Confesión que nada cambia

 

Extraigo esta pieza que escribí en 2003 del bosque impenetrable en el que se está convirtiendo este blog  Por entonces mi exposición universal en varios foros literarios, con cientos de participantes, era como estar en un campo de minas. Estabas sometido a las críticas más feroces, también a los halagos. Pocas veces me cuestionaban el fondo, a menudo sí las formas. Hoy, que releo lo que sigue, me digo: José, has querido ejercer de escritor, ¿que cojones querías, transitar siempre por un prado de margaritas? Si algo se te puede censurar como escritor es no haber escrito aún algo que sea de juzgado de guardia. Tomo nota.

ESCRIBIR ESTUPIDECES

A veces el escritor debe sentir hastío de tanta circunspección como se le exige. Y esa exigencia determina que no sepa si es un mercenario que se aviene a satisfacer al lector o es un requisito imprescindible para ser escritor. Cuando, en ocasiones, he leído estupideces escritas por algunos, confieso que censuré al autor por su falta de respeto a sus lectores potenciales, entre ellos a mí. Ayer quise sentir en mis propias carnes esa censura de mis lectores. Pareciera un burla para quien esperaba de mí cualquier cosa, pero en el tono exigible del escritor que quiere decir algo más o menos nuevo, que quiere, con palabras, crear un cuerpo estético. Censuramos con frecuencia a los pintores que abusan del estilo figurativo; nos parecen, cuanto menos, unos burlones que no saben pintar,  y sólo se lo permitimos si detrás ya han dado muestras de ser unos maestros. Ellos, en una eventual exposición de sus obras, jamás estarían dispuestos a explicar sus enigmáticos cuadros. Yo, aún, no he sido considerado como un maestro en esto de escribir, y tampoco sé quién me debe otorgar esa credencial. Por eso, tengo la sensación de que ayer convertí mi creación en una burla a mis lectores, cuando no era ese mi propósito. Si en mi currículo figurara el reconocimiento de premios literarios importantes, records de ventas, homenajes, mi anterior llámese como se quiera, quizá por algunos fuese considerado una genialidad, sujeta al microscopio de la interpretación esotérica. Como nada de eso que menciono me avala, lo que procede es considerarlo una estupidez, y no una burla. Lo cierto es que fui consciente de que era una estupidez, y si alguien lo consideró un burla, me estaría halagando con la capacidad, difícil, de ser un escritor satírico. En cualquier caso, hoy aprecio el silencio de alguno de mis lectores como un castigo merecido.
(JDD 2003)

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