde se refugia el dragón de la soledad.

En mi mundo, la paloma no vuela, y ya no cree en el amor. Pero allí no hay brujos que hagan de la plata oro; tampoco amor de la falta de libertad. Yo sólo estoy allí para decirle: Paloma de plata, tú eres la luna que brilla en mis noches, aunque sean de un mundo que no existe.

Amaneció, y mi mundo anda revuelto. A la paloma se le han instalado pulgas bajo sus alas rotas. En su postrado estado, aún su sistema nervioso reacciona con espasmos acompasados. No sé si son las pulgas que le pican o que quiere ahuyentarlas. No sé qué hacer. Las pulgas, en cualquier mundo, son muy escurridizas; dan saltos inverosímiles en el vacío y se te escapan de las manos. Tampoco sé cómo amaestrarlas. Recuerdo que en el mundo real se consigue eso y luego sirven para el circo. Un día crearé un circo en mi mundo imaginario. Tendré de todo: trapecistas, payasos, equilibristas, tragaespadas y un buen número de fieras amaestradas que bailarán y harán piruetas al estallido de mi látigo. Pero con las pulgas no sé qué hacer. Aunque bien mirado, ya es todo un espectáculo ver a mi paloma moverse en lo que parece una polca, y todo gracias a las pulgas.

A ver qué me trae la noche, cuando la luna de mi mundo salga a llorar sobre mi hombro. Las pulgas, le diré, hacen reaccionar tus sentidos dormidos. No intentes matarlas, puede que sin ellas ni siquiera fueses una paloma con las alas rotas. ¿De qué te ha de servir, si no estando tú, estarían las pulgas? Habría que verlas, pidiéndome un personaje para instalarse en él, pues que renunciaría a amaestrarlas, después de perder la luna.

En mi mundo

también se cierra la noche

y no amanece.

Es como un túnel sin bocas

o sin ojos.

No recuerdas cómo entraste

ni sabes cómo salir.

Caminas a ciegas

guiado por destellos fugaces.

Tropiezas con la paloma,

y te tambaleas,

te detienes a contemplarla.

No le pides disculpas,

por romperle las alas.

La quiero quieta.

Muerta o varada

es mi luna

en la noche cerrada.

Y así, la paloma, instalada en la cabeza del autor, SU PENSAMIENTO, su otro mundo, seguirá con sus alas rotas, sus reflejos de plata, siendo la luna que da un poco de luz a sus noches. Si encontrara, al fin, la boca del túnel, quizá le cegara el sol, quizá quisiera volver a la noche, con su paloma con  tenues reflejos de luna. incluidas las pulgas.  FIN

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