Del amor unilateral

Tenía 21 años, los sueños rotos, las esperanzas todas. Era un ingénuo. No imaginaba que la vida no se conquistaba a golpe de imaginación, sino de realismo. Y un catálogo de realismo ya lo había llevado a cabo al pie de la letra: la miseria, el desencanto, el amor sin metas, alguna decisión heróica…

Con 21 años no hay nada ganado ni perdido; tampoco se juega a una cosa o a la otra, sólo se deja uno llevar.

Había ganado y ahorrado algun dinerillo lavando platos en un restaurantre de Estocolmo y llenando sacos de guisantes en una fábrica de alimentos en el sur de Suecia.

Esa fue la salida que le dio a su fracaso como universitario, en una carrera interrumpida por falta de medios, incluso para comer y alimentar un cerebro exigente.

Ya sabía francés, por haberlo estudiado en el colegio: Ya sabía sueco, por haberlo estudiado con una sueca en la mejor de las aulas, pero el inglés sólo comenzaba a hablarlo y a mal entenderlo.

Con el dinero ahorrado se sintió un viajero privilegiado, antes todos los trayectos los había hecho en auto-estop. Tomó un tren hasta Francia, luego un ferry hasta Inglaterra, luego un autobús hasta Edimburgo. Y alquiló una habitación a media hora, andando, del campus universitario.

Había una cafetería siempre repleta de estudiantes. Parecía el lugar idóneo para comer barato y para ligar alguna joven estudiante que estuviese dispuesta a dialogar por signos los pensamientos y con las manos trasmitiendo el lenguaje de los sentidos.

Era una joven menuda, rubia sin entera definición, vivaracha pues era escocesa. No era de esas féminas capaces de levantar cualquier cosa con sólo mirarla; era idónea para evitar la mayor parte de los inevitables momentos de silencio que se producen cuando se está en otra cosa. Se trataba de hablar, él para aprender Inglés, ella para atraer la mirada de su español de carne y hueso.

A los tres meses, los ahorros comenzaban a menguar peligrosamente y el joven creía haber alcanzado un nivel de inglés aceptable. Ya carecía de sentido continuar en un lugar elegido con la idea previa de ida y vuelta. La joven escocesa no pareció percibir el desenlace de aquel curso intensivo de lengua… inglesa. El tampoco veía que su decisión de regresar a su país pudiese ser una tragedia para la joven profesora. A esa edad se es bastante insensato con lo que siembras y no cosechas.

Un amigo, que había hecho en el campus en sus horas libres, le escribió tiempo después en una postal lo siguiente: (traduzco) «Querido amigo. Después de tu partida, Ana cayó enferma víctima de una gran depresión, de la que le han quedado secuelas irreversibles. Todos sabemos que no supo entender y asimilar que te fueras. Nadie aquí te reprocha nada. Sólo te lo digo por si quieres compartir su dolor.»

Fue un detalle. No es frecuente, pero sólo compartiendo el dolor se reduce la culpa.

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