La joven Teresa era algo especial. No tenía amigas y, por supueso, tampoco amigos. Se pasaba el tiempo estudiando, leyendo, pensando; los amigos o las amigas suponían una distración para lo que ella llamaba «yo soy yo y mis circunstancias», frase leida en algun lugar y que la encontró afortunada para definirse.
Gustaba de pasear sola, siempre observando todo lo que quedada al alcance de su vista y resto de los sentidos, luego lo procesaba y lo incluía en su acervo personal, sin ningún tipo de duda. Quedó huerfana a tempan edad. Nunca fue a la escuela y mucho menos a la universidad, consideba que estas instutuciones sólo harían que su mente fuese direccionada segúan los cánones ya establecidos con el nombre de enseñanaza. Teresa creía tener un don especial para conseguir un conocimiento de su realidad y eso le parecía no sólo suficiente sino más provechoso para valerse en cualquier circunstancia que le presentara la vida.
Un día decidió salir de la ciudad donde vivía y adentrase en el campo con el prósito de estudiar la vida de otros seres ignorados por la mayoría de la gente.
Tomó su viejo vehiculo y, sin pensar en un lugar preconcebido, se adentró por un camino rural que, aunque de tierra, su vehiculo se adaptó a él sin contratiempos. Al comenzar su viaje, a los lados del camino había tierra de labor, con sembrados de estación, algunos pequeños arbolados que Teresa identificó como abetos, arboles que no tienen otro aprovechamineto que la madera, y a Teresa le sorprendió que aún no los hubiesen talado.
Muy cerca del arbolado, un joven pastoreaba una vientena de cabras. No causaban daño a los sembrados, era una zona de nadie. Teresa aparcó el coche a un lado del camino dejando expedito el paso para otros que pasasen por allí y se dirigió al arbolado, o quizá al cabrero.
El cabrero era un joven de parecida edad a la de Teresa. A medida que se acercaba, el joven que estaba sentado sobre una piedra, se volvio para ver quién era aquella persona que andaba por allí. Teresa no vio hostilidad en su mirada, y decidió acercarse él. Nunca había tenido a un cabrero tan cerca, quizá valiera la pena hablar con él si a ello se prestaba.
—Buenas, tardes, señor cabrero—le dijo al joven.
—Buenas tenga usted. ¿Qué le trae por aquÏ? — respondió y preguntó el cabrero.
—Nada en especial. Estos árboles con poca utilidad. Nunca hablé con un cabrero y me gustaría esta nueva experiencia.
—Pues usted me dirá qué quiere saber de mí. Los ärboles dan sombra en verano a las cabras. Ya ve lo que hago, saco a pastar a las cabras, las vuelvo al corral al atardecer, las que han parido las ordeño después de que alimenten a su crias y llevo la leche a una fábrica de queso que hay en el pueblo. Luego me voy a casa, hago la cena y a dormir. Asi todos los días, sin fiestas que guardar ni eso que ustedes los de la ciudad llaman vacaciones.
— Una vida sencilla, sí, ¿no tiene usted otras inquietudes?
—¿Inquietudes, eso que es?
—Me refería a que si no ha pensado que le gustaria hacer otras cosas?
— Mi abuelo fue cabrero, mi padre fue cabrero, yo no he conocido nada diferente a ser cabrero. Si vendo las cabras, no sabría que hacer con el dinero, lo gastaría y luego ¿qué?
—¿No fue a la escuela de pequeño? Aprendería a leer por lo menos, y no veo que tenga un libro para leer mientras las cabras comen.
—Sí, fui a la escuela hasta los diez años. Entoces vivía mi padree y era él el que sacaba las cabras. Mi madre falleció el día de mi parto.
—Vaya, lo siento, ¿quién cuidó de usted?
—Una hermana de mi madre, mi tía Luisa.
—Bueno, ya veo que la vida no le ha ofrecido otra alternativa. ¿Pero está usted contento?
—Como no conozco otra cosa, no sé si estaría mejor haciendo algo que no fuese esto.
—Lo entiendo. Pero ha pensado, al menos, que hay otras cosas que no son ser cabrero?
— Señorita, yo quiero a mis cabras, ellas me necesitan, sin mí no sé qué sería de ellas, sólo por eso no quiero otra cosa. Y usted, ¿a qué se dedica?
Teresa no supo contestar. En realidad ella no se dededicaba a nada pues había heredado lo suficiente para no tener necesidad de ocuparse a otra cosa que la que había elegido: pensar en sí misma y tener las ideas claras sobre su vida. No se reprochaba no haberse proyectado en la socidedad siendo útil en algún sentido. Ni era dependiente de nada ni nadie le pedía cuentas por no ser util de alguna forma para los los demás. Pero aquel cabrero le había dado una idea que de regreso a casa decidió poner en práctica. Se puso en contacto con una protectora de animales y se ofreció a acoger y cuidar en su casa a todos los gatos callejeros que le mandaran. Hoy apenas tiene tiempo para pensar en ella misma, por lo menos tiene en su casa veintitantos gatos, cuidarlos le ocupa todo el tiempo. Teresa ahora cree que su esistencia tiene sentido, ya todo lo demás que antes creía importante, ha dejado de serlo. Le faltó preguntarle al cabreo que pasaría con las cabras cuando fuese mayor y hasta muriese. Esa pregunta referida a sus gatos se la hacía ahora Teresa. Pero Teresa sí tenía respuesta a esa pregunta: dejaría todos sus vienes a una institución que se hicese cargo de ellos. Así de sencillo, a la vez que liberador de inquietudes transcendentes, inútiles por otra parte. Mark Twain había hecho buena su frase: “dos cosas son importantes para el ser humano, el día de su nacimiento y el día que supo para qué “
Encontró una ocupación que diera sentido a su vida y se olvidara un poco de si misma . De todas formas y según mi punto de vista podía haber elegido una ocupación más importante para la sociedad , teniendo en cuenta su buena situación económica.
Es una simple opinión , sin intención de molestar a nadie , ni provocar controversias.