Cosas que pensé

Ayer, cuando ya no esperaba tener que exclamar “¿por qué?”, recibo tu postal. Un paisaje en otoño. Bello, sin duda. ¡Qué hermosa primavera debió haber en aquel lugar! ¿Lo pensaste bien antes de elegirlo? En ese paisaje encontré un no sé qué de expresiva nostalgia; todos los otoños hermosos son nostalgia de aún más hermosas primaveras, de exultantes primaveras llenas de oferta. Sin embargo, no tenía que ver con nosotros, y bien que lo siento. Quizá no fue tu propósito simbolizar otra cosa que lo que pudo ser y no fue. Sí, así es. Nosotros no tuvimos primavera, o no tuvimos una primavera que hiciera honor a su nombre. Lo nuestro fue una primavera atípica, como esas en las que nada florece a su tiempo por las bajas temperaturas, por las tormentas que se suceden, porque la tierra no estaba bien abonada. En esas primaveras, que no sé cómo llamarlas con propiedad, no nacen los tallos que anuncian el esplendor previsible de las auténticas primaveras. En nuestra atípica primavera, nada brotó y floreció para embellecer nuestro tiempo; no recogimos ningún fruto con el que mitigar nuestro hambre; no preparamos ningún otoño bello y nostálgico, como el de tu postal. Y me pregunté por qué. Pero cuando nada de lo que he deseado sucedió, invariablemente me contesto: Y yo qué sé. Y yo qué sé, por qué no pudimos tener una hermosa primavera y esperar un bello otoño. Ahora, refugiado de mi invierno, sólo miro por la ventana la llegada de una nueva primavera. ¿Llegará? ¡Ay, dios! Y yo qué sé, querida, y yo qué sé.
(JDD2002)


Te amo, Ausencia. Es mi mente la que te ama, Ausencia. ¿Sabes que te siento a cada momento? ¿Sabes, Ausencia, que te doy todo, que me das todo y no siento hartura? ¿Sabes, Ausencia, que no hay tiempo muerto entre nosotros, que nos amamos día y noche? ¿Y sabes, Ausencia, que te prodigo caricias sin fin, que recorro la geografía de tu piel con mi lengua como un colibrí una flor, y como él libando tu miel? Ay, Ausencia, qué milagro que mi cuerpo nunca parece cansado, hastiado… que te poseo una y otra vez en plenitud, con todos los sentidos sublimados en el interior de tu cuerpo incandescente. Y tú, Ausencia, me correspondes con nuevos desafíos. Me pides nuevas formas de amarte, nuevas formas de sentir gozos en los platos del deseo. Y yo siempre tengo hambre, Ausencia. Y tú pareces no hartarte, Ausencia. Ay, Ausencia, qué hermosa eres. Y yo no siento vergüenza de mi cuerpo. Y no me siento viejo sino joven. Y no me canso de quererte, Ausencia. ¿Podría ser lo mismo contigo, presencia? ¡Ay, señor, y yo qué sé!
(JDD2002)

Perdona, mi amor. Tengo que confesarte que ayer me fui de putas. No, no fue porque no estabas y lo necesitaba, ¿me comprendes? No, tampoco fue por disfrutar de la experiencia de estas mujeres, cansado de la rutina. Mucho menos por despecho al ver que tú últimamente me rehuías. Ni porque me atraía transgredir el sagrado principio de fidelidad. Por supuesto que tampoco porque ya no me atraigas; porque estás gorda, los pechos caídos, por tu dentadura postiza inestable, porque no te duchas cuando nos acostamos, porque te huele el aliento, porque casi no tenemos cosas que decirnos… Me fui de putas, mi amor, porque necesitaba que alguien fingiera que me amaba; que se excitara haciendo el amor conmigo, aunque fuese mentira; que no le diera repugnancia mi pene, aunque lo disimulara; que no hiciese alusiones a mi vientre prominente, aunque lo pensara; que no rehuyera mi boca, aunque quisiera; que me encontrara un buen amante, aunque no lo sintiera… Yo, mi amor, necesito de esas mentiras, y tú ni siquiera tienes ganas de mentirme. Por eso me fui de putas, mi amor. Y yo qué sé , por qué no te miento ahora..
(JDD2002)

Hoy no se me ocurre nada. Me he pasado toda la mañana espantando cuervos que revolotean sobre mi ventana. No sé si piden que les lance un pedazo de carnaza o esperan verme muerto para cebarse en mí. Siempre pensé que los cuervos eran unos pájaros hermosos, soberbios, tenaces, poderosos, con ojos capaces de desafiar al sol y alas que podían con los huracanes. Cuando los veía estáticos, posados sobre los aleros de las casas o los cables eléctricos de alta tensión, oteando el cielo en busca de una presa, me parecían unas criaturas formidables. Mi corazón se aceleraba cuando los veía desplegar las alas y, en un impulsó de ballesta en tensión, lanzarse al espacio para apresar una paloma. Observaba, entonces, la no lucha de la paloma para zafarse de las garras y del pico de su poderoso enemigo. La paloma no se enfrentaba; algo le decía que no podía medir sus fuerzas con el cuervo, y por unos instantes, cambiaba súbitamente de rumbo, arriba, abajo, transgrediendo todas las leyes del vuelo de las palomas, pero, finalmente, el cuervo hacía presa en ella. A veces, unos pájaros pequeños y ruidosos, mucho más pequeños que el cuervo y la paloma, parecían salir en defensa de ésta y hostigaban al enemigo común hasta hacerle perder el control de su objetivo único: la paloma. Y el cuervo, desorientado, volvía a los aleros o al cable eléctrico de alta tensión, se posaba y volvía a otear el cielo.
Me he desviado de los cuervos revoloteando sobre mi ventana. Nunca los había visto actuar de esa forma. Pero como hoy no se me ocurre nada, tampoco sé pensar por qué lo hacen precisamente hoy.
(JDD2002)

Voy teniendo respuestas y cada una de ellas parece eliminar un «yo qué sé». Un yo qué sé es una expresión de una desafortunada actitud: permanecer inerme ante los acontecimientos, ante los deseos que se marchitan en la impotencia voluntaria. Un yo qué sé es encogerse de hombros, una actitud que no es de cobardes ni de héroes, sino más bien de desahuciados de la vida, personas que se dejan sobrepasar por todo lo que, paradójicamente, les interesa. 
Pero decía que iba teniendo respuestas; respuestas, sin embargo, que sumen mi vida en el vértigo de lo inevitable.
(JDD2002)
Alguien dirá: «En medio de esas preguntas sin respuesta suceden cosas, y hay que vivirlas sin llegar a la desesperanza»
Sí, tratando de conformarse. Mi soliloquio anterior habla del sentimiento trágico de
la vida. Hay un momento en la persona que se pregunta. Si su reacción es
» Qué sé yo» y sigue el camino azaroso que la vida le presenta, sin sacar
otra consecuencia, esa persona se instala en el conformismo. Si sucede que
en un momento más tarde recibe respuesta a un «qué sé yo», tiene dos caminos:
acomodarse a esa respuesta y «vivirla», o vivir otras certezas, y otro camino es proyectar el
sentido de su vida a un destino trágico. Lo «inevitable», entonces, deviene
el último fin al que está avocada la persona, del que no puede escapar. Lo
que la gente hace, por lo general, no es otra cosa que eludir, como sea, esa inevitabilidad.
(JDD2002)

Querida mía. Según venía, en la radio del coche escuche que tendremos un huracán encima de nosotros, a más tardar mañana por la tarde. ¿Tú sabes qué es un huracán? No, no es lo mismo haberlo leído en los libros o visto en las películas, siempre lejano a nuestra realidad. Un huracán puede ser la causa de las mayores desgracias, sí. Pero no son las desgracias en pérdidas materiales o humanas de las que quiero hablarte. Un huracán, ante todo, es una descarga de ira del Dios en el que crees. Pero no trates de comprenderlo. Para ti que crees en él y para mí que no creo, esa es la verdadera tragedia. Tú, que crees en el Dios bondadoso y justo, nunca comprenderás por qué nos hizo tanto mal; te sentirás culpable toda tu vida, sin saber exactamente por qué lo has enfurecido de esa forma, enfurecimiento proporcional al castigo que nos ha mandado. Vivirás siempre temerosa, siempre escudriñando al cielo en busca de señales y presagios. No sabrás discernir entre el bien y el mal, por cuanto él no te señaló tus culpas, como haría un juez. Te cambiará la sonrisa por un rictus de amargura cuando el huracán haya pasado y de nuevo salga el sol. Porque, entonces, querida, pensarás en su crueldad y no en su justo castigo, cuando la luz que te envíe ilumine el escenario de nuestra tragedia. Y odiarás todo por ello. Mi tragedia, querida, será por motivos bien distintos, porque ya no serás la misma mujer a la que yo amaba.
(JDD2002)

Anoche tuve un pensamiento entre ceja y ceja, 
la nariz crecida como mástil tumbado, 
supurando agua densa por el extremo libre. 
Y en los pliegues de aquella cosa sonrosada, 
con perfúmenes no catalogados, 
me sentía como explorador del misterio por descubrir. 
Los impulsos iban y venían, 
acompasando los suspiros por llegar al fondo. 
Cuando la fronda se abrió, 
mi pensamiento se retiró a un lado, 
dejando libre el paso a la insensata conquista. 
Llegué a los confines donde se labra la vida 
y rocié generoso aquel mundo inhabitado. 
Me retiré exhausto al lecho de plumas 
y fumé un cigarrillo en señal de sosiego.

(JDD 2002) 


Qué me importa a mí esa aurora de los cielos. Llevo toda una vida buscando la aurora de mi alma y aún no he pasado del carmesí como contraste del negro. Es la bandera de la sangre y de la carne. Si no soy más que eso, todas las auroras me son indiferentes. 
(

JDD 2002) 


¡ Levántate, cabrón! Acércate a esa rosa sin romperla. Aspira hasta que llenes de su perfume todo tu cuerpo. Verás que la vida tiene al menos olor. ¡Levántate, cabrón! Acércate a esa rosa sin romperla. Lame el rocío de sus pétalos. Verás que la vida tiene al menos sabor. ¡Levántate, cabrón! Acércate a esa rosa sin romperla. Abre tus ojos y contempla. Verás que la vida tiene color. ¡Cabrón, has roto la rosa! 
(JDD 2002)

¡ Mendigo asqueroso! No puedo soportar tu visión, ahí, postrado en cuclillas, con la mano tendida, mostrando la mugre, uñas largas y negras, una mano inerte. Y esa barba que te nace sin ganas. Y esos ojos que parecen no mirar nada. Y esos pies descalzos, ensuciando el pavimento. Y ese olor nauseabundo que atrae a las moscas coprófagas. Y todo tú, desecho humano. ¡Qué imagen tan deprimente! Si no me causara repugnancia tenerte de cerca, te preguntaría: ¿qué comes, qué bebes, cómo duermes, qué piensas de tu existencia, qué sueñas, cómo amas, viajas más allá de la ciudad donde te pudres, crees en algún dios redentor; has leído alguna obra maestra, escuchado una sinfonía, visitado un museo de pintura; sabes qué es Internet, una lavadora automática, un microondas, un frigorífico, un colchón anatómico, after shave, desodorante? No, no quiero tú respuesta; sé que me dirías: Deme una limosna o déjeme en paz. Y yo habría de responderte: Mira, al menos puedes disfrutar de algo que yo no tengo: paz. Te odio más, por eso. 
(JDD 2002)

Pongo mi ego a navegar con entusiasmo juvenil. Es una locura. En los procelosos mares donde las olas se llaman ondas, mi ego se siente, en principio, mecido en la cresta de su vanidad. Pero esos mares están infestos de sirenas y otras bestias insaciables o insaciadas. No hay tiempo para la autocomplacencia. Mi ego se ve acosado de inmediato por el exceso. El exceso para el ego es tan nefasto como el sexo desmedido para el cuerpo-carne. Pronto se ve manejado, ensalivado con una mezcla de miel y de secreción digestiva. El ego se siente inmerso en un plasma que lo fagocita. Es el momento de plegar velas y poner rumbo a puerto seguro. Y la mejor forma de protegerse, es silenciarte y parecer estúpido, porque si abres la boca, lo más seguro es que lo seas. 
(JDD 2002)

