De la España nacional católica a la separatista

Es bueno, a veces, y antes que el altheimer se apodere de uno, recordar lo que fuimos y lo que, en un pis pas del tiempo, y eso si que debió ser un salto cuántico, llegamos a ser. Y no es historia, es presente dilatado.

La nube/iCloud me ayuda, y sin ella mi presente sólo tendria la extensión del ayer, con mucho el anteayer.

Mis colegas sudamericanos, con sus tic antimperialistas, desfiguraban la realidad de una España en transición acelerada y afirmaban que la España Imperial seguía soñando que un día había dejado a las Américas en la senda del progreso y del temor al dios único y verdadero que enseñaba la santa madre iglesia católica y romana. Lo cual, para los españoles, era considerado todo un meritorio ejemplo de conquista. Para ellos, en cambio, los sudamericanos con siete apellidos vascos, castellanos, gallegos, catalanes, andaluces, nada de eso nos debía dar motivo de orgullo, que la historia era otra, y no la que nosotros nos empeñabamos en hacer creer. Y para fijar más esa posición, opinában que no habíamos cambiado, que llevábamos, aún,  la Santa Inquisición como garante de nuestras más rancias costumbres.

Tuve que describirles con sucesivas estampas lo que era España, la España no tan diltada en el tiempo, sino la vivida por mí. Y así fue que escribí, comenzando por darles la razón para que se sinieran a gusto, para luego, como era mi costumbre, decargar una realidad que les hizo recoger velas y amarrarse a puerto.

¨Todo lo que recuerdo del baile y de su plástica corporal es lo siguiente:
Sucedía allá por los años sesenta de la era de Franco y en vuestra puta
madre patria. Los jóvenes iban al baile (todavía no se llamaba
discoteca y ellos se llamaban mozos y mozas). Se formaba un corro
heterogéneo a base de abuelas, madres, vecinas, solteronas,  y los bailantes que esperaban (ellos y ellas), todos mirando a los que bailaban ya dentro del corro, generalmente a ellas, tan separadas, que a nadie se le hubiese ocurrido pensar que eran lesbianas (Por cierto, la palabra lesbiana no se conocía, tengo un diccionario antiguo que no lo recoge) .

Ahora vamos al detalle.

Primera estampa: las relaciones más o menos sexuales

Las abuelas miraban a sus nietas, ora embelesadas, ora con cara de pocos  amigos, dependiendo de que la niña estuviese amarrada a un buen partido o a un pelao de tres al cuarto. Las madres, algo preocupadas por el sofoco que tenían sus hijas, cabeceaban a izquierda y derecha, o hacían un gesto de desprecio dirigido a la niña de al lado que estaba dando la nota; las vecinas cuchicheaban entre sí, sabe dios que maldades de unas y otras;.Las solteronas se palpaban la entrepierna condisimulo esperando su opotunidad. Los bailantes: ellos, buscando presa; ellas, con cara de corderas degolladas a la espera de que alguien las sacara a bailar. Y los que ya bailaban dentro del corro, a lo suyo: ellos como burros empalmaos, arrimando tea a la barriga enfajada de ellas, mientras ni la lavanda podía con el mal aliento a muelas picadas y bocadillo de cebolla, y  haciendo esfuerzos inútiles por zafarse de aquel abrazo de oso y no pecar de pensamiento.
Algunas pecaban,  pues a la menor ocasión desaparecían camino del pajar del  chorvo. Nueve meses después, si no había adelanto, celebraban la boda y el bautizo en el mismo día.
Para los demás, los suspiros y los calentones sin  otra refrijeración que  las pajas.  Ellas a seguir vírgenes como mandaba la Santa M.I.C.A.y R,. hasta el santo sacramento del matrimonio (otro día contaré lo que sucedía ese día-noche)
Nota al margen: En aquella época todos los bailables eran «agarraos», salvo
la jota con la que finalizaba el baile, que sólo la bailaban las madres,
alguna abuela marchosa, las vecinas y las solteronas desquiciadas de haber perdido la oportunidad.

Segunda estampa: el casamiento y noche de bodas

El prototipo de madre de la época,  había llevado hasta entonces y a rajatabla el principio de las buenas costumbres, que refiriéndose a ciertas cosas y en presencia de menores (para una madre de aquel tiempo su hija  era menor hasta que se casaba), los comentarios se acallaban con un «¡chiss, que hay ropa tendida!» Cuando una madre se avenía a hacer ciertas recomendaciones a sus hijas en materia sexual, que diríamos ahora, generalmente lo era después de casadas y poco antes de la noche nupcial, lo cual, y aunque en la mayoría de los casos ya resultaran superfluas (las madres nunca lo habrían sospechado), no dejaban de sorprender, por lo novedosas, a las atónitas jóvenes, tanto a una minoría que creían saberlo todo sobre esas cuestiones, como a las que no sabían nada de nada, que eran la mayoría. Como todo en relación al sexo era prosaico, (no teníamos poetas porque los habían fusilado) una de las clásicas advertencias era, por ejemplo, que cuando esa noche se fueran a la alcoba y luego a la cama, no olvidaran, ya de entrada , de decirle al marido que les daba miedo y que cuando «la cosa ya no tuviera remedio y fuera a más», (son las expresiones que se usaban) no dejaran de chillar haciendo ver que les dolía, de esa forma ellos estarían persuadidos de ser los primeros, cosa importante para tener de ellos el debido respeto y estima posterior. Así, ni más ni menos, con esas palabras y sin más aclaraciones. Pero claro, sólo algunas entendían lo que sus madres querían decir, y en su momento, si se daba el caso, procedían con los remilgos y posteriores chillidos aconsejados por sus madres respectivas. Probablemente obtenían el efecto esperado. Pero otras, menos espabiladas, lo entendían mal, y los temores ya los empezaban a manifestar nada más entrar en la habitación, y procedían a gritar nada más meterse en la cama, con lo cual algunos novios dudaban si sus novias estarían bien de la cabeza. Y, claro, lo que era un consejo se convertía en un inconveniente, ya que muchos aquella misma noche, ante la incomprensible actitud de sus jóvenes esposas, se marchaban de la pensión, o de la alcoba nupcial, confusos y desesperados, y se iban de putas a apaciguar el dolor de güevos que la sola idea de follar de verdad les había producido. La cosa, grave en apariencia, presumiblemente irreversible y digna de ser tratada por algún psicólogo, lógicamente tenía remedio casero a la siguiente noche, en la que el recién titulado marido, después de reflexionar y haber comentado el incidente con algún amigo íntimo y ya curtido en el trato con mujeres, hacía lo que éste o estos le habían sugerido y que era, a saber: que le diera dos hostias en la boca a la novia cuando empezara a chillar, al menos si chillaba que fuese por algo. Todo funcionaba como previsto y la esposa ya no se quejaba más que cuando se tenía que quejar, lo cual, entonces,  sí que complacía al marido, seguro como estaba de que, pasándolo tan mal su mujer, por fuerza no podía ser una puta. Luego supimos que no.¨

