Así lo conté II

Antonio, o cómo se explica

Antonio, habiendo constatado que la dueña de su amor, debía llevar tiempo deseándolo sin que él se apercibiera, sufrió un lacerante desengaño. Antonio era un hombre singular. Cualquiera podía haberse sentido feliz por tal coincidencia, pues nada hace sufrir más al enamorado que la incertidumbre por la posible no correspondencia del mismo sentimiento en la mujer amada. A él le debía parecer, que no era lo mismo provocar amor en la joven con aquel poema hecho para ella, que haber provocado inconscientemente ese sentimiento con poemas a otras mujeres innominadas.

La juventud, intocable para él, de su amada, nunca le permitió ni siquiera pensar en ella a la hora de inspirarse. Sentía como si la manchara con su inclinación secreta. Él hacía sus poemas impulsado por una afición literaria, mecánica y artesanal, lejos de una motivación sentimental concreta. Su lirismo sólo era el exponente de una sensibilidad de carácter universal, como si fuese preciso humanizar el Cosmos  para sentirse parte de él. Lo otro, el amor, sólo era la consecuencia y no la causa, como lo era todo su espíritu al considerar íntimamente amadas todas las cosas de la creación. Aquella joven era también una cosa íntima, a la que él amaba,  pero que, como otras muchas cosas, no le era permitido disfrutarla, y por eso la padecía. Cuando decidió escribir aquel poema para ella, él sólo quería que lo leyera, y que a partir de ese instante, ella lo amara por aquel poema y no por la empatía que se genera entre las mujeres cuando un hombre es sujeto pasivo de amor múltiple y que termina degradándose en deseo irrefrenable. Sentirse objeto de deseo confeso, suponía para Antonio romper las leyes que él mismo se aplicaba en relación a los demás. Si todas las cosas interactuaran a golpe de deseo, el cosmos se desintegraría en segundos. Era preciso mantener el equilibrio entre los deseos y la propia reserva espacial de las cosas en su individualidad.  Cuando la joven le insinuó la atracción que ejercía sobre ella, sólo por unos poemas artesanales, Antonio sintió que nunca podría generar amor por sí mismo. Y parte de sí mismo, era aquel poema escrito para ella y que ella hizo inútil.

Claro, caben otra interpretaciones: como que Antonio era impotente y temía ser descubierto; o que el asunto con la precoz joven se le podía escapar de las manos; o que era tan estúpido, que desaprovechaba las ocasiones; o que sólo quería probar sus posibilidades de seducción cuando a él le parecían difíciles, si no imposibles; o que… Pero cuando alguien es como yo, no se le ocurre otra cosa.

(JDD2003)

 

Encuentro del primer hombre con la primera y mujer y lo que vino en suceder. Génesis apócrifo

Dios no podía crear un homónimo para hacerle compañía por temor a que terminara suplantándole. Su angelar, especie de palomar de ángeles, no es que le diera satisfacciones divinas, pero le entretenía. Jugando con barro, le salió una cosa que mejoraba en aspecto a los animales. Por curiosidad, le infundió un poco de su espíritu, no mucho, y aquella cosa comenzó a moverse. Ahora sabemos que aquella cosa era el primer hombre. Pero Dios lo vio solo, con cara de no saber qué hacer, y se dijo: «No es bueno que el hombre esté solo».

Como Dios era muy ocurrente, en lugar de tomar más barro,  tomó una costilla del primer hombre y con ella elaboró algo que se parecía. A esta cosa, que se sepa, no le infundió su espíritu, como al primer hombre; sólo le dijo: «Muévete y habla». Pero como la tierra, previamente creada, era muy grande para sus dos criaturas, hechas (al decir de escritos muy antiguos), a su imagen y semejanza, les dijo lo mismo que a los animales y a las plantas: procread y multiplicaos. También les dijo más cosas que no vienen ahora a cuento. Cuando el primer hombre vio a su compañera, hueso de su hueso, él, observando lo que tenía delante, dijo: «Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne». El caso es que, teniendo que cumplir con el mandato del Señor, sin que el Señor le hubiese dado un prospecto junto con la compañera, tuvo que arreglárselas  para hacer de la necesidad virtud, ¿cómo? Ya por entonces, Dios había creado los animales. El hombre se pasó mucho tiempo observándolos. Como todos iban desnudos, sin avergonzarse, pudo ver un detalle: los animales se juntaban por detrás. Observando más detenidamente, vio que los que tenían una cosa como él, le introducían ésta por algún agujero que tenían los que no la tenían, como era el caso de su compañera.  El hombre no es que dedujera que había que hacer aquello que hacían los animales para procrear, lo que pasó es que quiso imitarlos. Viendo a su compañera entretenida recogiendo flores,  el hombre se acercó por detrás y se pegó a ella. Su compañera se asustó y le preguntó: «¿Qué haces?» Él no supo qué responder. El caso es que aquel encuentro les gustó a ambos y lo repitieron. Pasaba el tiempo y se preocupaban de no haber tenido descendencia, como el Señor les había mandado. Decidieron, entonces, consultarle a Dios cómo debían hacer para lograrlo. Dios les dijo: «Observad a los animales que os he dado, y haced como ellos». «Ya lo hacemos, Señor, si te refieres a juntarnos por detrás», le dijo el hombre. «Bueno, a ellos les di instinto y el instinto les guía al lugar correcto. A vosotros os di la capacidad de tomar alternativas, usadla». Y fue así que el hombre y su compañera, al cabo del tiempo, tuvieron el primer hijo. No obstante, la toma de alternativa fue en ellos una constante; unas veces por detrás, otras por delante.

(JDD 2003)

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