Pero, sea porque pareces estúpido o lo eres, el ego no se va a conformar con ese acto de heroísmo. Le importa un rábano lo que yo decida hacer por una cuestión de dignidad. La dignidad es enemiga del ego y éste tratará de aniquilarla. En esta situación, mi dignidad se parapeta detrás de mi voluntad, que aún se mueve bajo impulsos racionales. 
Y así, con esa prevención de autodefensa, dejo que mi ego duerma el sueño del escarabajo, que imagina la Tierra como una gran bola de mierda. A fin de cuentas, si todo es mierda, nada puede al ego satisfacer más, que soñar que toda la mierda puede ser suya. Mientras tanto, pienso que mi dignidad está a salvo, lo que no es poco, en un mundo de mierda. 
(JDD 2002) 


Soy un conformista con el hecho y un rebelde con la palabra. Quisiera tener el valor de retorcerme los testículos cuando grito; al menos sería coherente. Y es que mi grito es una puerca metáfora. Pero no puedo. Otra vez el ego me dice, ¡escribe y calla!. Y yo, dócil, busco la palabra luminosa al vuelo, la hago mía, le sonrío con expresión feliz, y, finalmente, le doy al tan-tan del teclado para inmortalizarla sobre mi miseria. Debería reventar de indignación.
(JDD 2002)

Arlequín, préstame tu vestido. También tu gorro y cascabeles. Y tu máscara negra. Vestiré de colores la sombra. Con el gorro simularé una cabeza. Y los cascabeles para llamar la atención. Ojos que miran detrás de la máscara. Luego, yo, arlequín, saldré a la calle, haré muecas para satisfacer al público que me observe. Bailaré y daré saltos y cabriolas para que los niños me sigan, y haré que todos se burlen de mí. Y cuando llegue la noche, te devolveré tu vestido, tu gorro, tus cascabeles y tu máscara. Habré, al fin, conseguido un sueño: que se burlen de mi mala sombra. 
(JDD 2002)

Mujer hermosa, préstame tu piel. También tu vestuario. Y tu dulzura. Vestiré con todo ello mi cuerpo. Y saldré a la calle para ser deseado. Probablemente seducido. Quizá poseído. Si todo eso se cumple, durante nueve meses quiero engendrar esperanza. Y que luzca como mil soles para la humanidad. Luego, te entregaré tu piel, tus vestidos y tu dulzura. Y ya no podré ser sino el hombre que espera en las tinieblas, a que todo se cumpla según mi sueño. 
(JDD 2002)

Paloma, arráncame el alma. Tómala en tu pico. Vuela alto. Y cuado más brille el sol, muéstrale la tierra y dile: «Te voy a soltar, y cuando llegues abajo, podrás entrar en cualquier animal, incluido el hombre, y tomar posesión de su cuerpo desplazando su propio alma. Podrás hacerlo con quien desees, excepto en el cuerpo que abandonaste, porque para ser lo mismo, no me habría tomado tantas molestias». 
Así fue mi sueño, y cuando desperté, tuve el presentimiento de haber perdido mi alma.
(JDD 2002)

Suponiendo que lo que mi inconsciente configura a través de los sueños es, al menos, premonitorio de lo que me puede suceder, si yo tuviese la opción de que mi alma pudiese abandonarme ¿qué quedaría de mí? No hablo, ahora, de la muerte, sino de la hipótesis de tener un alma autónoma del cuerpo, que en un momento dado quisiera abandonarme. Se dice de la persona cruel, mala en general, que no tiene alma, como si el alma fuese el motor del bien. Me planteo, entonces, cuántas veces yo no he tenido alma o si teniéndola, ésta ha sido superada, anulada por otro motor antagónico que me impulsó a hacer el mal. La respuesta lógica, que no racional, dentro de la hipótesis que barajo, sería que yo he hecho el mal tantas veces como en mí se ha planteado la lucha entre el bien y el mal y ha ganado este último. Y el que yo piense en todo esto, ¿qué papel me reservo yo a mí mismo, la otra parte que no soy alma o contra alma? También aquí la lógica respondería que el resto de mí sólo es el campo de batalla. Llegado hasta aquí en mi razonamiento sobre una hipótesis, tengo que decidir si la acepto o la rechazo. Y, ¡maldita sea!, lo trágico es que no tengo una tercera opción. Me viene a la memoria enseñanzas lejanas de una religión que abandoné: «A partir de la resurrección de los muertos, todos vivirán eternamente, con los mismos cuerpos y almas que tuvieron». Y no puedo menos de sentir un escalofrío. 
(JDD 2002)

Ayer, mientras presenciaba la nueva edición de Operación Triunfo, pensaba en la terrible circunstancia por la que atravesaron mas de 80.000 aspirantes a ser elegidos para la gloria. 
» Gracias, no es lo que buscamos». Clavaba mi atención especialmente en los gestos que afloraban de los chicos y chicas al oír la sentencia. Rictus contraídos, congoja, y hasta una cierta expresión ridícula. Sin embargo, cuando la sentencia era «Pasas a la siguiente fase», la expresión de los afortunados era una mezcla de risa y llanto por la suerte inesperada, y un balbuceante «Gracias, muchas gracias». Y entonces, yo me relajaba. Previamente, el corazón de los aspirantes frente al jurado encargado de la selección, debió alcanzar frecuencia de latidos cercanos al colapso. Ante esta sumisión de la personalidad, de unos y otros, al destino inexorablemente fijado en una sentencia, yo me sentía contraído, acongojado, a mitad de la risa y el llanto, haciendo mía la frustración o la suerte. Mi corazón se aceleraba esperando el veredicto. Es una anécdota, pero es también un síntoma de mi propia impotencia. Porque en cada uno de esos chicos, yo también me presentaba ante el veredicto de mi propio destino. Y me preguntaba a continuación, con sentimiento de rabia, quién o quiénes tenía yo enfrente con atribuciones para fijarlo. 
(JDD 2002)

Tengo el mismo sentimiento por un perro vagabundo, famélico y llenos de pulgas; o por una paloma con un ala rota; o por una árbol que muere de sed; o por un río que arrastra detritus humanos; o por un cielo enloquecido por culpa de la contaminación, que por una persona buena. Porque una persona buena es como un vagabundo en la soledad del mundo, famélica de recompensas, comida por los espureos intereses ajenos; porque es un ser roto en su voluntad soberana, anclado a los demás, que le impide emprender su propio vuelo; porque la veo muriendo de amor; porque arrastra todos los males ajenos queriendo llevarlos a un mar de aguas limpias; porque está enloquecida por su mesiánica condición. Una persona buena es un insulto para esta sociedad, esta humanidad. Y yo, que afortunadamente no me siento parte de esta sociedad, de esta humanidad, puedo, sin mentir, declarar que tengo ese sentimiento. 
(JDD 2002)

Lejos de tu cuerpo: formas, ojos, sexo… 
Lejos de tus afanes: cotidianidad, anhelos, frustraciones, alegrías, tristezas. 
Lejos de ese amor que no me llega en tus formas, ojos, sexo, cotidianidad, anhelos, alegrías, tristezas. 
Porque estas lejos, porque estoy lejos. 
Por la gracia de tu Dios, por el misterio que no se me alcanza, 
toda tú, con tus formas, ojos, sexo, cotidianidad, anhelos, frustraciones, alegrías, tristezas, 
estás en mi imaginación, en mi pensamiento. 
Y te veo, te tengo, te siento muy cerca, muy dentro. 
Y eres formas, ojos, sexo, cotidianidad, anhelos, frustraciones, alegrías, tristezas que yo sueño despierto. 
(JDD 2002)

Te busqué en la sombra, imagen. Eras contorno distorsionado. Yo mismo me sobresalté. Aquellas piernas que se proyectaban hasta el horizonte y un tronco proporcionalmente diminuto, daban a mi imagen física un aspecto terrorífico. ¿Tenía aquello algún significado? Detrás de mí debía haber un foco de luz muy potente y a la altura de mis pies. Me tranquilizó el pensar que era un efecto óptico y que no debía darle mayor importancia. No obstante, me volví para comprobar cuál era la fuente luminosa que proyectaba mi sombra. No había otra que la luna llena cercana la horizonte opuesto. Y también pensé que unos minutos más tarde, mi sombra habría desaparecido. Como consecuencia de este último pensamiento, volvió a mí la desazón: en unos minutos mi cuerpo no proyectará sombra alguna, y será como si no existiera. Aunque la conclusión era del todo estúpida, había en ella un sentimiento de miedo vital: cualquier pretensión por mi parte de hacer sombra, precisa de un foco de luz, lo que significa que soy algo en tanto haya luz que me ilumine. Pensé si el pensamiento sería esa luz y cuántas amables o terroríficas imágenes proyectaría aún de mí, hasta que ya no proyectara ninguna. 
(JDD 2002)

Dame , pensamiento, la idea, que permita que hoy sea diferente. 
Estoy cansado de siempre lo mismo. 
No, esa no; es la misma de ayer. 
No, esa tampoco; ya la tuve hace tiempo. 
No, no; esa idea no es nueva, ¿recuerdas? 
No, esa tampoco; es difícil llevarla a cabo. 
Por favor, no; esa idea me traería desgracia. 
Que no, no me gusta; hoy no sería diferente sino trágico. 
A ver, a ver… Sí esa podría ser buena. 
Supongamos que la amo, sí, ¿y qué más? 
No; eso ya lo pensé ayer. 
Tampoco; eso lo pensé hace tiempo. 
No puede ser, ¿recuerdas qué concluí? 
Imposible, imposible; eso no puedo hacerlo. 
Sí, pero sería mi desgracia. 
No, no quiero hacer de esto una tragedia. 
Está bien, no me des más ideas. 
Aceptaré que hoy no puede ser diferente. 
Que estoy condenado a que siempre sea lo mismo. 
¿ Si hoy muriera, dices? 
No, no; esa idea la he tenido muchas veces. 
Pero nunca me dijiste dónde encontrar el valor. 
(JDD 2002)

Recuerdo aquellos lejanos días de mi juventud donde todo era misterio por descubrir. Los sueños, sin embargo, nunca especulaban con el misterio; se sumergían en él. Mientras en vigilia yo me preguntaba, y hasta especulaba con lo desconocido y deseoso de conocer, y más que conocer vivir, cuando dormía y soñaba, todo parecía estar claro, vivido con la intensidad que requería cada cosa. Y así, por ejemplo, si se trataba del Dios, todo misterio de la vigilia, en mis sueños hasta hablaba con él. Si se trataba del Universo, yo viajaba por él en una nave fantástica. Si el sueño me presentaba una escena de amor, la mujer inalcanzable en mis sueños en vigilia, en mis sueños de durmiente se presentaba solícita, entregada, y aquel sexo femenino, desconocido, lo tenía ante mis ojos como una fruta a mi disposición colgando de la rama de un árbol. Si despierto soñaba con ser un gran campeón en mi deporte favorito, y sólo cosechaba mediocres resultados, en mis sueños cuando dormía, cruzaba la meta entre el delirio de las gentes que contemplaban mi hazaña. Sí despierto soñaba con ser un gran escritor, dormido soñaba hasta la historia que me había llevado a la fama. Si despierto era pobre y carente de todas las cosas apetecidas, dormido parecía disponer de ellas hasta la indiferencia.
Hoy, que casi no duermo y menos sueño, cuando lo hago todo son pesadillas. Pero no es esto lo peor; lo peor es que se encadenan con las pesadillas que tengo despierto. 
(JDD 2002)

