Hay muchas formas de hacer el estúpido, diferente a serlo; el que es estúpido raramente reconoce que hace estupideces. Yo, por si acaso, sólo me pregunto.
Alguien pensará: este tío está majara (loco), por lo que he hecho y voy a contar.
En mi escritorio aparece imperturbable un icono de una aplicación típica de Apple: iTunes. Desde que recuerdo, mi afán fue acumular música en él, una comprada, otra pirateada. A veces abría esa aplicación, sólo por la inercia, y me contaba que el monstruo estaba allí en forma de canciones, artistas, tipo de música, las más escuchadas, etc.. También me escupía que en total pasaban de nueve mil cosas con música como motivo. Y me hacía esta reflexión: «¿en algún momento tendré el deseo de escuchar de nuevo esto, aquello, a este o aquel?» Con desdén pasaba de un archivo a otro sin tomar esa decisión que justificaba la existencia del monstruo. Y no viendo la necesidad de parecer estúpido, comencé a llevar a la papelera los que ni recordaba por qué los había guardado allí. Pero esa operación dejaba una cantidad inmensa de amnistiados, que en un principio me pareció que eran intocables. Y viendo que o todo o nada, que con ser mucho el espacio que ocupaba aquella desmesurada fonoteca, tampoco hacía peligrar que por falta de espacio no pudiese seguir guardando mierda como un Diógenes moderno; al ordenador le quedaba otro tanto de aguante.
Y sin pensarlo, sin razonarlo, como si me suicidara tirándome al vació, en edición pulsé «seleccionar todo». Comprobé que aquella mancha azul lo había anegado todo, y sin razonarlo, sin pensarlo, pulsé «eliminar todo». Desde Abba hasta Beethoven y todos los demás que esperaban ser escuchados, al menos una segunda vez, se evaporaron. En su lugar, iTunes me animaba a usar su condescendiente buena voluntad para acoger todo lo que se me ocurriera.
Me quedé pensando: «¿es una estupidez o un asesinato lo que acabo de hacer?» Si era uno u otro el caso, yo era un asesino o estúpido en serie, pues algo así había hecho con mi biblioteca.
Pero como otra forma de ser estúpido es ser trascendente, borré de mí toda culpabilidad y sentimiento de ser un estúpido diciéndome: «lo que decía en otro post»: «he de llegar a la meta ligero de equipaje.»
Y para que no vuelva a tener una pulsión irracional, debo pensar, dede ya, qué voy a hacer con los cincuenta mil folios que he escrito. Quizá alguien quiera guardarlos por mí, hasta que un día abra el archivo y se pregunte: «¿para qué?»
¡Ha!, como mi ordenador es más inteligente que yo, aún guarda todo lo que borré en «la papelera», es como si esperara que le dedicara unas exequias antes de incinerarlo. Demasiado pretencioso. Muertos para mí, aún seguirán vivos para alguien. Acabo de eliminarlos definitivamente de mi vida.