Tercera estampa. Lo que vino en acontecer

Una forera puso en duda que las cosas hubiesen camabiado. La saqué de dudas, auque el relato de  cambios tan radicales podía ser considerado com una manipulación interesada. No era fácil apearlos de sus fijaciones sobre España.

Y ya, aunque en la actualidad nada es sorprendente, y el masivo turismo que visita España lo podía refrendar, el salto cualitativo, cuantitavo y desparrame general,  sucedía como describí entonces, hace más de 20 años.

¨Pues sí, chica, puedo contar lo que pasó. Pero hubo de pasar algún tiempo.
Verás:
Muerto Franco, se dejó de ir a Francia a ver El último tango de Marlon
Brando y no recuerdo quién como tanguista partenaire. Y aquí se desmadró
todo. De tal forma, que la España pacata del nacionalcatolicismo se
convirtió de la noche a la mañana en el país más «avanzado» y tolerante de
Europa. Parecía una carrera contrarreloj para recuperar el tiempo perdido, y
tan rápida era la carrera, que fácilmente la gente se pasaba del control.
Comenzaron a salir las putas a la calle y a plena luz, con sus provocadoras
vestimentas (hasta entonces estaban recluidas en lugares específicos y
vigiladas por la policía); se anunciaban en los periódicos y hasta en la
televisión, junto a gais, lesbianas, estudiantas, chaperos y viudas muy solas y muy cariñosas, decían. Se prodigaron los divorcios como si fuera una llamada a una  estampida. Se hacía el amor en cualquier parte: en los jardines, en los coches, en la playa, en el ascensor, en el autobús si iba muy apretado de viajeros. Comenzaron las lecciones de educación sexual en las escuelas; en ocasiones con clases prácticas con muñecos y muñecas. Cine porno a media noche en la televisión y las 24 horas en las salas X comerciales. Revistas,
publicaciones eróticas y porno duro, se exhibían en los kioscos desplegadas
a la vista del paseante. Los jóvenes ya no se casaban; se unían en pareja y
vivían en apartamentos. Se abrieron sexshops al lado de las iglesias, y en
locales donde hasta entonces se habían vendido estampitas y crucifijos (no
lo pongas en duda). Y algo «increíble», la Iglesia empezó a mirar para otro
lado. Se puso en televisión, y a cargo del Estado, un eslogan publicitario
que decía: «Póntelo, pónselo», y aparecía un condón animado, bailando una
danza erótica. Eran ellas las que lo llevaban en su bolsito, como una cosa
más, para mantenerse alejadas de lo que se empezó a llamar «embarazo no
deseado»; a ellos, irresponsables según la ley,  eso les tenía sin cuidado y preferían hacerlo a pelo. Las madres, por si acaso, ponían la pastillita en el desayuno de sus hijas.

Se abrieron playas nudistas, clubes de intercambios; triangulaciones, camas
redondas, préstame a tu esposa este fin de semana. Los artistas más
cotizados en la Televisión, en lugar de los recios héroes de la España
imperial, las folclóricas y los toreros, fueron los travestíes, los
maricones que venían de por ahí y las putas de alto standing, que también
venían de por ahí. A todo esto, de la España franquista que presumía de
tener una tasa de natalidad igual a la de un subpais africano, pasó a ser la
más baja de Europa: 1,3 por pareja. Eso, según los expertos, se debió no
tanto a la planificación, sino al hecho de que se llegaba a la cama de
matrimonio con la batería descargada en otra parte, y en lugar de hacer el
amor con la santa, se justificaba con el «vengo rendido del trabajo,
cariño». A ellas le dolía la cabeza. Luego no sé quién, americana, que hizo   una encuesta entre las mujeres casadas, sacó como conclusión que los españoles eran los que menos y peor follaban del mundo occidental.
Para qué seguir contando, mi estimada amiga. Sólo un cosa más: Los-las como
yo, perdimos la mayor ocasión que vieron los siglos. Ya no nos atrevimos a
incorporarnos  al niu uey of laif por temor a hacer el ridículo. Ahora las
aguas están más encauzadas, y tan sofisticados andamos, que, fíjate, se
folla por Internet, pagando con tarjeta VISA. ¡Tiempos!¨

Por lo demás, y ahora estoy en el presente, España, la España una, grande y libre, anda a vueltas con fenómeno impensable en el reciente pasado: El separatismo. No ocupa mi atención como para describirlo, así que  dejo a otros que lo hagan, si creen que merece la pena.

 

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