¿ Por qué me amas? 
¿ No ves, mujer, lo que soy? Esa imagen tétrica que te llega desde el otro lado del mar. Que rompe las aguas calmas de tu playa con sus escorzos de desesperanza, de sigilos, de ponzoña que colapsa tu alma. Sólo te traigo esperas devoradoras de presentes, de un tiempo que se viste de infinito inalcanzable. Soy sólo la visión de un monstruo en la noche de luna llena. Y me recreo en tu amor, como se recrea un lobo con su presa hasta decidir por dónde empezar a devorarla. En la fábrica de tus sueños, no me ames, o también tú te verás tenebrosa cuando te alcance mi sombra. 
(JDD 2002)

Anda, siéntate a mi lado y hablemos. Quiero decirte algo importante, escúchame con atención. Sé que no te interesas últimamente por mí. Al menos no te interesas por mis pesares. Sí, lo sé, una persona pesarosa es aburrida. Te gustaría que saltara de alegría,¿verdad? Pero deberías hacer tuyas mis pesadumbres. No en vano caminamos juntos hace tiempo, pegados el uno al otro. También de mí, de mi perfil depende tu figura: apareciste cuando yo aparecí y creciste conmigo cuando yo crecí; si me derrumbo sobre mí mismo, tú te desdibujas en una figura amorfa; si me alzo bravo sobre mis años, hasta pareces impresionante; si yo camino hacia adelante, tu caminas hacia adelante; si hacia atrás, tú me sigues. Deberías hacer algo más, como ayudarme a superar mis abatimientos, mis sentimientos de frustración, mis ansias de metas inalcanzables, quizá a enamorarme y ver qué aspecto alcanzo. ¿Por qué estás pegada a mí y me sigues a todas partes? Pareciera que sólo tienes un objetivo: hacer muecas de mis estados de ánimo y de mi decrepitud. ¿Sabes que cuando muera, tú desaparecerás conmigo? Yo sé que no iré a ninguna parte, pero, ¿a dónde irás tú? Ya ves, aunque nada haces por mí, sepas que te quiero, mi querida sombra.
(JDD 2002)

Tengo mi pensamiento abismado en el crepúsculo de mi vida. Tierra que ya se prepara: Paz y sosiego en la duda. Inquietud que se pierde. Amor que al fin se alcanza. Hundido en la vida, en el ocaso te abruma la duda y se pierde el amor por el lecho, alcanzando, al fin, la paz y el sosiego. Hubo un tiempo feliz por ser joven, mas ahora, andrajos y carroña, no quiero tu presencia; vomito tu imagen para abrir hueco a mis recuerdos perdidos, allá en la penumbra de mi difuminada juventud. 
(JDD 2002)

Llevado de la nostalgia, quise amarrar la memoria a mi cuello. Y lo hice por breves instantes. En esas circunstancias comprobé que no tenía presente y menos me preocupaba el futuro. Era como andar para atrás por una pendiente que se hundía más allá de mi nacimiento. Me vi en el preciso instante de mi gestación como me figuro se forma una estrella. Dos gametos, que por si solos no eran sino dos cuerpos errantes, se encuentran para edificar un ser que ya tiene un proyecto por delante en el Universo. Cuando recompuse mi pensamiento, me di cuenta de que mi presente y mi futuro habían quedado muy atrás, probablemente cuando los dos gametos se encontraron. A partir de esta consideración, no puedo evitar el sentir que toda mi trayectoria ha sido equivocada. 
(JDD 2002)

Hoy me acerqué a la orilla del mar. Me senté cerca, donde las olas lamen la tierra. Por allí desembocaba un río exhausto de fertilizar praderas. Sobre su lomo navegaba un objeto extraño, no identificable a simple vista; una buena parte de él supuse sumergido bajo el agua. Traté de adivinar qué podía ser y agudicé mi vista siguiendo su trayecto. Esperaba con ansiedad que el agua le permitiera exponerse de forma que ya fuese reconocible. Pero pasaba el tiempo y no sucedió, más bien se fue alejando hasta desaparecer por completo en aquella especie de útero que era el mar para el río. Yo seguí por un buen rato mirando, estático, aquel mar capaz de tragarse todo sin dar explicaciones. Cuando regresé a casa, me asaltó una incertidumbre: ¿cuántas cosas, que me importaban en mi vida, había dejado que se perdieran, sin hacer nada por conocerlas a fondo? Pero hurgar en la memoria era como adentrarse en el mar que había dejado atrás. 
(JDD 2002)

A todos los que me leéis con más o menos atención, con más o menos paciencia, quiero deciros: me abruma pensar que bien podéis identificar mi literatura, o lo que sea, con el estado de ánimo del autor que se refleja, de forma casi monótona, en sus escritos. Me gustaría que me creyerais si os digo que no es tal. Si he elegido esta «vitalidad» lo es por el placer de deciros: queridos amigos, si alguno de vosotros se encuentra en esos supuestos, habría sido casi un escarnio que os hubiese olvidado.
Hoy, dos niñas guatemaltecas, nacidas unidas por la cabeza, han sido separadas por un equipo de cirujanos. El pronóstico es bueno. Hasta aquí lo que podría ser el titular de cualquier periódico.¿Cuánta gente, sin embargo, se pregunta a qué se debe esa «broma» de la naturaleza? Los científicos creen saberlo. Las gentes, en general, no se lo preguntan y se enteran casualmente cuando leen sobre el tema. Probablemente se responden: «Ah, bueno, ahora lo entiendo». La cuestión que yo planteo, y que planteé novelada en mi obra «Salmos por un cuadro», es la siguiente: Los religiosos, para los que los designios de Dios son inescrutables, ¿acaso no se paran, mínimamente, a especular por qué Dios decidió o permitió que la naturaleza obrara tan caprichosamente? No vale encogerse de hombros. Ellos, los religiosos, en lugar de salmos de alabanza a su dios, harían bien en preguntarle, y si no les responde, como no lo hará, deberían, cuanto menos, cuestionar su fe.
(JDD 2002)

¿Necesita un hombre para realizarse como tal vivir en sociedad, estar inmerso en ella con todas las consecuencias que la sociedad le impone? Si un hombre renuncia, o se evade, a este papel gregario para el que fue nacido, ¿ese hombre dejaría de cumplir con el fin, probablemente y según las convenciones de la sociedad el más importante, para el que vino a este mundo? Hay gente que lo hace y nadie se mete con ellos ni le reclaman que cumpla con lo que la sociedad establece. Son personas atípicas que no son peligrosas de crear mimetismo hasta el punto de desintegrar la sociedad. Salvado, pues, lo que pudiera ser considerado una inducción peligrosa a pensar diferente y actuar en consecuencia, vuelvo a plantear la pregunta: ¿necesita el hombre para realizarse vivir en sociedad? Veámoslo de esta manera. Si lo que un hombre necesita para realizarse es descubrirse a sí mismo y comportarse consecuentemente, nada ajeno a sí mismo vendría a obligarle a ser contemplado. Porque, de lo contrario, ese hombre no estaría descubriéndose a sí mismo ni comportándose consecuentemente; en todo caso descubriría su papel vicario de la sociedad y forzado a comportarse consecuentemente con esa sociedad que le acoge y le aprisiona. Si esto es así y se comprende, la conclusión debería ser que ningún hombre puede decir que se ha realizado como tal, si ha permanecido en el seno de la sociedad, por voluntad propia o forzado. Quizá eso de realizarse como hombre, sólo esté al alcance de unos pocos privilegiados.(JDD 2002)Los que escribimos huimos de nosotros mismos. Hemos creado unos personajes para que nos representen. A veces nos dejamos llevar de las sensaciones que nos crean esos personajes y reclamamos disponer de la amistad, la complicidad, la pasión o el amor de los seres de carne y hueso que nos figuramos detrás de ellos. Pero esos seres de carne y hueso rehuyen la entrega, ¿por qué? Como escritores podemos, con mayor o menor fortuna, dar vida a unos personajes maravillosos que nos representan. Como escritores entrenados en el oficio de la imaginación, podemos «vivir» toda clase de sensaciones placenteras: ora con éste-ésta, ora con aquél-aquélla. Cuando a uno de nosotros le reclaman el ser auténtico, su ánimo se derrumba; no resiste la comparación con el personaje que nosotros mismos habíamos creado; vemos, de repente, como en un espejo que un hado maligno pusiese delante de nosotros, al ser mediocre, decrépito, insustancial, impotente, feo, vulgar, falto de reflejos, carente de ideas y de ingenio; absolutamente falto de atractivo, en suma. Y a no ser que seamos unos fatuos, esa realidad prevalece sobre cualquier razón que nos demos para procurar el acercamiento físico entre nosotros.(JDD 2002)¿No daríamos media vida por averiguar que no está en nosotros ser otra cosa que lo que somos o hemos sido? Cuando me formulé esta pregunta debí pararme y reflexionar. No lo hice, a pesar de ver ahora que tiene, creo, una fácil respuesta. Sólo en presencia de la muerte, no tanto mía cuanto que me sobreviene, cuando ya no tengo futuro, cuando he dejado atrás, no media vida sino la vida entera, esa pregunta se responde a sí misma. Debí imaginar que esa pregunta me la haría sólo en esta circunstancia. Si lo hubiese hecho, hoy estaría dando más importancia a mi futuro que a mi pasado y procurando que, cuando mi futuro ya fuese pasado, no necesitara formularme de nuevo esa pregunta…(De mi obra, «Yo, Alejandro», y ante la inminente muerte de éste)Virtual. Palabra que recoge el diccionario y que define aquello que no es en este instante pero que puede ser. Es un futurible, si se dan las condiciones. La definición es precisa: fulano es virtualmente un campeón; zutano es virtualmente un premio Nobel; etc.Desde que llegó Internet, lo virtual en este ámbito es algo confuso, difuso y hasta contradictorio. Se denomina, en este ámbito, amistad virtual, a aquel vínculo afectivo surgido del correo electrónico, los foros, etc.. Las personas «se conocen» a través de los mensajes que se intercambian. Esa amistad «virtual», de ser así, es decir, virtual, o también una amistad que no es pero que puede llegar a ser, o significa que utilizamos mal el término, o no es amistad pero que puede llegar a ser. ¿Qué necesita la amistad para dejar de ser virtual y ser una amistad real? Los creyentes hablan de su amor a Dios, a Jesús. etc.; se dice, también, tener amor al prójimo. Y no se llama virtual a este tipo de afecto, por poner ejemplos de la misma característica que la amistad, con la misma particularidad de intangibilidad en todos ellos. ¿Deberíamos suprimir, pues, el calificativo de amistad virtual a toda amistad que surge en el medio Internet? Habría que distinguir. Dos, o más, internautas pueden decirse ser amigos virtuales, lo que significa no ser amigos, pero que no cabe duda lo pueden ser de forma real sin necesidad de presenciarse. Pueden en cualquier momento, y perfectamente, sin esperar a verse nunca, sentirse amigos. Mientras eso sucede o no, llamar amigo virtual a alguien con el que mantenemos correspondencia escrita, es como decirle: oye, no soy tu amigo, pero puedo llegar a serlo; una fórmula poco cortés, en cualquier caso, que debería suprimirse por completo. (JDD 2002)

