Ana y el sexto sentido

Ana era una mujer feliz, quizá porque era autosuficiente. No contemplaba compartir su vida con otra persona. Sabía lo que quería, lo que podía hacer por sí sola y dudaba que los demás la ayudaran a obtenerlo.

Veamos 24 horas de Ana y convengamos que podía tener razón.

Inquietudes. Ana no tenía inquietudes insuperables. La trascendencia de su vida se limitaba a sentirse viva.

Amistad. Ana era amiga de sí misma, nunca se traicionaba. Hablaba sola y se respondía siempre en conversación informal consigo misma. En casa, de `paseo, de compras, al cine,,, Ana siempre tenía a Ana por compañera. A veces discutía consigo misma, se reía de sus ocurrencias o se preguntaba por cualquier cosa que precisara de respuesta. Y siempre era coherente, pues en cualquier circunstancia quedaba autocomplacida.

Comida y vestido. Ana no comía como los demás ni vestía como los demás. Ana sólo comía una vez al día, esta practica la mantenía saludable, y comía hasta saciarse todo aquello que le apetecía. Usaba del vestido como una segunda piel, de forma que sintiera la caricia al roce con el mismo. No se compraba ropa, su armario era muy simple y básico, ella misma lo confeccionaba. No usaba ropa intima, lo consideraba superfluo.

Sexo. Ana estaba plenamente satisfecha, a sus 25 años las exigencias las tenía controladas. Sospechaba que procurarse satisfacción sexual con otra persona podría tener limitaciones y efectos adversos. Ana disponía de un vibrador de última generación, se lo enviaron desde Japón. Al acostarse se lo colocaba entre las piernas, una especie de ventosa se adaptaba a su clítoris, El artilugio estaba programado para ponerse a funcionar cuando Ana le transmitía un ¨ponte en marcha, algo así como hace la Siri cuando te pregunta qué puedo hacer por ti. Después del placentero orgasmo, Ana se dormía sin pesadillas.

Se gana la vida escribiendo artículos para revistas, es la única concesión al mundo del que usa sin ser usada. Su producción literaria es equilibrada a sus necesidades de ingresos para vivir. Editoriales de prestigio le han propuesto que escriba algo más serio, una novela, un ensayo, hasta guiones cinematográficos. Siempre Ana ha declinado la sugerencia.

Ana ha cumplido 70 años. Su vida ha sido una rutina sin alteraciones notables; no había hecho nada para que éstas se produjeran. El vibrador hace unos años que se estropeo y Ana ha decidido no reemplazarlo por una oferta que le ha enviado la empresa que se lo vendió. Ya no se hace vestidos de tacto suave, ha aumentado de peso, pues come más de lo necesario. No sale de casa, sigue escribiendo para vivir, aunque sus escritos ya no están bien pagados como cuando era joven, lo compensa escribiendo doble y sobre cosas que ya no la motivan, siguiendo las exigencias de sus clientes.

Ana piensa que ya ha llegado a término, que en cualquier momento dejará este mundo, pero está satisfecha. Asegura que ella ha sido dueña de él, no la obligó a seguir sus normas, cuando lo deje, no sentirá nostalgia por el pasado, todo sucedió en su momento y se acabó igualmente.

Y yo, que he creado a esta criatura, me pregunto si ha sido una traición de mi subconsciente. Quizá me hubiese gustado emularla, pero no tengo seguro que la empresa de efectos eróticos tuviese algún aparato adaptable para mí.

8 respuestas a «Ana y el sexto sentido»

  1. No desfallezcas. Quizá existe ese artilugio versión caballero español. Por tanto, el gozo estará a la vuelta de la esquina, ahí donde uno menos se imagina. Tu historia de vida tendrá un parteaguas: antes de los 80 y despues de éstos. De haber sabido antes que, tu felicidad estriba actualmente en tal estado de gracia, me hubiese empecinado en comunicarme con Amazon, Ali Baba, Mercado libre, etc. Nada hubiese obviado en aras de que, no te retires del único mundo conocido, con una sonrisa real pintada en tu serena faz. Y lo digo con certeza.

  2. El ser humano es un ser sociable, esa vida que describes de Ana es insulsa, dime, ¿Qué dejará a su partida? Ni un hijo, ni un libro, ni un amor que la recuerde, es una vida sin trascendencia. Pienso que el destino final del ser humano es trascender.

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