Hoy, dicen los papeles, las teles, las radios, que has muerto a los 55 años, Carlos R. Zafón. Algunos lo supieron antes: familiares, médicos, enfermeras, justo cuando el encefalograma dibujaba una linea plana. Ya ves, yo te hablo como si estuvieses vivo. Te he acompañado hasta mis estanterías repletas de libros olvidados. Mucha veces posé mis ojos sobre los lomos de aquellos libros que ya carecían de sentido para mí. Estaban allí porque los retuve el día que cambié de casa y regalé la mayoría a la Biblioteca Municipal. Pero la noticia de tu fallecimiento hizo que volviera a los que aún servían para que se posara el polvo y diera a mi escritorio esa imagen de lugar propio de escritores o simples lectores, también un poco de sello intelectual a su propietario.
En dos filas para para aprovechar el espacio, los libros permanecen silenciosos; los de la primera fila, mostraban sus títulos, todos recordándome qué contenían dentro. Habían pasado años sin que volviera a sacarlos de su reposo. En la segunda fila, seguramente otros tantos títulos que no podía recordar ni tuve curiosidad por la razón de su existencia en mi biblioteca; sus títulos permanecían ocultos por los situados en la primera fila. Unos y otros eran libros olvidados en mi pequeño mausoleo de libros que parecían haber dejado de existir, como cualquier cementerio y sus moradores.
¿Por qué te coloqué en la primera fila? No lo sé, puede que por tu formato de libro «gordo» de 580 páginas, encuadernación cuidada. Quizá porque te comencé a leer y nunca terminé de leerte. O porque estabas de moda y no paraban de salir nuevas ediciones. Probablemente porque te coloqué allí por casualidad: La Sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón.
Y lo he exhumado para que hoy tu libro no sea un libro en el cementerio de los libros olvidados. Estarás ahí, a mi lado en el escritorio, invitándome a que te abra y te lea. No será por mucho tiempo, quizá no termine de leerlo, eso no será porque «La Sombra del Viento» no despierte mi curiosidad, sino porque yo también formaré parte de algún cementerio y del que nadie se acuerde.
Jaime Sabines dijo ‘ siempre he sabido que nací con la muerte untada a la plantas de los pies’ y si, yo también lo sabía pero lo olvidaba a veces. ¿ Cuándo? cuando me sentía alegre, estaba enamorada o muy entusiasmada.
Luego encontré a Elías Nandino :. ‘ La muerte es alzar el vuelo, sin alas, sin ojos, sin cuerpo’. Y me sentí feliz. Nunca podría volar en este plano.
Finalmente llegó Neruda: ‘ muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones…quien no gira el volante cuando está infeliz con su trabajo o con su amor…
quien no huye una vez al menos de hacer lo sensato….’
Entonces entendí;. dejé de leer y comencé tan solo a vivir…