No había oido hablar de ti, o quizá sí y pasaste a ser rescoldo de mi olvido. Demasiada mujer para este soñador con insomnios frecuentes que interrumpen hasta las mejores escenas de amor. Y si nunca estuviste, como si no quisieras pasar desapercibida para ningun hombre, hoy alguien te ha presentado justo al alba, entre dos luces, a este hombre que te tenía ignorada. Leo su crónica y veo en su autor esa pasión impostada que todo escritor intenta deslumbrar con ella la verdadera figura del personaje. De terlo delante le habría dicho:»Cabrón, te vales de esta mujer para tu lucimiento personal». Porque después he leído otras cosas de ti, buenas y malas. De ti se ha dicho todo: Diosa, puta, artista del cosmos ¿…?, insensible, apasionada, revolucionaria de lo establecido como norma, amada por los miserables y odiada por los poderosos, ninguneada por los poetas de justas poéticas y pintores de galerías de arte y canapés. Sí, todo eso te ha rodeado mientras te extinguias sin que en tu tiempo nadie echara mano de oficio para buscarte un lugar más allá del éfimeto sol y colocarte en la eternidad, aunque sólo fuese un símbolo.
Y esos ojos que parece me están mirando incrédula, yo los miro como si fuesen lo único que de ti vale la pena, lo único que nadie entonces ni ahora, quizá nunca, pondrán en duda, porque sería como negar la esistecia del Universo.
A partir de hoy, con permiso de mi flaca memoria, me despertaré cada día, y al abrir mis ojos no quisiera ver otros que los tuyos.
P.S. Escribí lo anterior sin darme cuenta que pecaba de lo que censuraba. Nunca un escritor, mejor o peor, podrá sustraerse a un cierto lucimiento. El mío ha sido evidente cuando termino mi escrito con una aseveración que estoy lejos de sentir. Los ojos de Nahui Olin son, ciertamente, bellos, pero no suficiente para que me hagan perder la cabeza.