El marinero rompe aguas

La mañana es fría, las nubes parecen querer cargarse de razón para descargar su llanto. De momento sólo ocultan el sol. El velero ya lleva días engullendo carga, casi toda de supervivencia. Su línea de flotación es  dos palmos por encima de la habitual, pero no parece quejarse. El joven, que hizo de su barco el objeto de su amor, del que cualquier mujer se sentiría celosa, llega al atraque. Le han llevado un par de amigos íntimos. Ningún familiar está presente. Él lo quiso así. Debe suponer que no agitarán pañuelos despidiéndole; ni siquiera corazones, que estarían ahogados de espasmos previos. No hay recomendaciones, ni siquiera palabras de ánimo. El joven marinero tiene su cabeza repleta de precauciones, de tácticas y de técnicas, pero, sobre todo, de una voluntad inquebrantable. “He de hacer esto antes de que pierda el impulso que me da la juventud; luego será tarde y me volveré conservador”. Y será así, pues la muerte sólo preocupa a los viejos. Le ha pedido a sus amigos que se vayan, y ellos han obedecido. No quiere demorarse supervisando todo. Cualquier detalle puede ser un pretexto para dejarlo para mañana, quizá para pasado mañana, y hasta es posible que para nunca. Suelta amarras. Las velas aún están recogidas. El motor auxiliar ruge. Ya no hay marcha atrás. Sale de la bocana del atracadero y enfila la hermosa Bahía de San Diego. El viento es escaso, cuatro nudos. Aún así, ha de ahorrar combustible y comienza a largar la velas. El velero responde cansino, como si no le apetecieran los 20.000 kms. que tiene por delante. Hasta ahora era un velero de paseo, y su dueño le va a exigir una prueba extrema. Poco a poco, la bahía va quedando atrás. El marino pone rumbo a las Islas Coronado, pequeños promontorios mexicanos que se divisan a lo lejos. Deberá dejarlas a babor e internarse en mar profundo si quiere aprovechar las corrientes marinas. El dios Eolo no parece entusiasmado y sólo resopla aburrido. El marino ha puesto el piloto automático para bajar al camarote y comprobar o leer los datos que le suministran los equipos de navegación. Todo parece en orden y se sienta para ojear la derrota. Antes de levantase, abre el cuaderno de bitácora que tiene delante y escribe todas las incidencias que conforman aquel día que comienza para todos de forma rutinaria, pero que para él  es el día en que su barco puso rumbo a una aventura soñada, un día que para bien o para mal marcará un destino. Y el padre del joven, que esto escribe intentando dejar constancia de lo que para él es una epopeya, tendrá que terminar aquí; su imaginación será suplantada por unos hechos que quizá sólo serán denominados proeza por los demás, sin mayor motivo para un canto épico. Seguramente no querrá que le tachen de fabulador, cuando la vida de su hijo está en juego.

José

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