Dibujando corazones, buscando nombres al amor, soñando con orgasmos secos, viendo amaneceres desde la cama, amándose desnuda ante el espejo, llorando esperas, la mejor disposición para ser poseída, el deseo antesala del fracaso. Pero, con todo eso, no fue suficiente para querer morir.
La esperanza, último recurso para la supervivencia, la mantuvo decidida a seguir esperando. 30, 40, 50 años de un calendario implacable, y siguió dibujando corazones, etc.
Una mañana decidió hacer algo nuevo, confiando en el resultado.
Aquello tampoco funcionó como esperaba.
Hoy tiene ochenta años, la esperanza algo decaída, pero sigue dibujando corazones, etc.