Elena y el Deja Vu

Helena buscaba en las profundas simas de su memoria una explicación que le permitiera comprender aquel fenómeno.
Estaba segura de no haber vivido nunca aquella experiencia. Pero, ¿cómo entender que, en varias ocasiones, especialmente cuando la vigilia se fundía con el sueño, su aparente realidad la transportaba a un idílico escenario, un lugar donde la naturaleza parecía recién estrenada, sin asomo del deterioro actual? Y en ese escenario, ella compartía la exclusiva pertenencia de todas los cosas con un hombre, pero no un hombre con aspecto más o menos bello según los parámetros de la belleza masculina. Aquel hombre tenía todos los signos de ser lo que los científicos antropólogos llaman en la actualidad un homínido. Un cuerpo nada atractivo, pues su corta estatura, cubierto casi enteramente de pelo, sus pequeños ojos, su boca grande y otros rasgos físicos le asemejaban más a un mono que a un humano. Y de ella misma, algunas imágenes imprecisas que había obtenido reflejadas en el agua le aseguraban que su aspecto no era el actual y que guardaban similitud con su compañero. Y eso no era todo. Helena revivía en plenitud aquella existencia sin memoria de un antes y un después.


Cuando Helena salía de aquel trance, corría al espejo de su baño y se miraba. Comprobaba que su aspecto nada tenía que ver con el que su cerebro le había presentado unos minutos antes. Y Helena, confundida, quería una explicación. Porque ella entendía que cosas así podían darse en el sueño profundo, una vez, quizá alguna más, pero esas y otras extravagantes imágenes que producen los sueños son imprecisas, no encadenadas de forma secuencial y temporal, y lo que ella experimentaba era el contrapunto casi perfecto de otra vida real.
Pensaba, Helena, si sería producto de la conjunción de dos informaciones: El Génesis que contaba la Biblia y las informaciones científicas que, en ocasiones, había leído sobre descubrimientos que señalaban a nuestros antepasados primigenios. Pero no podía ser sólo por esto. Sus sensaciones le impulsaban a creer que aquellas vivencias tenían componentes que ella jamás había escuchado o leído; ni siquiera visto en filmes que reconstruían lo que pudo ser la vida en los primeros tiempos, o en los muy lejanos tiempos. ¿Cómo explicar que ella y su pareja no se expresaran en la lengua que usaba actualmente y sí en otra totalmente extraña pero perfectamente inteligible cuando de comunicarse se trataba? Ninguno de aquellos sonidos podía reproducir después, pero recordaba perfectamente todo lo que se decían, y lo más sorprendente de esto era que sus conversaciones eran coherentes, aunque muy elementales. ¿Y cómo entender que en sus inquietudes y pensamientos no apareciera la menor alusión a un creador, al que le debieran su existencia y todo lo que disponían para su uso exclusivo? Pero todo esto, con ser inexplicable para Helena, no era suficiente para ser considerado algo digno de ser consultado con un psicólogo. Le parecía que haría el ridículo planteándole que le diera una explicación convincente a esa segunda vida rememorada, con tanto detalle, desde luego, pero producto de su imaginación quizá.
Un día que las escenas se repitieron. El salto cualitativo de una de ellas le hizo cambiar de opinión. Aquello ya no era puramente imaginativo. Helena se vio vieja e igualmente lo era su pareja. Pero ya no estaban solos. Una numerosa prole convivía con ellos. Eran de todas las edades, y todos con aspecto simiesco y que hablaban la misma lengua. Ni un solo aspecto de aquella vida se desviaba lo más mínimo de los comportamientos que ella y su pareja habían tenido cuando se veían solos, sólo algo nuevo y extraño apareció en sus vidas. Un artefacto vino del cielo que no era un ave gigante, se posó suavemente en una explanada del campamento y de él salieron unos seres que les parecieron extraños en comparación con ellos. Eran seres humanos, tan humanos como los actuales. También hablaban su lengua, también desnudos como ellos. Eran de diversas edades y allí se quedaron. El artefacto emprendió el vuelo y desapareció de sus vistas.
Helena ya tenía algo que al psicólogo le produciría, al menos, alguna extrañeza. Y decidió visitarlo.
Afortunadamente para ella, el psicólogo pareció prestarle mucha atención desde la primera visita. Helena, en varias sesiones, le explicó con todo detalle lo que le sucedía, y el psicólogo parecía no tener prisa para establecer un diagnóstico convencional.
Un día en el que Helena fue a la visita, que hasta entonces se había convertido en rutinaria, el psicólogo, en lugar de escuchar lo nuevo o repetido que tuviera que decirle, después de invitarla a recostarse sobre el diván donde había venido realizando la transferencias de su subconsciente, le dijo que se sentara frente a él, al otro lado de su mesa.
Y el psicólogo le habó así:
Tengo ya, Helena, la certeza para establecer el efecto causa de lo que te sucede.
Esta es una de las sensaciones que muchas personas experimentan y que no se explican, ya que es difícil explicar cómo una situación especifica que nunca se ha vivido, nos resulta tan familiar, que nos parece haberla vivido antes.
Este fenómeno es conocido como «Déjà vu», y es muy popular, porque por lo general nos hace sentir como si fuéramos transportados a épocas o sitios lejanos y nos hace tener la sensación de poseer poderes mentales extraordinarios…
Desde el punto de vista científico, hay un área específica del cerebro que se ha estudiado en relación a este fenómeno, conocida como el lóbulo temporal del cerebro.
El lóbulo temporal se encarga de labores diversas, como la adquisición de memoria reciente, por lo que alteraciones en esta área, como las convulsiones localizadas, podrían producir la sensación de experiencias ya vividas, lo que en realidad podría corresponder a almacenamiento en la memoria de imágenes, ya sea formadas a través de relatos orales, televisión, fotografías, etc. O inclusive creadas por nosotros mismos.
En conclusión, Helena, debo decir que tu caso no debe ser considerado como algo esotérico con visos de realidad. En otras palabras, que puedes descartar haber vivido otra vida, por más que todo induzca a pensar que así fue. Si esto que experimentas pudiese llegar a crear en ti algún tipo de ansiedad, veríamos la conveniencia de tratarlo neurológicamente.
Helena pagó los honorarios del psicólogo y regresó a casa. Tenía un deseo ferviente: saber qué sucedió después de que llegaran aquellos seres humanos.