Cabe, después de la reflexión anterior, concretar el tipo de amistad que puede surgir a través del medio Internet.Mi larga experiencia me permite distinguir dos tipos diferentes de amistad. La amistad que se confiesa entre los miembros de un foro de discusión es una amistad nominal, que se va cimentando a lo largo del tiempo de permanencia en el mismo. No es y ni siquiera llega a ser virtual. Los miembros se dicen amigos sin sentirse obligados a ninguno de los compromisos que entraña la amistad real y ni siquiera a los que podrían impulsar a que lo fuera más tarde. Se sienten, eso sí, obligados a declararse amigos, como para explicar la fidelidad diaria a estar presentes en el foro y a tenerse en cuenta.Un salto cualitativo, desde este trampolín que son los foros, se produce cuando dos miembros inician una correspondencia privada. Esta correspondencia «íntima» puede llegar a ser verdaderamente íntima o simplemente sincera, lejos de la afectación con que se manifiestan en los foros. Produce entre ellos una dependencia dinámica: remedio para sus soledades respectivas; frustraciones de comunicación presencial; desahogos íntimos; búsqueda de interlocutor afín, etc. Es, en definitiva, una amistad de descarga del yo en otro yo receptivo. Esta amistad es dinámica hasta ciertos límites. Nunca se descarga toda la intimidad, manteniendo cada uno de ellos parcelas intocables. Nunca se invade, para cambiarlo o dirigirlo, ningún compromiso preexistente del otro. A veces, si los amigos son hombre y mujer, pueden surgir manifestaciones de afecto superior que, por sus características y medio exclusivo en el que se producen, no pasan de ser nominales, ya que lo normal es que no consigan romper el status tácito que impone cualquier tipo de relación exclusivamente epistolar. Aquellos casos en los que la sintonía de los amigos es perfecta, puede dar lugar a que se sobrepasen los límites, si ambos así lo deciden, pero esto con carácter extraordinario por infrecuente. En cualquier caso, de darse este caso, sería a costa de abandonar Internet.Conclusión. ¿Se puede hablar de amistad en Internet? Creo que sí, pero a diferencia de la amistad presencial, en el que la cercanía física alimenta esa amistad, en la amistad por Internet, el espacio insoslayable entre los amigos permite que no corran el riesgo de dejar de serlo.
(JDD 2002)

Frases inútiles, según se me vayan ocurriendo, y sin ánimo de molestar. 
*Vivir en la confusión es vivir en el magma caliente de la vida; cuando concretes algo, te habrás solidificado.
*Suele suceder que la mujer intenta hacer del hombre un traje a su medida; el hombre, en cambio, se conforma con hacer una vagina.
*Las imperfecciones en una mujer suelen ser reiteraciones de una sola
imperfección. 
*Estamos hechos de infinitas apócrifas historias. 
*La sensibilidad hace que se cometan errores de bulto. 
*En realidad somos un puzzle hecho de destellos. 
*Estar enamorado no siempre significa ser correspondido; he ahí la miseria del enamorado, que lo vuelve desdichado. 
*Los «hispanoamericanos», no conocen su historia; lo que conocen es su tragedia, y aún le rinden culto. 
*Dime en cien palabras (no menos), qué piensas de mí. Lo necesito para saber cuán equivocado estás al respecto. 
*YA QUE NO PODEMOS RESOLVER LA MISERIA, YA QUE RESOLVERLA EN UN CASO PUNTUAL NO ES RESOLVER NADA, SUFRAMOS LA MISERIA EN SU CONJUNTO Y NO GOCEMOS TANTO DE NUESTRA SUERTE. 
*ES NECESARIO CORTAR DE RAÍZ TODO INTENTO DE ESTAR PRESENTES LOS LUGARES PÚBLICOS, DONDE LA GENTE SOLO BUSCA UN PASTOR ENTRE LOS QUE VAN MEJOR VESTIDOS. 
*HAY DE AQUEL QUE SE PAVONEA DELANTE DE SUS SEMEJANTES, PORQUE NO LE HACE SUPERIOR EL QUE UNA CUADRILLA DE ESTÚPIDOS LE ADOREN. 
*Yo soy yo y lo que haga de aquí en adelante. 
*Soy una especie de demiurgo que crea fábulas más allá de su pantalla. Lástima que no tengo edad para creérmelas, de lo contrario, yo sería el hombre más feliz de la tierra. 
*Toma, si quieres, mi experiencia de viejo y no seas tan estúpido, que por el hecho de venir de un viejo, te da motivo de risa. 
*Las personas con ideas fijas no me interesan; me producen vértigo. 
*LAS PERSONAS DAMOS, A VECES, AMISTAD, CARIÑO, CONFIANZA; LUEGO, SI RESULTA QUE NOS EQUIVOCAMOS DE DESTINATARIO, LO ÚNICO QUE DEBERÍA PREVALECER ES NUESTRA BUENA INTENCIÓN. 
*Hombre, antes de alcanzar tu destino, deberás pagar tu tributo. Todo, en el Cosmos, tiende al desorden. El máximo desorden, será el caos. Y tú no te librarás. Antes de que tus neuronas se vuelvan estúpidas, tus circuitos interrumpidos, tus arterias calcificadas, tu sangre espesa, tu carne seca, tus huesos quebradizos, deberás pagar el tributo para entrar en el caos. Deberás andar toda tu vida para atrás. Toda vida es un caminar hacia el origen. El origen fue el caos, y ese es tu destino.
(JDD 2002)

Si alguien, hoy, buscaba aquí algo nuevo, quizá una respuesta a su pregunta, tendrá que buscar en otro lado. Cierro este cajón de sastre, lugar donde todo era posible como acta de mi pensamiento diario, y me retiro a la búsqueda de un nuevo título, bajo el cual deberá estar el acta de mi… iba a decir de mi sentimiento, pero eso sería aún más cínico.
(JDD 2002)

Voy a hacer una confesión de parte.
Hace unos seis años me puse a escribir. Primero tuve que aprender, y aprendí lo que aprendí. Dos virtudes creo poseer ahora que me permiten escribir con cierta honestidad: sinceridad y respeto por las palabras. No sé si es mucho y apreciable.
Una frase célebre, totalmente proscrita por mí, es aquella que dice: Una imagen vale más que cien palabras. La frase es buena para los publicistas. Pero cuando un escritor prostituye cien palabras para crear una imagen, el que tal hace no tiene para mí la dignidad de escritor, y sólo es un publicista de sí mismo. No se pueden tomar las palabras como si fuesen pinceladas al albur, esperando con ellas dar la impresión de haber creado belleza. Hasta los pintores que mezclan los colores, antes los fijan con mimo en la paleta. Y los músicos, saben que la unión de dos notas requiere de algo imprescindible para que no desentonen; a eso se llama armonía. El nexo de unión entre dos palabras no es otra palabra, sino la sinceridad del que las toma para sí con el fin de expresarse. Y porque antes que escribir un cuento, una historia o un poema, la sinceridad del creador ha de ser exquisita, y no hacer juegos malabares con las palabras que toman aleatoriamente de un cesto, porque eso no es otra cosa que crear un fraude ilusorio, bien distinto a una ilusión.
Espero, también en esta ocasión, haber sido sincero empleando las palabras justas.
(JDD 2002)

Las cosas como son
Resulta que cuando nos preguntamos por qué
» las cosas son como son» y no de otra forma que quisiéramos, la respuesta casi
siempre es: «Las cosas son como son». Para abundar en ese axioma,
permítanme que traslade aquí un fragmento de mi obra «No aseguro que volví». El
dicho fragmento se enmarca en la situación de un hombre que vuelve de un
largo coma y se plantea cómo serán las cosas en el mundo cuando abandone la
clínica.
***
Cosas como ésta que a continuación describo, ocupaban la mayor parte de mis
largos tiempos de soledad. Solía hacer un ejercicio previo de relajación y,
con los ojos cerrados, comenzaba mi traslación a escenarios que seguramente
se hallaban más allá del horizonte pequeño de mi realidad. Y así, por
ejemplo, aparecía en un prado de fresca y altísima hierba. Sentía su
presencia de ondulaciones inquietas y sus caricias en mi piel. Sentado,
hundido hasta la cintura en aquella alfombra verde, miraba lo que me
rodeaba: un escenario, nunca mejor expresado, de ensueño. Caía el agua en
ruidosas cascadas, que descendían como cabelleras plateadas desde los altos
picachos que perdían sus cumbres entre brumas, y luego se remansaban en un
lago de aguas negras, sólo festoneado por la espuma de pequeñas y blancas
olas que rompían suavemente en la costa. Este ir y venir de las olas
parecían traerme mensajes que me complacían. En el horizonte, no lejano, la
música parecía surgir del silbar de los árboles, que se mecían esbeltos,
como abanicos que me enviaban una brisa cálida. Y yo respiraba hasta lo
más hondo de mi ser todos los aromas de la vida, sintiendo que todo mi
cuerpo se bañaba de placer. Y en aquel éxtasis, me dejaba caer de espaldas
sobre la alfombra húmeda que formaba la hierba, y miraba al cielo
contemplando las nubes, blancas como algodones, que se trasladaban veloces,
formando figuras que evocaban aves migratorias. Era tan fuerte la sugestión
que experimentaba, que luego, cuando me desconectaba de aquel embeleso,
podía jurar que yo había estado allí.
Pero no era fácil sustraerse a otra visión menos gratificante, y es que la
memoria, a veces, se interpone entre tu imaginación y el pensamiento.
Entonces, mis recuerdos se aposentaban como águilas negras sobre campos 
quemados, llenos de muñones renegridos o de cuerpos retorcidos que apenas
dejaban vislumbrar sus miembros. Y las nubes, ocultas, manchadas por el humo
gris negruzco, que el pálido sol trataba de perforar en su obligación de
vivificar tanta muerte allí abajo. En casos como éste, y eran más frecuentes
de los que mi voluntad imponía a mi mente, sentía, como si los viera
presentes, que todo mi ser se estremecía de pesimismo, y me tapaba con el
embozo de la cama, como si mis párpados no fueran suficientes para echar
cortina sobre tanta desolación contemplada. En cualquier caso, seguro que al
otro lado de la cárcel de mi cuerpo, las cosas seguían siendo así, en
ilógica convivencia, y mi axioma favorito venía una vez más en mi auxilio:
las cosas son como son. La vida era un mosaico de contradicciones.
 A mi gente, quiero decir, las personas que vinieron a visitarme en la
habitación que ocupaba, tanto mis padres como mis conocidos o desconocidos
amigos, mis cuidadores, mis enfermeras, cada cual con sus coherencias
colectivas o sus increíbles absurdos individuales, siguieron siendo como
personajes de varias comedias que se representaban a la vez,
intercambiándose los papeles que debían encarnar en cada momento de la
percepción de mi propia existencia. Las cosas son como son, me decía como
corolario balsámico, y, a continuación, mi espíritu se refugiaba en el
sueño, estado en el que todo parecía seguir igual pero, a veces, al contrario.
Tan acostumbrado estaba a mi pequeño mundo de despropósitos, que llegué a
desear que al otro lado de mis cuatro paredes las cosas no fueran
diferentes. Y me daba miedo el momento de enfrentarme con una realidad que
contradijera mis hábitos y me forzara a comprender de nuevo el normal
discurrir de las cosas. Un ser paradójico como yo sólo podía sentirse bien
entre paradojas, y mejor cuanto más absurdas e incomprensibles. Para una
normalidad no me valía decir «las cosas son como son», pues difícilmente
aceptaría la verdad que no me complaciera. Dícese de los locos que son
felices porque no se plantean cambiar las cosas del sentido que ellos les
dan, y yo, que presentía que las cosas no podrían tener otro sentido que el
que previamente se había prefigurado para ellas, tenía por fuerza que ser
una de esas cosas. Por eso deseaba vivamente no dar ocasión a que la
realidad de las cosas abrumara mi indefensa realidad de cosa fácilmente
manipulable por las demás cosas. Y aunque los médicos no aventuraban un
próximo restablecimiento, yo empecé a pensar en el momento de tener que
dejar mi mundo, el que con tanta facilidad manejaba, y tener que enfrentarme
con el mundo que trataría de condicionarte sin permitirte la calma de un
» las cosas son como son», para que te amoldaras a las cosas como ellos
quieren que sean. ¿Qué mundo me esperaba al otro lado? ¿Mi gente sería mi
gente? Cualesquiera que fueran los papeles que desempeñaban en la comedia de
la vida, ellos me pedirían que me integrara en la escena, que no
desentonara. Todo lo más que me permitirían sería que, si lo quería, pasara
desapercibido. Pasar desapercibido, no existir para ellos. No, en todo caso
yo lo que quería es que fueran ellos los que pasaran desapercibidos para mí.
Pero para lograr tal propósito, debía introducir una modificación sustancial
en mi lema favorito. Las cosas son como son implicaba cierto fatalismo, de
aceptación resignada, que bien valía para donde estaba, pero que no habría
de valer para el exterior, ese mundo que intentaba por todos los modos
condicionar tus comportamientos. Tampoco podría ser cambiado por «las cosas
como deben ser» o «las cosas como tienen que ser», pues introducía un
voluntarismo que yo estaba lejos de adoptar como intención. Si las cosas
tenían entidad propia para ser ciertas cosas, no debían ser, no tenían que
ser, pues ya lo eran. En consecuencia, si debían o si tenían que, sería
porque se trataba de otras cosas. Las cosas son como son, implicaba, decía,
la tragedia personal de sentirte inmerso en ellas, ser como un juguete en
manos de un niño travieso, avocado a ser roto en cualquier momento.
Con este juego de las palabras, las frases y sus significados según y cómo,
pasaba mucho tiempo preparando mi salida de la clínica. Y en un momento creí
encontrar la solución: «las cosas como son». Las cosas como son, parecía
suponer que no te imponían un determinismo inevitable. Tampoco un
voluntarismo superior a la comprensión de quien las contemplaba. Las cosas
como son, lo eran a posteriori, es decir, se determinaban mediante tu propia
percepción y al margen de cualquier otra percepción diferente. En
definitiva, mi conclusión era, que no deberíamos aceptar que las cosas son
como son, y que las cosas como son cumplía con el importante requisito de
estar supeditadas a la percepción que de ellas pudiera tener cada individuo.
Era cierto que estas disquisiciones, no sé si filosóficas, servían para
ocupar mi mente cuando las cosas reales la dejaban ociosa. No sabía si
tenían algún sentido o si constituían un monumento a la majadería, o si
venían o no a cuento. Era mi pensamiento y la comprensión del mismo no era
necesaria, ni siquiera para mí; las cosas volvían a ser como eran.
Lo cierto era que sólo tenía dos opciones para elegir cuando saliera de la
clínica. Elegir una u otra tenía que ser determinado por mí antes de dar el
primer paso que me condujera al exterior. Una opción sería enfrentarme con
un mundo que contradecía a mi memoria. Tendría que aceptar que mis padres
vivían y encontrar una explicación a por qué yo los recordaba muertos.
También por qué aquella pareja que se presentó contra mi memoria, y que no
siendo mis padres, yo hubiese querido que lo fueran. Y mis amigos con sus
contradictorias vidas, que yo los recordaba muertos también y con otros
recuerdos. Tendría que renegar de mi memoria anterior, y toda increíble
nueva realidad debería ser por mí asumida con un fatalista «las cosas son
como son». Pero también tenía otra opción: dejar de lado todo ese mundo de
contradicciones, -en el que la comprobación de cualquier realidad supondría
un quebranto para mi pensamiento- de forma que no haría más que acrecentar
mi angustia por la incertidumbre de pensar si estaría vivo o estaría muerto,
si despierto o soñando. Me sentiría desplazado de una realidad previsible,
en un laberinto de difícil salida. Dejar ese mundo y empezar una nueva vida
en otro donde todo fuera nuevo. Las nuevas experiencias sustituirían a la
memoria antigua y las contradicciones vividas serían sólo complejas
contradicciones de mi pensamiento, que, según había escuchado alguna vez, no
era verdad ni mentira.
Derechos reservados. José D. Díez, 1998

