estaba proximo el verano


Estaba próximo el verano. Había llovido fuerte la noche anterior y el río bajaba crecido. Un grupo de amigos salimos del Instituto. La tarde era aún larga y el río era para nosotros un objeto de deseo. Allí fuimos los tres, quizá cuatro, pero no recuerdo al cuarto. Cuando el río estaba crecido era imposible intentar bañarse en él; la corriente era fuerte y nuestros conocimientos de la natación muy primarios; apenas si nos sosteníamos a flote en aguas profundas. Por donde nos acercamos, el agua había formado una isla. De este lado sólo era un brazo de agua, una especie de asa; por el otro estaba el cauce principal. “Vamos a cruzar a ese islote”, propuso alguien. Nos quitamos la ropa, excepto el calzoncillo. Y metimos los pies en el agua para cruzar andando aquel pequeño cauce secundario. Recuerdo que notaba la fuerza del agua por debajo de mi pecho. A duras penas conseguía afirmar mis pies sobre el fondo. Íbamos los tres –o los cuatro- separados no más de dos metros, unos de otros. Mi amigo comenzó a desplazarse hacia abajo de la fila que formábamos y se le veía manotear con fuerza intentando incorporarse a nosotros. Sus pies no debían anclarse suficientemente en el fondo y su cuerpo era poco a poco llevado por la corriente. No apreciamos el peligro en el que se encontraba y él tampoco pedía ayuda; sólo manoteaba desesperadamente.
Fue en unos segundos que desapareció engullido por el agua. Llamábamos pozas a los lugares del lecho del río que eran más profundas que el entorno, siempre peligrosas. El desplazamiento le debió llevar a una de esas pozas y en ella se hundió para no volver a aparecer, ni siquiera una mano para señalar su posición a título de despedida.
Mi otro amigo y yo, medio envarados de la impresión, regresamos a la orilla de partida. Recuerdo la dificultad que tuvimos para alcanzarla. Una vez en tierra firme, miramos atónitos a la superficie del agua, aún sin creernos que nuestro amigo pudiera haberse ahogado. Esperábamos verle reaparecer. Estábamos tiritando, de ese frío que producen los malos presagios. No recuerdo todas las sensaciones que experimenté después. Pero una no se me olvidará jamás, fue cuando mi amigo y yo, después de recoger la ropa, fuimos a casa de los padres, y aquel grito desgarrador de la hermana, luego de la madre, de las vecinas, que velozmente llegó a todos los rincones de la ciudad.
El río lo devolvió al día siguiente, pero lo devolvió sin alma.
Y a nosotros, sus amigos, por mucho tiempo nos pareció estar viviendo un sueño. Luego, volvimos a atender la llamada del río. Los objetos de deseo cuando traicionan a los demás, se convierten para uno en un atractivo fatal del que es imposible escapar; piensas . que eso del azar no va contigo, porque si no contó contigo en aquella ocasión, la misma situación jamás volverá a repetirse.
Y así fue.