Observa ese arroyo que nació de la lluvia o fue parido por la tierra. Dirás que ya lo has visto y que nada te sugiere. Piensa. Ese arroyo como metáfora, es la vena que fertiliza la tierra, de ella obtienes los alimentos que te permiten vivir. Ese arroyo, en constante búsqueda de vericuetos, terminará vertiendo sus sobrantes en el mar pero, antes, bañará los pies de una hermosa joven que, con la falda remangada, tratará de cruzarlo a la otra orilla. Al otro lado, un joven la espera pisando tierra firme. Ya ha buscado un lecho donde poseer a su amada. Cuenta los pasos que la acercan. Su virilidad se acentúa en forma de impaciencia. Pero el arroyo la quiere para él, y la joven se hunde en la trampa que ha tendido. El joven mira estupefacto cómo el cuerpo de su amada desaparece.
El arroyo sigue su camino hasta el mar, mezclan sus aguas, la dulce con la salada y desaparece. Y tú, que observabas ese arroyo, que nada te sugería, recordarás los versos de Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir»
Luego, tú mismo querrás cruzar ese arroyo, quizá para reunirte con la joven. O para consolar al joven que yace desolado en la otra orilla.