La realidad y los deseos
Alguien me tacha de derrotista. No es tanto ejercer como profeta del desaliento,
como ser cronista de la desolación.
Y todo parece reducirse a, o masturbas tu mente en busca de orgasmos felices,
o te dedicas a darle gusto al sacro.
Entiéndase esta última figura como darte, en sentido amplio, placeres corporales.
Pero mientras decides por qué cosa,
un escalofrío recorre tu espina dorsal: es tu realidad.
Y con frecuencia te ves atrapado en ella.
(JDD 2001)

Libertad de espíritu
Llevo bien mi insomnio. Cuando la cama se
convierte en un potro de tortura, mejor dejarla. Llegará el día que no pueda
hacerlo. La cama sólo es buena para sentirte ingrávido, ni siquiera es buena
para hacer el amor, pues te la encuentras como un incordio para adoptar las
posturas que te pide el cuerpo. Sentirse ingrávido es otra cosa. Flotas
cuando sueñas lo que no puedes soñar despierto. Y para eso no se necesita
mucho tiempo. A veces con una cabezadita eres capaz de viajar por espacios
donde la pesadez del cuerpo no te condiciona a las amarras de este mundo.
Eres sólo imaginación. La imaginación, junto a la gravedad que siente el
cuerpo, es una imaginación llena de prevenciones. Las prevenciones sólo son
buenas para no alterar el espíritu. Pero el espíritu, si no es libre, es una
paloma enjaulada. Nuestro espíritu, la mayor parte del tiempo, está
condenado a no ser libre. Pero unas horitas que le des de libertad, es como
una libertad condicionada a un preso. Y se agradece, en cualquier caso, el
tiempo de que dispones. Tomar algo para alargar el tiempo de libertad del
espíritu, es como comprar tu libertad de espíritu, y eso no es un
espíritu libre, sino un espíritu mercenario.
No sé si me explicado; estas son cosas que se me ocurren a las 6 AM, recién
experimentado un tiempo (suficiente) de libertad de espíritu.
(JDD 2000)

A una buena persona
Lo que te pasa, querido amigo, es que eres buena persona. Entiéndeme bien.
Ser buena persona es, lo tengo dicho, no ser Hombre.
Como buena persona, no puedes entender al hombre; se te escapa cuando lo intentas.
E intentas comprenderle siempre que tienes ocasión de encontrarte con un hombre paradoja.
Y siempre te encuentras con el hombre paradoja porque todos los hombres son paradójicos.
Tú buscas al hombre esperando encontrar a la buena persona; algo así como el reflejo de ti mismo.
Esto, naturalmente, lo haces sin pensarlo.
Y cuando fracasas, que es siempre, de tu primer estado de perplejidad pasas al sentimiento de frustración.
Y como buena persona que eres, en el reflejo de todos los demás, te ves a ti mismo;
es entonces cuando bajas otro escalón anímico y entras en la angustia como antesala de la depresión.
Te lo tienes bien merecido, por ser buena persona.
Yo remedio no tengo contra eso; te morirás y de ti dirán que fuiste una buena persona;
los hombres procurarán olvidarte lo antes posible,
pues una de las cosas que suele fácilmente hacer el hombre, es olvidar a las buenas personas.
Si fueras un criminal sanguinario, un dictador, un ladrón de guante blanco y por ahí…
el hombre no te olvidaría, y ¿sabes por qué?
Porque esa es la imagen que les agrada ver del hombre. 
Ese hombre que tú tratas de redimir contando su historia, sólo merecería la pena,
si descubrieras que todos los azares de la vida no consiguieron que dejara de ser una buena persona.
Pero desgraciadamente sólo lo redimirías para ti;
para los hombres no tendría interés alguno.
(JDD 2000)

De política y otras sandeces según y como.
Comienza Aristóteles en su “Política” diciendo: (cito de memoria) 
» Todo estado o comunidad buscan algo bueno y se organizan con vistas a conseguirlo. Pero sólo la comunidad política, que atiende al bienestar de todos, es capaz de alcanzar las mayores cotas de bienestar». Enlazo con esa proposición, la cita que hace el mismo Aristóteles de un poeta: 
“ Se ha llegado a la conclusión de que los helenos deberán mandar sobre los bárbaros.” 
En esos dos pensamientos me apoyo para mi escepticismo. 
Porque Nietzsche lo expresó muy claro en estos versos: 
El mundo se está quedo
A la noche sigue el día: 
Si el “yo quiero” suena bien 
El “yo puedo” suena mejor todavía” 
Y Montesquieu la acaba de joder, cuando dice: 
Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder. 
Fin de las citas. 
Y qué está pasando en la realidad cotidiana… 
Analicemos algunas expresiones transcritas anteriormente. 
La gente se organiza para mejorar la situación individual de sus miembros. Si lo hacen en rebaños de colores, lo más probable es que los intereses de unos se opongan a los de los otros; para evitarlo, crean los estados; es decir: cotos amplios, cerrados, donde más o menos ellos se lo guisan y se lo comen; surgen así mayores y más poderosos rebaños que tratarán de joderse entre sí llevando el agua a su molino. 
Y un poeta, que no sé en que estaría pensando (en comer, probablemente), la caga diciendo, más o menos, que los inteligentes deben mandar sobre los torpes. 
Hasta aquí, lo que podríamos llamar la praxis de la política. Pero el cabrón de Nietzche, en un alarde de cinismo, nos viene a sacar de dudas: 
Si lo que quieres es lo que puedes, magnífico, lo conseguirás si te empeñas; pero si lo que quieres no puedes, entonces te vas a la chingada (ya hablo como vosotros, cabrones) 
Y el montesquié, como quien no quiere la cosa, te lo pone fácil: 
Si no quieres que el poder abuse de ti, mira de cortarle los cojones (FRASE PARA LA HISTORIA). 
Esto es la política, so ingenuos. 
Y dónde estáis vosotros… en el parloteo estéril. Creando conciencia política (de clase?). Bien. Pues si no pasáis de ahí, lo tenéis jodido: sólo sois los tontos útiles del poder. 
Pero ya que os rasgáis las vestiduras con aparente tanto ardor, sentados delante de vuestra compu, con algo de comer al lado y un tequila fresquito, podríais hacer algo para daros un baño de conciencia individual ( parece improbable que os unáis para crear una fuerza de choque, cuando usáis máscaras para no reconoceros): tirar la compu por la ventana o dejarla sólo para escribir octavillas. 
Y aquello que no consideréis justo, salir a la calle y denunciarlo; y si creéis en la justicia y ésta es un poder independiente (¡ja!), es allí donde debéis denunciarlo, y no en corrillos, foros y otros gallineros. Pero si después de pensároslo, no veis manera, mejor dedicaros ha hacer muebles. Probablemente este es vuestro destino. Porque si diera la casualidad de que uno de vosotros alcanzara el poder, que se supone permite cambiar las cosas, es muy posible que su ardor se mitigara y se dijera: uuhm!, las cosas se ven de diferente forma desde el poder, y acto seguido se dedicaría a mirar de reojo a la oposición. 
Para qué deciros que los teóricos de la justicia social lo tenéis fácil, aunque pequeñito como solución global: salid a la calle, pasad de largo los barrios ricos e id a los barrios de la marginación; llamad en cualquier chabola, sólo una, y empaparos de sus necesidades vitales; estoy seguro que cualquiera de vosotros podría remediarlas. 
Y las feministas, pues también tienen tela donde cortar; que busquen mujeres maltratadas, por ejemplo, y las ayuden a vencer el miedo a denunciar al causante de esos malos tratos; que las asesoren dónde y cómo, que sean testigos ante cualquier represalia, que estén permanentemente a su lado. Transcribo un párrafo de mi obra “Salmos por un cuadro”: 
Pero, hasta hoy, Raquel demostraba su afecto con su caridad prestada. La que se lleva. Quizá lo suyo, lo que no puede encontrar, porque ya lo posee, es el caritas griego en su significado precristiano: el afecto, la proximidad, estar con, en lugar de estar en. Caridad, la caridad que se lleva, hubiese sido llevarle ropa usada a María en su chabola. O algo de comida que le sobrara. O algo de dinero. O ayuda en determinado menester. Incluso algo de consuelo en un momento de aflicción visible. Pero, en cualquier caso, dejando a María en su chabola. Estar en eso de la caridad; no estar con el sujeto pasivo de tu inexistente afecto. 
Por ahí está el hilo de Ariadna que os sacará de vuestro propio laberinto de incoherencias; todo lo demás son sandeces, como digo en el título, y sálvese quién pueda de ser señalado con el dedo de su conciencia. 
(Escrito en un foro. JDD.2000)

