El mosquito

 

Y me voy a referir a la hembra, ¡vaya por dios! Porque el macho no sé qué habrá hecho copulando, que se ha quedado tan consumido, que ya no levanta el vuelo, y allí donde se posa espera la muerte, muerte digna, en todo caso, pues ha dado todo por perpetuar su especie. Supongo que el placer fue intenso.

Pero la hembra, ¡ay la hembra!, llena de vitalidad, vuela incansable, especialmente en la oscuridad. Ha dejado al macho exhausto después de convertir su cuerpo en semen. La hembra es esencialmente chupadora. Lo chupa todo. Y no tiene boca, tiene una trompa que, ha voluntad, convierte en pico agudo, un aguijón poderoso, capaz de penetrar la epidermis de un elefante. Y posee unos sensores que ya quisieran, en proporción, poseer los cazas de guerra más sofisticados. Se complementan con unos ojos que detectan cualquier cosa en movimiento, y que su procesador central identifica como los aviones cisterna que llevan la sangre que necesitan. También tienen corazón, aunque no lo parezca dada su actividad, y falta por saber si albergan algún tipo de sentimiento.

Los conozco, aunque debería decir las conozco. Ellos, los machos, tienen poca historia: nacen y se desarrollan  hasta adultos lamiendo el néctar de las plantas. Su presencia sólo tiene un fin: fecundar a la hembra. Y esto debería ser glosado por los poetas: son todo amor, amor desinteresado, altruista, generoso. Cumplida su única misión , mueren en silencio. Hermoso.

Pero las hembras, después de extraer del macho todo el amor que poseían, desarrollan la importante misión de responder a su especie como se espera de ellas. También extraen néctares de las plantas, no lamiendo como los machos, sino chupando tal cual es su condición de exclusivamente chupadoras. Con esos néctares  alimentan sus tejidos y a su corazón. No he podio saber por qué no les basta con ese alimento,  y su capacidad chupadora ellas la focalizan en un objetivo único: chupar sangre. Chupar la sangre de cualquier vertebrado que pueda proveérsela . La necesitan, según parece, para la formación de los huevos y su posterior ciclo de huevos fecundados. Si no encuentran sangre, no pondrán huevos, y los machos no se verán atraídos por aquellas hembras estériles. Trágico.

Los mosquitos hembra tienen un sinfin de gasolineras donde repostar sangre: los seres humanos. Un poco complicado lo tienen porque, a mala leche, los humanos llevan todas las de ganar, provistos  con todas las armas defensivas con las que combaten a su enemigo.

Yo las odio, y no es cosa de misoginia. Y ellas me buscan y me atacan sin piedad. Mi ácido láctico debe ser de primera calidad y las atrae de forma irresistible. En la oscuridad, que ellas escogen para atacarme, sólo tengo un arma: esperar a oír su vuelo cerca de mis oídos y lanzar un misil en forma de manotazo. No sé si mi ataque es proporcional, porque ese manotazo impacta, inmisericorde, en mi cara como fuego amigo. El  mosquito  (hembra) vuelve a la carga, y esta vez lo consigue: una ampolla y escozor insoportable me indican que ella ganó la batalla. Y me pregunto: ¿los mosquitos que nacerán llevarán mis genes?

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