Acabo de ver una película, “La Chica Danesa” . Confieso que no sabía de qué trataba. Pronto lo supe. El tema de la transexualidad, además de serme desconocido, siempre, cuanto menos, me pareció difícil de explicar en términos científicos. Que hay personas que no se sienten a gusto en el cuerpo en el que nacieron, es algo evidente. Que algunos tratan de subsanar los supuestos errores que la naturaleza cometió en ellos, sometiéndose a operaciones quirúrgicas de difícil pronóstico, también tengo noticias de esos casos. La película completa el círculo de la transexualidad, partiendo del descubrimiento del yo oculto, la insinuación pública, el convencimiento de reconocerse otro ser que el aparente y, finalmente, pretender corregir sus “defectos” orgánicos. Al margen de que la película se sitúa en un tiempo en el que la medicina no era la de hoy, y admitiendo que esa práctica quirúrgica hoy ofrece todas las garantías, hay algo que no entiendo de la película que comento. El-la protagonista después de serle extirpados los órganos masculinos, decide someterse a una segunda operación que la devuelva al estado de mujer que siente ser. Una vagina. Y, por qué no, quizá algún día un útero que le permita ser madre, completando, así, la función de mujer. No comprendo la importancia de una vagina, corriendo el grave peligro que supone el firme deseo de tenerla y la restringida operatividad. ¿Lo hace por ella o por la pareja masculina que forma, también, parte de sus sueños existenciales? La sexualidad tiene otros recursos que no se reducen a la penetración vaginal. La conclusión a la que llego es que los transexuales que se someten a estas prácticas, en las dos direcciones posibles, son seres heroicos, pero como todos los héroes, y recojo un frase hecha, son personas que no tienen futuro. El héroe de la película, basada en un hecho real, desde luego no lo tuvo.