Inconsustancial, por tanto no inherente a las personas que se enamoran. Todo eso que se menciona del hombre o mujer de mis sueños, podría ser de una pesadez insoportable, rayando en el acoso, si no hubiera otro desencadenante. Y creo que cada uno de nosotros tenemos un desencadenante propio, algo más sutil que la simple afinidad. No doy reglas (ni las acepto) porque no las hay. Se está cerca de lo que digo cuando se afirma: «Cada quien, mujeres y hombres, tienen un peculiar estilo de cultivar el amor…» Pero no me gusta la palabra cultivar, que yo la cambiaría por otra más sencilla: mantener. El amor no da frutos, como un huerto (los hijos es otra cosa). El amor es como un estado endógeno, sin influencias externas; todo se produce y se consume en el interior. Mientras consigas mantener ese intercambio de fluido placentero (placentero en sentido amplio), el amor existirá, y la pareja se podrá considerar enamorada. Cuando alguien de la pareja comienza a no percibir ese fluido, el amor empieza a marchitarse, dando lugar al cariño, al compromiso o a la ruptura. Por tanto, el enamoramiento tengo para mí que sólo consiste en un fluido placentero en ambas direcciones. Y digo más: si ese fluido yo percibo que es unidireccional, me indispone tanto como si me robaran algo que me pertenece y que ni siquiera he llegado a ofrecer. Y es mi inteligencia, o sentido común, suficiente para suprimir de raíz el caso contrario. Enamorarse de lo que se puede, y no de lo que se quiere, es el principio insoslayable. 
(JDD. 2001)

La juventud, amigos, es una masa inerte, incapaz de cambiar nada. Si aceptáis esto, tendréis que aceptar que la juventud sigue la estela que dejan sus mayores, para bien o para mal. Creo que el problema de la juventud es tan profundo como el que supone el cambio radical que se está experimentando en occidente, el que nos interesa por próximo. En los últimos cien años, todos aquellos conceptos que conformaban las actitudes de los seres humanos, (ideales, ideologías, religiones, educación …) se está viniendo abajo, para surgir algo nuevo que aglutinará a la humanidad en un caminar aún incierto hacia su futuro. Yo me intereso por todos los trabajos de prospectiva que caen en mis manos, y no he encontrado ninguno que se atreva a predecir qué seremos dentro de cien años, cómo seremos. Y en cuanto a nuestra juventud, pues ya lo he dicho: será lo que nosotros hemos logrado que sea, que me temo es muy poco. Porque lo cierto es que no nos hemos preocupado, creo, demasiado de ella, pensando que con «arrimar dinero» a sus necesidades de formación y también las del bienestar exigido por ella misma, cumplíamos con nuestro deber de guías. Y ¿qué es lo que ve la juventud observa en sus mayores? La juventud sólo ve que sus mayores sólo tienen una preocupación: alcanzar mayores cotas de bienestar y reconocimiento social. ¿Los medios? Pocas veces estos tienen que ver con el esforzado espíritu de superación, con la honradez, y sí con la
astucia y otras artes. La conclusión, me podría atrever, es que nuestra juventud será hedonista porque sus mayores le mostraron esa forma de vivir. Pero, amigos, como siempre digo, esta es mi verdad, buena y suficiente para mí, y ojalá me equivoque para bien. (JDD. 2001)

SUEÑO EN LA VÍSPERA DE NAVIDAD 
Terminé de escribir la última aportación a los Lázaros. Título: «Solidario». Era una mordaz sátira sobre la falsa solidaridad. Mis amigos del otro lado me la iban a tolerar, pero también iban a pasar sobre ello de puntillas, en silencio, como queriendo significar que las cosas son como son pero que no es necesario, en ocasiones, hacer alarde explícito de ellas. Y así fue, ni una palabra a favor o en contra. Se portaron como amigos de un leproso que lleva mal su enfermedad.
Pero aquel relato de mi particular fiesta de navidad también era irrespetuoso con la Virgen de los creyentes, gran protagonista, junto a su hijo, de aquella noche. Y fue esta última la que, de algún modo, quiso hacer patente su enfado por considerar injusta y desproporcionada mi expresión: «El hijo de la gran puta, Jesús…». Y así, con el desasosiego con el que me fui a la cama por tal falta de delicadeza con los creyentes, me dormí. Fue, sin duda, la Virgen la que me hizo soñar.
Recuerdo que soñé con una señora; más que señora una joven, de rasgos delicados, vestida con una especie de túnica gris claro que la cubría desde el cuello hasta los pies. La señora, o la joven, estaba sentada en el quicio de mi puerta, cosa que apercibí al abrir después de escuchar unos ruidos fuera. La señora, o la joven, no se movía. Me fijé más en ella y me pareció vislumbrar un bulto en su regazo, completamente oculto a mi curiosidad. Me dirigí a ella preguntando:
-¿Qué desea, señora? ¿Por qué está ahí, sentada?
Ella entonces levantó sus ojos hacia mí. Puede ver dos gruesas lágrimas deslizándose por su rostro y sus ojos húmedos, como dos luciérnagas. Me miró durante un instante que me pareció eterno. Al fin, su boca se abrió para decir:
-¡Ay, José querido, mi amado esposo! Tengo que confesarte una desgracia. Éste que ves aquí es mi hijo, a quien le he puesto por nombre Jesús, y tú no eres su padre. No sé ni cómo ha nacido, ya que no he sentido los dolores del parto. Tampoco tengo claro cómo fue concebido, pues tú y yo nunca tuvimos contacto carnal. Sólo recuerdo que un ángel se me apareció hace nueve o diez meses anunciándome que lo tendría. Te juro, amado mío, que ni me tocó.
Y aquella mujer bajó la vista al suelo, con toda la aflicción de su honestidad previsiblemente puesta en tela de juicio por mí.
Comprendí enseguida la razón de su pena. No podía sentir el orgullo de ser madre. No había engendrado un hijo producto del amor con su amado esposo. No había sufrido los dolores del parto. No había tenido un hermoso hijo, totalmente normal, humilde como ellos, que sería escritor como su padre; el ángel también le anunció que su hijo iba a ser una especie de revolucionario, predicador de la buena nueva según los deseos de Dios Padre.
 Entonces, yo me agaché frente aquella mujer, la tomé de sus manos, y le dije:
- No temas, esposa mía, yo creo en tu honestidad. Ya lo arreglaremos. 
Dichas esas palabras, me desperté sobresaltado. Recapacité en el sueño tenido y me propuse dejar de escribir para no tener nunca más tan malas ideas. Pensé en hacerme carpintero. Al cabo de unos días, desistí, porque aquella decisión de ser carpintero me hizo recordar otra historia. Desde entonces ando buscando oficio.
JDD 2001

Ayer tarde me quedé solo en casa. Mi familia fue a visitar a alguien que a mí no me apetecía ver. Mi familia es muy lógica; yo no.
Cuando estoy solo en casa, desde hace algún tiempo procedo a una especie de rito: me desnudo, me ducho, me afeito (rasuro) la barba de no menos de dos días, perfumo todo mi cuerpo, me pongo un batín de raso azul, escurridizo como una pluma, que masturba cada célula de mi epidermis cuando se mueve. Ciertamente me siento mucho más joven que la consideración de mi edad me haría reconocer. Y así, preparo café. Mientras el café gotea en el vaso de la cafetera, voy a la sala de estar. De una vitrina tomo dos tazas y dos platos con filetes de oro y dos cucharitas de plata. En la mesa de te o café en la sala hay también dos confortables sillones de piel. Coloco con cuidado cada taza y su plato en la mesa de forma que queden lo más próximo posible de cada uno de los sillones. Luego, de un ramo de flores que siempre hay en la sala, corto una flor, que en esta ocasión es una rosa, y la coloco al lado de una de las dos tazas. Repaso con una mirada circular el ambiente. Todo parece estar perfecto. Las cortinas están tendidas, y dejan pasar una tenue luz diurna. Miro el reloj de la pared: van a ser las cinco. De una mesa tomo un teléfono inalámbrico y un trocito de papel con un número de teléfono que previamente había guardado entre dos páginas memorizadas de una guía telefónica. El café está listo, y me llevo el vaso de la cafetera a la sala. Vierto el café en las tazas con sumo cuidado de no manchar. ¡Se me olvidaba el azúcar! Está en la vitrina y procedo a traerla a la mesita. Desde que tomé el teléfono con mis manos me siento algo tenso, nervioso. Aprieto el aparato intentando canalizar toda mi energía hacia él. Lo aprieto con excesiva fuerza, tanto, que te temo romperlo. Me miro en un espejo de la sala, y me siento en uno de los sillones. Respiro hondo para tranquilizarme. Deposito sobre la mesita el papel que lleva escrito el número de teléfono y me quedo mirándolo unos instantes. Al fin, me decido y marco. Me llevo el auricular al oído y espero. Un ring, dos, tres, y se suspenden. El corazón parece saltar alocado. Al otro lado escucho:
–¿Qué fue?
No hay duda, es ella; sólo ella pregunta así cuando descuelga. Nadie en España preguntaría así. Yo contesto, sin hacer la pregunta a mi vez que me confirme quién está al otro lado.
–¡Hola, mi amor! Estoy solo, muy solo, ¿quieres tomar café conmigo?
–Claro, mi cielito lindo. Sabes que esperaba este instante.
También ella me ha reconocido.
–¿Estás cómoda?
–Todo lo cómoda que me siento a tu lado, mi viejo hermoso. ¡qué rosa tan linda! ¿Es para mí?
–Sí, mi ángel, para ti. Sólo es el principio de lo que esta tarde pienso darte.
– ¡Guaau! Ya te veo, como muy preparado a darme… ¡Qué sofoco siento!
–Tranquila, reina mía. Tomemos primero café y hablemos.
–No sé si podré; me tiembla todo mi cuerpo. Anda, dime, qué me vas a dar, ¿es algo muy especial?
– Lo es. Algo muy mío, muy especial, preparado para ti.
– No seas malo, me tienes en ascuas, ¿tengo yo que hacer algo especial también?
– No, confío en tu buena disposición, sensibilidad y entrega.
–Si, cariño, pondré todos mis sentidos, no te defraudaré. ¿cuándo empiezas a darme, chulo mío? No aguanto la impaciencia y el calor; estoy que me derrito.
–Vale, anticipemos el acto, pues, y luego tomamos el café. Yo también estoy impaciente. Ven conmigo.
Le extiendo mi brazo a la vez que me levanto ofreciéndole mi mano. Se levanta ayudada por mí y la inercia del movimiento hace que se acerque a mi cuerpo. Deposita su cabeza sobre mi hombro. Parece inestable y la sujeto por el talle. Yo estoy muy nervioso y también necesito apoyarme en ella. Caminamos a traspiés, algo de lado. La conduzco a través de un pasillo, apoyándonos alternativamente en ambas paredes y en un vaivén desfallecido. De cuando en cuando sumerjo mi cara en su cabellera y respiro sus efluvios. Penetramos como dos siameses conectados por alguna parte de nuestra anatomía en un cuarto que se abre en un lateral del pasillo. Al frente, en el cuarto, la mesa de mi escritorio. Ella levanta la vista, dejada hasta entonces a la guía del instinto. Con voz entrecortada, me pregunta:
–¿Me lo vas a dar aquí?
–Sí, mi amor, este es el lugar de todos mis sueños.
–Debe ser muy original.
–Totalmente original e inédito, y es para ti, amor mío.
–Pues dámelo ya, no puedo más.
–Goza de esta primicia, mi cielo. Es para mí un inmenso placer el que siento que seas tú la primera que disfrute de la lectura completa de mi obra Yo, Alejandro.
El téléfono suena: pi, pi, pi… Deposito despacio el aparato sobre la mesa, rompo en pedazos el papelito con el teléfono y comienzo a tomarme el café, amargo, a pequeños sorbos.
(JDD 2001)

