Sorprendente, alucinante lo que estoy viendo en el reportaje documental que emite la televisión. Los restos de una civilización que los arqueólogos datan en 1.500 años antes de la era cristiana hasta 1.000 años después. Pero lejos de mi intención describir lo que allí permanece a duras penas debido al tiempo, la indiferencia y al saqueo. Google informa profusamente de todo, lo que ha aflorado y las especulaciones humanas que lo justifican, todo fascinante si así fue.
Doy por cierto todo lo que se cuenta para mi conclusión personal. Si para algo positivo sirvió la creencia en un dios o dioses que podían dar o quitar a los humanos de aquella época, según el humor que les provocaban sus criaturas, con sus gigantescos esfuerzos por mantenerlos contentos, los hechos superan toda calificación. Los tiahuanacanos se pasaron sin constatar lo que sus dioses les dieron a cambio. Tiahuanaco colapsó, quizá porque los dioses se cansaron de tanto sudor y lágrimas. Otros, con el mínimo esfuerzo, recogieron lo que les interesó para crear otras muestras de adoración a un dios diferente.
Quiero suponer que todas estas muestras, las más antiguas y las más modernas, obedecieron a la cretina idea de que los dioses o dios estaban o estaba siempre de mal humor y tenían que hacer algo para lograr fuesen o fuese la esperanza que les redimía de cualquier fracaso, cuando no del simple temor a su enojo. Hoy, de los vestigios que quedan de lo que se viene llamando aquellas civilizaciones, podemos evidenciar que el ser humano se superó cuando dioses o tiranos les impulsaron a crear lo que suponían podía satisfacerlos. Y nosotros, los escépticos, sólo les compadecemos por tanto esfuerzo, no por lo que fueron capaces de lograr, admirable, en todo caso.