¿Adónde va la ciencia?

Que nadie tuerza el gesto, que no soy tan ingenuo como para dar una lección magistral sobre una pregunta que ya ha sido tratada por filósofos y preclaros hombres de -ciencia. ¿Adonde va la cienciaMax Planck. Prologo Por Albert Einstein, es suficientemente ilustrativo como para que yo no intente desarrollar mi propia teoría. Ni estoy preparado y ni me interesa competir con esos y otros señores/as que se les considera incuestionables genios.

Pero la pregunta está hecha, y debo darle respuesta. Es como si la pregunta fuera ¿Dios existe?, y yo, agnóstico, ante esa pregunta me encogiera de hombros y dejase la respuesta a otros que aparecen en Google desparramando sus hipótesis, tesis o afirmaciones fundamentadas en epistemologías rebuscadas con la intención de hacerlas validas, en ocasiones parecieran incontrovertibles.

Quizá hoy no es mi mejor día para llenar esta página y yo mismo me he metido en la trampa de la que difícilmente puedo salir. Pero a lo hecho, pecho, y voy a arriesgar mi prestigio de persona que no presume de saber, si acaso de comprender.

Acabo de ver la serie Marte, en Netflix. Es una mezcla de realidad documental y ficción. La realidad documental está sustentada por los hechos en torno al año 2016. Todos los hemos vivido y daríamos fe de ser ciertos. La ciencia, en esa época no lejana, ya había dado un salto cualitativo importante. La tecnología, también, sustentaba los principios científicos. Los políticos estaban obsesionados con lo que la ciencia y la tecnología les ofrecía, y ponían a su disposición los medios para que siguiera su imparable curso de desarrollo. Luego se atribuirían los méritos por lo conseguido. Y como los políticos no se hacían esa pregunta, porque sólo les interesaba las respuestas, ninguno tuvo la ocurrencia de responderse: «cuidado, nos estamos cargando la Tierra». En su lugar, se debieron decir con la suficiencia manifiesta: «Vamos a preservar la especie humana, busquemos otros planetas o lugares en el Universo que sean habitables o podamos convertir en habitables. Y tenían fácil preservar la Tierra de los avances tecnológicos, pero no, eso suponía limitar la leche que les daba la vaca, también quedar relegados militarmente de otros países potencialmente enemigos seculares. Y así, mientras quedaban exhausta la Tierra, cambiaban el clima, destruían el ecosistema, se armaban hasta los dientes, su empeño se fijo en las estrellas. Ellas tenían la posibilidad de dar continuidad a la existencia humana, si la jodían como estaba sucediendo. Ya en 2016 se miraba a Marte como objeto de deseo político, deseo transmitido a los científicos que enseguida se pusieron entusiasmados manos a la obra. Recursos ingentes para llegar a Marte, y colonizarlo. Con la mitad de esos recursos se habrían paliado muchos del los endémicos problemas que estaba padeciendo la tierra. Pero eso no daba rentabilidad ni política ni económica.

Y la serie da saltos del 2016 real al 2034 distópico (me gusta esta palabra, no lo puedo evitar). Para ese año se debe haber alcanzado la meta soñada: llegar a Marte y comprobar cuánta leche puede dar. Los ingenuos científicos buscan vida, agua, esencial para la supervivencia. Los que han puesto las ingentes cantidades de dinero para hacer posible la conquista de Marte, sólo piensan en extraer todo aquello que les interese a los grandes emporios, para los que el único dios es el dinero. Los filósofos, otrora de la mano de la ciencia, sin cuyo concurso aún no se habría inventado la rueda, Marte, así, se convierte no en un lugar para la supervivencia de la especie humana, que eso a los políticos les tiene sin cuidado, sino un recurso para suplir los agotados recursos que ofrece la Tierra como consecuencia de la ambición humana.

Y la pregunta que me hago, ¿adónde va la ciencia?, quizá no haya sido respondida académicamente, pero me conformo con no haber dicho ninguna estupidez.

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