Cuando me planteo la discusión del título, siempre me digo: ¿te vas a pasar o te vas a quedar corto? Y es que en literatura ha habido siempre una frontera que, más allá, estaba la pornografía. Pensando en cómo no traspasar esa frontera, llegué a la conclusión ( y sin mirar el diccionario de la lengua o el ideo constructivo) que «hacer el amor» es una figura retórica, porque se omite algo tan sustancial como «sexo», y la palabra amor queda desfigurada en su verdadero sentido referido al sentimiento. Así pues, rescatando algunos escritos antiguos que divulgué en foros o en mi antigua página, los incluyo aquí, porque tengo para mí que nadie ha de escandalizarse porque hable de sexo como algo natural, que si quieren mis lectores lo pueden llamar «hacer el amor». Pornografía es otra cosa.
No todo está perdido
en mis noches siniestras.
A veces mato a un dios
otras lo suplanto en su poder
vistiéndome con su piel
y hago de mi capa un sayo.
Las vírgenes vienen a mí,
auténticas núbiles
que me adoran como a un becerro
por mis atributos incansables
en cópulas infinitas
de orgasmos boreales.
Me bebo mi sangre
para alimentar mi lujuria.
Y destruyo mundos mal hechos,
mujeres que engendran monstruos
y hombres que me hacen sombra
desde los atrios de los templos.
Los animales reptan hasta mi boca,
me desparasitan y me dejan aseado,
y ángeles, con sus alas, me abanican las ingles.
Son momentos de sueño plácido.
Todo está bajo mi control,
menos los sueños de madrugada,
las pesadillas de estar despierto.
Estaba semidormido, mi miembro erecto hasta el dolor.
Mi mano se deslizó a tientas entre las sábanas y se encontró con tu cuerpo.
Te acaricié el muslo de abajo a arriba, sin detenerme, y te volviste de espaldas, aún dormida.
Introduje mi pene entre tus piernas, buscando alivio a su impaciencia.
No te movías, no me rechazabas, no te despertabas y lo dirigí a tu interior.
Si fue natural o antinatural, no lo pude apreciar; era húmedo y cálido.
Entré, salí, acompasando envestidas y retiradas con tracciones suaves de tus pechos.
Quise permanecer dentro de ti para dejarte mi presente en el fondo de tu deseo.
Luego, me retiré despacio, y espalda contra espalda, me dormí.
Cuando nos despertamos, te pregunté: ¿Has dormido bien, mi amor?
Me respondiste: No, he tenido una pesadilla: alguien me violaba, y no podía impedirlo.
No te pude explicar que, en ocasiones, el violador tampoco consigue imponerse.
EL POETA INCONTINENTE
I
Ven a ese bosque sombrío
de suelo musgoso y blando
y cúpula sin amaneceres.
Te amaré como el árbol a la tierra
que la penetra para acercarse al sol.
Te convertiré en sangre nueva
que correrá por mis venas
hasta saciarme de locura.
Del espasmo de la creación,
que rociaran de perlas el ambiente.
Algunas se posarán en tu boca,
otras en mi boca ardiente.
Y sin saciar nuestra sed
beberemos hasta un amanecer
que no llegará nunca.
Ven a ese bosque sombrío,
donde nos espera el lecho
sin estrellas que nos guiñen cómplices.
Nuestro mundo no será su mundo.
Nos bastamos para iluminar la noche
con las luciérnagas de nuestro desvarío.
II
Sí, será aquí, ponte cómoda
relajada y oferente,
desabrocha tu blusa, baja esa falda,
libera tus pechos y que rompan el frente
de tu avanzada hacia mi pecho.
Deja que te tienda en este tálamo
los ojos tornados, aleteando el suspiro.
Yo extenderé una manta que cubra tu cuerpo
con mi cuerpo caliente .
Abre las piernas, ni mucho ni poco
que sea como el surco blando y jugoso
donde mi arado abra la entraña
que mejor se acomode a su perfil.
Te sembraré de placeres
que violarán el silencio,
y en tu cuerpo arqueado y tenso
la flecha que apunta al infinito,
por un instante ahogará el grito
de tu alma que se escapa.
Y en las fuentes, en los ríos
que alumbremos al unísono,
beberemos para que nada se pierda
entre las hojas muertas de nuestro lecho.
Sí, demasiadas palabras
y aún nada hemos hecho.
Cerraré la boca
y que hable el deseo.
III
Pero, ¿cómo? ¿Yo el poeta
renunciando a las palabras,
alas de mi sentimiento,
y que yazca contigo, en silencio?
¿Tú sólo me anhelas
como un simple hombre, sólo cuerpo?
Soy el verbo de la carne,
el espíritu irredento que fallece
haciendo versos.
¿Cómo podría dejar este acto,
que sueño en todos mis sueños,
sólo a merced del deseo?
Yo, poeta, no puedo.
Un sueño es algo etéreo,
y como el aire que se siente
cuando se convierte en viento,
esa es mi palabra,
el sonido del silencio.
Por favor, no te vayas
y siente como yo siento.
(JDD 2003)