Los Oscar

Los Oscar

Las películas cuentan historias, unas verosímiles, otras fantásticas; en ocasiones se basan en hechos reales. En hora y medio, más o menos, lo que cuentan las películas nos muestran un argumento. El argumento se desarrolla tan veloz, que el espectador sólo ve fotogramas, fotogramas en movimiento, pero no muestra el transcurrir real de un historia. El espectador tiene que imaginarse el enlace de la secuencias que saltan y saltan en busca de un final previsible o no, pero un final para que el espectador se vea fuera de la historia y apague el televisor o deje la butaca de la sala de cine.

Los Oscar son películas básicamente norteamericanas, una mínima concesión a películas de habla no inglesa. Las nominadas por la Academia suelen ser películas buenas, aunque no siempre las mejores. Ellos sabrán. Yo, ante la inseguridad que me da una película de la que no se habla, prefiero el posible fiasco de una película nominada a los Oscar, de la que abruma la información previa. Digo que he visto todas las películas nominadas, por uno u otro motivo, a Los Oscar 2016. ¿Y que pienso de ellas después de haberse fallado los premios? Veamos

El renacido, ganadores el director y el actor principal. Una historia que pretende ser real y sólo es una fantasía. Los límites de la supervivencia en la película se han puesto tan altos, que más que de humanos pareciera de dioses mitológicos. Bien premiado DiCaprio por su papel mitológico. Y bien premiado el director, Iñarritu, por haber sabido engañarnos con una historia irreal.

Spotlight intenta trasladarnos una historia basada en hechos reales. Comprime en algo más de hora y media unos sucesos que duraron años. La sensación es que todo tiene prisa para llegar al final, un final ambiguo, como no podía ser menos cuando es La Iglesia Católica la que se juega que en ese final no desaparezca de la faz de la tierra. Aquí la historia no importa si es verosímil o no, lo que importa es el hecho de dejar claro que la Iglesia es eterna.

Room es una película basada, fundamentalmente, en planos cortos de una admirable actriz, Brie Larson. El niño es un accesorio para que se luzca esta mujer. El argumento nos parece un deja vu de una página de sucesos. Como todas las películas, es una película que nos muestra los fotogramas de una historia que da la impresión que alguien cortó parte de la cinta y nos deja libertad de imaginar cómo comenzó.

La chica danesa es una historia con la que los escépticos sobre sexos ambiguos terminamos rectificando y comenzamos a aceptar que existen; lo de menos es tratar de justificarlos o no. Aquí vuelve el tiempo del cine a tener prisa. Es incoherente la transición de un hombre con toda la apariencia de sentir amor por una mujer a otro/otra en la que las hormonas se rebelan a partir de vestirse de mujer, y se sumerge de hoz y coz en el rol de una remilgada fémina que pone en peligro su vida para, mediante la cirugía nada segura, borrar de su cuerpo todo atributo masculino, y no le parece suficiente, que se expone a una práctica que para él/ella debe ser fundamental: tener una vagina. La conclusión no puede ser otra que la naturaleza ha dado un salto mortal casi sin tiempo para prepararse. Mi hija me dice que ha llorado con esta película; quizá el director sólo pretendía eso, hacer llorar. Remito al lector al escrito en esta misma sección: El héroe transexual.

En definitiva, el denominador común de las películas es llenar las salas de cine, que el espectador no termine doliéndole el culo de estar sentado, y si es sensible, que llore, que llorar es bueno cuando se llora con el mal ajeno, y que te permita como un mantra olvidarte de tu propia y anodina historia durante un par de horas. A esto llaman el séptimo arte.