Cabeza acorchada
. ¿Vosotros sabéis qué es tener la cabeza acorchada? Es un estado de semiconsciencia, producido por causas diversas: el alcohol, una fiebre alta, un golpe, una ofuscación profunda… ¿Lo tenéis ya? Bueno, pues mi cabeza padece desde hace días de ese estado, y no me preguntéis la causa, que no la sé; quizá es una conjunción de todo. Total, que en esa situación, no se me ocurre nada. Tampoco me dan ideas vuestras cosas, que leo como si leyera las letanías del rosario. De leer algo más extenso y sólido, nada de nada. De intentar corregir alguna de mis obras, si las abro hasta me parecen ajenas. Recordar personas, imposible; todas se confunden en mi cabeza acorchada. Estado del mundo, no sabría fijar un pensamiento en ningún lugar. Mientras veo la televisión, escucho un disco. Las personas cercanas me hablan y yo invariablemente digo: ¿qué?. Voy varias veces al WC y salgo sin saber a qué fui. A veces, comiendo o bebiendo no acierto con la cuchara o el vaso, y vierto el contenido sobre mi pecho. Anoche me acosté al revés, me tapé la cabeza y dejé al aire los pies… Si esto que os escribo os parece coherente, es porque he aprovechado un momento que me ha parecido estar en mis plenas facultades mentales, y por si caigo de nuevo en el acorchamiento para no volver a salir de él. Si eso sucede, os pido que me recordéis así, en ese estado de gracia.
Gracias, queridos amigos. En un momento de lucidez, leo vuestros diagnósticos y curas de urgencia.
Sí, creo estar pasando por una profunda depresión motivada por la entrada del año nuevo. Sí, también por tanta motivación acumulada pensando en un año feliz y venturoso. Sí, siempre me estoy cuestionando y, ¡maldita sea!, no encuentro respuestas. Sí, vivo zarandeado por un remolino de ideas, incógnitas, ansiedades, desilusiones, esperanzas vanas que llena mi cabeza, cuando debería estar llena de ilusiones y visiones amorosas. Sí, así no se puede vivir, no vale la pena vivir. Sí, a pesar de todo, sé que hay una vida bella que merece vivirse. Sí, voy a intentarlo, amiga. Sí, Luis, he hecho lo que me aconsejas. Sí, he entrado en WC. Sí, también con una selección de fotos de tías buenas en cueros. Sí, una vez más salí de allí sin saber a qué había entrado. Sí, creo que me viene de nuevo ese acorchamiento maldito porque es intermitente. Ojala sea el definitivo, sin vuelta atrás.
Pero todo esto que habéis tenido la paciencia de leer, que os ha preocupado porque me queréis, que ha hecho en alguno que abráis vuestro corazón para mostrarme vuestras miserias y, bien al contrario que en mí, también vuestra voluntad de superarlas, tiene un valor pedagógico práctico para curar nuestras situaciones de depresión, aquellas que sufrimos en silencio sin que nadie las perciba; aquellas que sufrimos todos en alguna ocasión y no manifestamos. Jode sobremanera escuchar de alguien que es feliz, siempre pletórico de energía positiva ante la vida. La vida es el medio con dos polos: negativo y positivo. Y nosotros estamos en medio, zarandeados de un lado al otro. De lo que se trata es de no ser la bola inerme de ese péndulo que oscila. De lo que se trata es de, si somos débiles, mejor hundirnos en el polo negativo; si somos conscientes, sólo conscientes de nuestra debilidad, aferrarnos a nuestro pensamiento, el único que puede sacarnos de ese estado pendular. ¿Cómo? Muy sencillo: cuando nos veamos arrastrados hacía el polo negativo de la vida, pensar, sólo pensar que el fin de ese trayecto es cuando la oscilación se para: es la muerte. Y que mientras vivimos, habrá un instante de inflexión en ese oscilar que nos devolverá a las cercanías del polo positivo. Y sólo así, con nuestro pensamiento, podremos despreciar los trayectos negativos, pensando son necesarios para alcanzar los otros. Significa, concluyendo, que hemos de saber convivir con nuestros estados depresivos, no intentar superarlos porque es inútil; hay que dejar que pase su tiempo, porque lo contrario, o es la muerte o es la suspensión vegetativa, y para eso, ya hasta el pensamiento es inútil.
Así pudo hablar Zaratustra, pero ya no le dio tiempo; yo lo hago por él.
(JDD 2002)

Soliloquio del loco genial.
Yo, que siempre hice apología de ti, no podría seguir ahora haciéndola. Puede que seas más mujer, mas sabía, y hasta más hermosa para el hombre, que para dios ya eras el sumo de la perfección. Al lado de dios, yo confiaba en ti. Y no en ti para mí, como él, y tú lo sabes, sino en ti para ti. Sí, aquí ha cambiado algo el panorama: ya no estás tú, la mujer de las metáforas imposibles pero que catapultaban mi imaginación hasta paraísos igualmente imposibles. Este cabrón que te habla, no el payaso que te da la bien regresada, ya no cree en ti. Entonces, pudiste romper mi escepticismo; hoy, sólo lo haces más enfermizo, y allí donde vi un promesa, puede que ahora sólo vea una triste realidad, sin capacidad de imaginarte.
¿ A quién estoy hablando sin caer en la soberbia? Es tremendo este dilema que nos planteamos las personas cuando fijamos horizontes y caminamos hacia abismos. Tú eras un horizonte en mis ojos de águila que penetran en los cielos de mi imaginación. Yo, ser desheredado, no tengo otros recursos que aquellos que me permiten alcanzar pensamientos, y luego motivos, y luego
extender mi mano para intentar tocar alguna realidad fabricada por mí, pues que no espero nada dado. Tú, la mujer promesa, eras un diamante en bruto que me encontré, cayendo en un paracaídas desvencijado. Te ibas a romper. Los diamantes cortan el acero pero son frágiles. Con suerte, se rompen en facetas que atrapan la luz y la devuelven en todo el esplendor de sus átomos danzarines. Yo quería eso. Dios te quería opaca. Yo, soberbio, quise competir con un dios, y perdí. Tú, hoy, dices saber lo que quieres, y eso te diferencia de aquella otra mujer que sólo sabia soñar. Cuando nos encontramos con alguien que dice saber lo que quiere, apenas nos da margen para saber lo que queremos nosotros. Ya no puedo, mujer, ver tu alma detrás de tus letras; yo soy un soñador, y tú sabes lo que quieres. Frotarás mi hombro dolorido, y seguiré sin creerte. Te seguiré leyendo, sólo para saber qué tierra pisas.
Porque, no soy tu dios eterno, sin límites, no me permití esperar. Me impuse como en un sueño el tenerte. La realidad de mi propio horizonte quedaba atrás; hay horizontes al frente y a la espalda, y el del frente siempre se retira cuando te acercas. Los sueños, no fijan siembras y esperas, sino recogidas inmediatas. Fabricar un sueño sobre tú realidad. Esa luz no era de este mundo; nada de otros mundos, de otros cielos se queda en éste; nuestra tierra es como un agujero negro que atrapa todo lo que emite, salvo que un dios grosero esté ahí para atrapar tu alma y volar con ella como un cuervo con su presa. Claro que soñabas, hasta que despertaste al sueño de los psicoanalistas, esos seres que escudriñan lo más turbio de nuestra mente. Ya no es interesante lo que seguirás diciendo para convencerme… cánticos de sirena para provocar mi naufragio.
Hay veces que soy tan ciego que sólo veo sombras a mi alrededor. Cuando abro los ojos, esas sombras muestran perfiles que me horrorizan. Sobre las sombras puedo imaginar ángeles; sobre las figuras reales, sólo puedo preguntarme: ¿y dónde están sus alas? Las figuras reales son como ángeles amputados, amputados hasta del alma, pues que el alma de la que ellos presumen, sólo es el lecho donde refugian sus miedos. Si arrancándome los ojos pudiese ver sólo sombras, me los arrancaría. Pero me temo que también tendría que arrancarme los sentimientos, y estos no sé dónde nacen dentro de mi cuerpo.
(JDD 2002)

CANSANCIO. 
A veces me domina el cansancio. No es un cansancio físico, que a mi edad no sería motivo que me impulsara a glosarlo. No va por ahí la cosa. Todos los análisis dicen que estoy bien; un poco alto el colesterol.
Mi cansancio es anímico. No tengo grandes afectos a los que pasar revista cada día para ver si cumplen con lo que se espera de ellos. Creo que tampoco por ahí estaría el diagnostico que un psicólogo me ofreciera después de unas cuantas sesiones de transferencia.
¿ Qué es, entonces? Veamos cómo transcurre un día cualquiera de mi vida, para intentar descubrir la razón.
Me levanto casi sin haberme acostado. Mi cabeza no está en ningún objetivo programado ni tampoco previsto. Por unas horas voy de acá para allá, algo zombi. En un momento cualquiera que paso por delante de mi estudio, me decido a entrar. El ordenador está apagado; los libros están quietos en las estanterías; la amplia ventana me ofrece la visión de un sol espléndido en el campo que se extiende al otro lado. Está comenzando la primavera, y ya todo se prepara para adornar el escenario donde discurre mi vida. Debería considerarme un privilegiado. Me siento en mi sillón giratorio con respaldo y comienzo a mirar desinteresado todo lo que está al alcance de mi vista. Repaso los libros y sus autores. Tengo demasiados libros y demasiados pocos leídos completamente. No tengo interés por ellos. Todos me parecen testimonios de los fracasos del hombre; unos porque quieren decir algo y finalmente resulta que no dicen nada; otros, porque de entrada no pretendieron decir nada; otros, porque no he averiguado si finalmente dicen algo; otros, porque no sé por qué los tengo ahí y no los quemo… En todos ellos veo la ilusión frustrada de sus autores. Quizá por eso no quiero que entre ellos esté mi único libro editado. No los toco y aparto la vista. De forma inconsciente pulso el encendido de mi ordenador. Espero mirando que se cargue mientras miro al otro lado de la ventana. Todo está quieto, esperando no sé qué. Nada atrapa mi atención y bajo la vista. El ordenador ya está listo. Me quedo un instante mirando los iconos. Dos golpes de ratón y se abrirá el que elija. No es hora de tarifa plana, pero tampoco será tanto el gasto de teléfono si miro qué hay en la bandeja de entrada del Outlook, del Yahoo Messenger, del ICQ, de las Noticias de ultima hora en cualquier periódico… Pulso conectar y voy abriendo los diversos medios con los que cuento para extender mi espíritu más allá del horizonte que se me muestra al otro lado de mi ventana. Y siento la misma sensación que poco antes tuve mirando mis libros… incluso cuando de quemar se trata, no sé por qué no quemo las inútiles esperanzas que están del otro lado. Apago el ordenador; no encuentro la razón que buscaba; quizá lo intente de nuevo por la noche, cuando el costo del teléfono es mínimo y pueda insistir sin parecer un estúpido. 
(JDD 2002)

