Diario de una puta 2

Continúa, María, escribiendo su diario, lo hace en un papel con bolígrafo y lo deja en el buzón de mi casa. Sus vivencias me han parecido poco originales, pero pocas veces fueron contadas por la protagonista. Como es de suponer, María nunca pensó en escribir nada y menos publicarlo. Desde casa espié  su llegada al buzón, y salí a su encuentro. “Hola”, le dije, «¿qué metes en mi buzón?”. Se puso nerviosa,  y con palabras entrecortadas, me dijo: “es que… escribo mi diario y… me gustaría verlo en el interné.” «¿A qué te dedicas?”, le volví a preguntar. Vacila, pero no baja la cara. “Soy puta”. Un poco sorprendido de su franqueza, le digo para tranquilizarla: «Bueno, un oficio como otro cualquiera. «¿Y quieres que yo te lo publique?” «Es que una compañera dice que usted es escritor y que pone cosas en el interné.” «Vaya, no sabía que tenía lectoras que fuesen putas. Me alegro, ya sólo me falta que me lean maricones, y me daré por  satisfecho. Vale, ¿y cuánto tiempo va a durar tu diario?.» «Pues hasta que deje el trabajo.” «Muy bien, te editaré lo que me vayas dejando, aunque no sé si yo duraré tanto como tu trabajo.” 

Y así fue que comencé a poner el día a día de María en mi blog, nunca pensé en  la  colaboración de un personaje que se contaba a sí mismo. Podía ser interesante.

 

***

Ayer fue domingo. Los domingos baja mucho la clientela, parece que porque los hombres, mayormente, hacen vida en familia: salen a comer, van al cine, se reúnen con amigos, no pueden excusarse de llegar tarde a casa llamando a sus esposas por teléfono: «Cariño, llegaré tarde, tengo trabajo atrasado, cena y acuéstate. Dale un beso a los niños. Te quiero» ¡Qué bonito! Los que se acercan  por mi esquina los dias que son fiesta  son viudos, solteros y degenerados, pero si quitas los casados, la cosa  vaya que se nota.

Pero este domingo sucedió algo que ya me había pasado anteriormente, pero que no es igual, por lo que me afectó, a mí, que soy insensible a las emociones.

Yo estaba en la esquina observando pasar los coches, porque son de los coches de donde suelen surgir los clientes, que se paran delante y me hacen señas. Yo ya sé que si me hacen señas y va un tío solo (pocas veces dos), no es para que les indique una dirección. No supe qué pensar cuando pude ver al volante de un imponente coche a lo que, a todas luces, era un joven que a mí me pareció menor de edad. Ralentizó la marcha y,  ya a mi altura,  no me hizo la consabida seña, sólo me miró. No tuve duda que quería algo de mí y me acerqué: «Hola, chico, ¿puedo hacer algo por ti?» El chico bajó la vista y farfulló, apenas inteligible: «si quieres subir al coche te lo digo¨. Dudé, podía estar segura de que el joven era menor de edad, y yo tenía mucho cuidado con esto, que me podía caer un marrón de mil pares de cojones; vamos, la ruina. «Pareces muy joven, ¿qué edad tienes?», le pregunté. El chico, levantando la cara me miró de frente y me respondió: «tengo dieciocho años recién cumplidos, ayer fue mi cumple». Para asegurarme, le dije: «¿Me dejas que vea tu carné de identidad?. Metió la mano en el bolso de su pantalón, con dificultad al estar sentado al volante del coche. Al fin consiguió sacar una billetera y de ella extrajo el documento, me lo enseñó,  lo cogí y comprobé que, efectivamente, recién había cumplido los 18 años; era mayor de edad para según qué cosas. Le devolví el carné, volvió a tener dificultad para guardarlo, y esperó mirando al frente. «Bueno, me voy al otro lado y te acompaño, tú dirás qué  puedo hacer por ti, porque ya sabes lo que soy, ¿verdad?» «Sí,  puta», me dijo volviendo  a medias la cara hacia mí. Pasé por delante del coche, abrí la puerta del copiloto y me senté en aquel asiento que era mejor que el sofá de mi apartamento. «No me gusta que me llamen puta, que para eso tengo un nombre, me llamo María, ¿y tú?» «Yo me llamo Ernesto». «¿Este coche te lo regalaron por tu cumple?»,  le seguí preguntando. «No, es uno de los que tiene mi padre», pero desde ayer me lo ha dejado.» «¿Y tienes permiso para conducir?» «Claro, desde los dieciséis años. » «Bueno, pues vamos a un sitio tranquilo y me sigues contando. Gira en aquella rotonda y tomas la calle primera a la derecha, verás unas naves, en la primera entras por detrás». El chico, dócil como si fuese mi conductor particular, se puso en marcha, atento a no equivocarse. En el trayecto, que era corto, no hablamos, yo le miraba de vez en cuando su inexpresiva cara y él nunca me devolvía la mirada. Apenas se afeitaba la perilla, vestía de tienda chic, imaginé que tenía pasta para pedirme cualquier cosa, y no le pregunté si tenía para pagarme.

Llegamos a la trasera de la nave, era un lugar oscuro que yo frecuentaba con algún cliente que quería una mamada rápida y largarse.. «Bueno, tú dirás qué quieres hacer conmigo. Podíamos ir a la habitación, pero supongo no quieres dar publicidad. Aquí, en el coche y con estos asientos… también se puede hacer algo» El joven no me respondió. Conocía precedentes de clientes tímidos a los que era difícil sacarle las palabras, así que comencé mi trabajo. Puse mi mano en su entrepierna y noté que el chico ya estaba en forma. «¿Es la primera vez?, pregunté. «Sí», me contestó lacónico. «Echa el respaldo para atrás», le indiqué. El joven pulsó una tecla y casi puso horizontal el asiento. «Déjate hacer, porque imagino que no me vas a pedir ninguna fantasía.» Calló mientras yo le desabrochaba la bragueta y dejaba al descubierto su polla. Era de tamaño regular, más bien pequeña, pero la tenía dura como un palo. santo Acerqué mi boca, aquel lugar que hasta estaba perfumado, no como acostumbraba a sufrir en otros.  Toqué la punta de su cosa con mi lengua y oí como gemía mientras envaraba su pelvis. Dos segundos y el chico se corrió como la manguera de un bombero. Nunca había visto algo igual. Saqué un clínex de mi bolso y lo limpie, también algunas salpicaduras en mi cara. «Chico, qué rápido» No me contestó, se incorporó, se abrochó deprisa la bragueta,  supongo avergonzado . Me prgunto:”¿cuánto?” Lo miré emocionada y le dije cogiéndole la mano: “la voluntad, chico, esto no entra en mi tarifa”.  Metió de nuevo la mano en el bolsillo, y con la billetera en la mano, sacó de ella un billete de cincuenta euros que lo depositó en mi mano. “Es mucho”, le dije. “No importa”, me contestó. Lo dudé un istante y lo guardé entre mis tetas . Me devolvió a mi esquina. Iba salir, cuando el chico se acercó tanto a mí, que pude oler su aliento. Quería besarme en la boca. “No,  chico, no, deja eso para cuando estés enamorado.”  Se separó lentamente y se quedó inmóvil. Abrí la puerta y sali. El chico y el coche desaparecieron,  y yo me fui a casa. Aquel dinero era más de lo que sacaba en los dia que trabajaba a pleno rendimiento, no podia manchar aquel recuerdo, al menos por un día y  que a mí me parecio tan hermoso que pensé era un sueño.

En casa no me lavé como de costumbre, no quería que desapareciera aquel  perfume  del que me impregnó aquel chico.

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