Pasos por la vida. 
Me puse a andar con pasos cortos. No temía caerme, pues que no era consciente del peligro. Además, el suelo era generoso, y siempre salía al paso de mi caída cuando no eran los brazos de una mujer; los del hombre estaban ocupados en otra parte y sólo venían a mí para levantarme del suelo. 
Me puse a andar con pasos largos. No temía caerme, pues amaba el peligro. Además, si caía, siempre me levantaba; los brazos de una mujer me impedían quejarme; el hombre sólo me pedía ser hombre. 
Me puse a andar con pasos cortos. Ahora temo caerme, consciente del peligro. Además, el suelo es abrupto o excesivamente deslizante. La mujer no está para ayudarme. El hombre está en una encrucijada. Aunque llegue un viajero amigo, no podrá indicarle el buen camino, pues que todos conducen a una nueva encrucijada. 
(JDD.2001) Una persona es algo odioso. Ni siquiera se salva una persona en forma de mujer para un hombre o viceversa. No se puede hacer nada con ella. Una persona se nos escapa cuando creemos poseerla. Una persona nos atormenta cuando esperamos de ella sosiego. Una persona es ese referente obligado al que nunca llegamos. Una persona nos jode a modo sin ninguna contrapartida. Una persona nos abarca, nos estruja, nos saca todo el jugo, se lo bebe y escupe. Una persona nos mata, nos entierra y se busca a otro a quien matar y luego enterrar. Luego, si acaso, del brazo de su amante, nos lleva flores. Pero esto no es todo. Algunas personas se empeñan en que seamos felices, buenos con las demás personas. No se quieren enterar de que para ser felices y buenos con las demás personas, antes hay que «explicarles» que uno es una persona y que, por tanto, uno es algo odioso.¿Qué es ser una buena persona? ¿Ser una buena persona es una imagen o una
convicción propia? Creo firmemente que es una imagen; la cosa que proyecta
esa imagen no tiene la convicción de ser una buena persona. Y si quitamos
» buena», y nos quedamos sólo con «persona», ¿es una persona una imagen o una
convicción propia? Pues también creo que es una imagen; la cosa que
proyecta esa imagen no tiene la convicción absoluta de ser una persona. ¿Con
qué nos quedamos? Diría que sólo con la imagen de buena persona, o persona a
secas. Tanto si te esfuerzas en ser una buena persona o simplemente persona,
lo que estás haciendo es proyectar una imagen. ¿Y qué es una imagen? Una 
imagen sólo es imagen, (en contra de la primera acepción del diccionario,
que dice que imagen es una representación en un espejo, pantalla, pintura,
etc., de alguien o de algo), si es una representación mental de algo o
alguien. La primera no existiría si no existiese la segunda. Por tanto, ser
persona o buena persona, sólo depende de que exista esa imagen mental. Te
preguntas quién eres, pues ya lo sabes: eres una imagen porque yo (y
otros) tenemos en nuestra mente esa imagen. Pero eso no es mucho: tú tienes
conciencia de tu ser porque, a la vez, tú mismo tienes la representación
mental de nosotros, imágenes para ti. La conclusión es que una imagen no
vale más que cien mil palabras; en realidad una imagen no vale nada, por
cuanto sólo es algo contingente, de algo externo a nosotros, que nos
forjamos en nuestra mente. Fíjate, si seremos poca cosa, que hasta
 tú, hombre de presumidas (de presunción) convicciones, necesitas que se te
» explique». Y ya me dirás que explicación te puede dar una imagen.
Y todo esto que arriba digo, ni yo mismo me creo, aunque, eso sí, debe
dar una imagen de esas que pasan a la Historia. ¿Pasará? 
(JDD 2001)

No sé si lo que yo digo, aquí y allí, es importante y qué
importancia tiene. Normalmente no digo las cosas para que sean importantes
para alguien; no soy dogmático ni doctrinario, ¡dios me libre! Sucede que
siempre que escribo intento decir algo que suene a nuevo, que haga como
mínimo pensar. Mal intento de ser escritor el mío si abundara en lugares
comunes. Por supuesto, que cuando alguien, como tú, encuentra en lo que
escribo algo importante, y me lo dice, inmediatamente pienso: esta persona
tenía dormido en sí mismo eso importante; yo sólo se lo he removido, y ya es
suyo, ya lo tienen a su disposición. No estar de acuerdo con algo que digo,
tiene el mismo proceso, y digo para mí mismo: esta persona no «ha necesitado» 
lo que he dicho, por eso lo rechaza. En definitiva, creo que no
debemos admirar a nadie que nos aporta algo nuevo y que lo incorporamos a
nuestras convicciones, porque sólo ha hecho que nuestras neuronas se pongan
en movimiento, preparadas previamente para recorrer el mismo camino. Estoy
de acuerdo con… Cómo no lo había pensado… Creo que tienes razón…
etc., son expresiones que demuestran otras tantas ocasiones de descubrirnos
a nosotros mismos.
(JDD 2002)

Cada uno, y de forma personal intransferible, sabemos qué hay de autenticidad en nuestras declaraciones. Los demás no podemos especular sobre si son o no auténticas. Podemos creerlas o no creerlas. Y el que las emite, podrá considerarse satisfecho o no del efecto conseguido, según su intención. Las relaciones humanas son tan complejas, que para hacerlas posibles sin tirarse los trastos a la cabeza, es preciso un alto grado de consenso en las formas. Las formas son convenciones artificiales que los humanos nos damos para «entendernos». La credibilidad de uno se cimenta en un continuo ejercicio de veracidad en los comportamientos como realidad que acompaña a las manifestaciones. Si tú, por ejemplo, te comportas con la coherencia que declaras, has ganado un punto en la credibilidad posterior que te merezcas, y así sucesivamente. Por lo contrario, si haces una cosa y luego predicas la contraria, o viceversa, el punto que se te adjudica es negativo, y posteriormente te será muy difícil merecer credibilidad. Yo, escribiendo, puedo decir cualquier cosa y la contraria, pero eso no se contradice con el valor de mi comportamiento, que será por el que se me juzgue Aunque las declaraciones, por contradictorias, llamen a engaño, ése debe ser un problema del engañado, para bien o para mal, que montó la confianza-desconfianza sobre puras declaraciones. Debió esperar a tener un amplio repertorio de los comportamientos de esa persona y así habría alcanzado un alto grado de seguridad en saber cómo era; las manifestaciones engañan, los comportamientos, no.
(JDD 2002)

A mí, una de la estaciones que más me gustan es la del tren. No, no estoy
bromeando. La estación del tren, no sé, pero tiene algo de mágico. Por
cierto, ¿vosotros tenéis tren?. Bueno, pues suponiendo. Decía que tenía algo
de mágico. Cuando llegas, cuando partes, cuando esperas, en cualquiera de
esas ocasiones te parece estar en la casa donde se alojan los sueños; sueños
que te acercan, te alejan, te encuentras. Yo, en ocasiones, voy a la
estación del tren, con el solo propósito de ver llegar, partir y esperar a
las gentes, y me hago la ilusión de que llego, me voy, espero alguien; por
eso es mágico. Probad, si tenéis tren.
(JDD 2002)
Un hombre se acuesta con una mujer y piensa que eso es sexo; una mujer se acuesta con un hombre, sin mediar transacción, y piensa que eso es amor. Hasta ahí, es una constatación empírica. ¿Qué se sigue al acto de hacer el sexo-amor? El hombre ha satisfecho un deseo; la mujer comienza a tenerlo. El hombre pensará en otras cosas; la mujer pensará en exclusiva en el hombre. El hombre no pensará más en la mujer hasta que surja de nuevo el deseo de poseerla; la mujer pensará como una obsesión si posee a aquel hombre y necesita constantes pruebas de que es suyo. El hombre se mostrará distante; la mujer le pedirá cercanía. El hombre podrá, en ocasiones, ser condescendiente; la mujer se sentirá satisfecha. El problema surge cuando el hombre deja de ser condescendiente y se convierte en frío de afectos. La mujer, entonces, odiará al hombre que la hace sentir despechada. Sólo entonces, el hombre se da cuenta de que penetrar a una mujer, no es un acto de posesión suya, sino un intento de la mujer de poseerlo. 
(JDD 2002)

Literatura y autocensura. Esta mañana me vi impulsado a pensar por mi cuenta y riesgo en algo que no sé si es una mala sombra que nos acompaña o que tiene, en sí misma, una entidad no desdeñable. Me refiero a la autocensura. Entiendo, y que me corrijan, por autocensura, básicamente dos cosas: aquel control al que sometemos nuestros escritos en función de sus destinatarios y a aquel rechazo por las formas, más que control, que nos producen esos mismos escritos en nosotros mismos, cuando releemos lo escrito, o mucho antes, cuando nace en nosotros el impulso que nos mueve a escribir un determinado texto. Cuando esto último sucede, la obra nunca ve la luz y no veo necesidad de mayores consideraciones. En el primer caso, es obvio que el escritor no se constriñe a la hora de escribir lo que siente en determinado momento como inspiración, aunque siempre pensando en el destinatario al que va dirigido. Digamos que escribe “para” en lugar de “por”. Este escritor es un mercenario de la literatura. Pero cuando un escritor entiende que su libertad de pensamiento, proyectado en su creación, está por encima de la contingencia del lector, entiendo yo que en él se da el verdadero escritor, o por decirlo de otra forma, el auténtico escritor. Al creador literario no le preocupan las formas. Acepta impasible que alguien mire para otro lado ante su obra, como probablemente hace un pintor o el Creador supremo. Sabe que todos disponemos de una ventana para mirar y que unos querrán mirar y otros cerrarán esa ventana. Literatura, pintura, música interpretada por artistas de la danza de la pelvis, obras monstruosas del creador-idea llamado Dios, invaden las retinas de todo aquel que se asoma a esa ventana que constituye nuestra percepción. No sé que pensará Dios cuando alguien se atreve a reprocharle su mal gusto en ocasiones ni me interesa. Pero si a un escritor, que es el que a mí me ocupa principalmente, con endeble convicción en su más preciado tesoro, que es su libertad creadora, le reprochan su mal gusto y hasta grosería, aquellos que previa y voluntariamente se enfangaron en sus textos, lo más probable es que ese escritor quede castrado mentalmente para siempre y, o se convierte en un mercenario o deja de escribir. Por eso, todo aquel que se dispone a escribir, debe tener muy claro y firme si escribe por o para. El día que yo escribiera para, en lugar de por, bien merecido tendría que alguien me reprochara el que me autonombrara escritor, porque me habría convertido en un simple mercenario. De momento, no creo que eso pueda sucederme. 
(JDD 2002)

EL JUEGO
» Henos aquí hace un siglo, sentados,
meditando encarnizadamente
como dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.»Este fragmento, anónimo, magnífico en su simplicidad y terrible en su concluyente sentido realista, me impone una reflexión que va más allá de la pura conjetura sobre los motivos por los que me fue enviado. Todo juego es en sí lúdico mientras no se acerque el fin. El fin de todos los juegos es sobreponerse al contrario. No acabar con el contrario, sino darle la espalda en señal de victoria. Nada más placentero para el hombre que ignorar al hombre que fue su contrincante perdedor, aunque para guardar las formas le de por un momento la mano. Por eso, y porque yo aprendí de otros placeres no tan exquisitos, jamás juego, ni para ganar ni para perder, ni siquiera contra mi mismo.
(JDD 2003)

Eran las 8 de  la mañana. Me desperté. Sentí que su aliento maquillaba mi cara.   Esa noche habíamos hecho el amor tan frenéticamente que me quedé exhausta. Me dormí y soñé que seguíamos ensayando nuevas formas de extraer placer de nuestros cuerpos. Eran inverosímiles, pero conseguían que mi sexo siguiese lubricado. Le miraba como el que mira los misterios de una flor. Su rostro sereno, respiración profunda, ojos cerrados que no eché en falta; no quería que me viera, era como un cuadro que sólo se mira y no te ve. Analizaba todos los pliegues de su piel buscando huellas de su esfuerzo por complacerme. De verdad que le estaba agradecida. Cualquier hombre que no fuese un actor porno habría ido por la vía rápida en un orgasmo semi precoz. El no, se mantuvo en forma todo el tiempo que yo lo necesité, y fueron horas.  No recuerdo cuantas veces sentí que el placer me convulsionaba hasta ahogarme. Y lo mejor de todo era que aquel cuerpo jamás me fallaría, o quizá en algún momento tendría que hacer algo para mantenerlo en forma, pero nunca sería cuestión de desafección o que ya no tuviese nada que ofrecerme.  Me sentía afortunada después de lo que me había costado conseguirlo. Ansiedad, tiempo, temor, fueron los ingredientes en una espera que se me hizo eterna. Cuando al fin lo tuve cerca, temblaba como una jovencita frente al primer chico que le gusta.

Con torpeza lo desembalé; eran los nervios. Ya sólo me quedaba levantar la tapa de la caja. Me quedé extasiada mirando aquel cuerpo perfecto, nunca antes soñado ni en mis mejores delirios. Sobre el vientre había un manual de instrucciones. Ávida lo cogí y lo abrí. Enseguida comprobé que era fácil dominarlo: para empezar, conectarlo a la electricidad y apretar un botón, del resto se encargaba un sofisticado software. Los fabricantes habían pensado en todo, debían saber que los tiempos de espera son fatales para una lívido excitada. Me desnudé sin dejar de mirarlo. Lo tomé en mis brazos y me lo llevé a la cama. JDD2014

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