Lloras Arbol

Desde mi venta, a veces, contemplo un árbol de fronda verdísima, con aspecto de tener una salud envidiable. Ese árbol vivirá más de cien años, si no es pasto de las llamas. Sobrevivirá sin quejarse, incluso en un año hostil de pertinaz sequía. Para eso ha extendido sus raíces en el profundo suelo en una longitud equivalente a su parte aérea. Y debe tener treinta metros. Según me contó un viejo del lugar, ese árbol lo plantó su padre cuando él nació. Era un pequeño arbusto.
—¿Cuántos años tiene usted? —le pregunté
—Setenta y cinco años —Me respondió
—Luego ese árbol tiene setenta cinco años.
—Así es, quizá un añito más hasta que fue arbusto.
Reflexioné, luego que dejé al viejo. Ese árbol me sobrevivirá, incluso si alcanzo la edad de cien años.
Hoy me acerqué a ese árbol con una idea en mi mente. Con una navaja tatué en su tronco una pequeña inscripción: «¿Has sufrido alguna vez?».
No esperaba que el árbol me respondiera, pero me senté a su sombra y contemple aquella pregunta, repitiéndola mentalmente. Lo lógico era no esperar allí a que nada sucediera, pero como siempre que nada sucede en mi entorno, mi imaginación viene a suplir ese vacío con mil y una cosas; es mi mundo.
Así estaba, medio absorto, cuando, de pronto, desconecté la imaginación. Mis sentidos detectaban algo digno de considerar. Las escisiones que había practicado en la corteza del árbol brillaban. Luego comenzaron a cubrirse de un líquido lechoso, para más tarde éste deslizarse tronco abajo en pequeños hilos como arroyos en miniatura. De nuevo, y ante aquella visión, mi imaginación me volvió a mi mundo, donde sabía que todo era posible.
—¿Lloras? —le pregunté.
Y como si aquel árbol se incorporara a mi mundo mágico, me responde:
—Llevo viviendo más de setenta y cinco años y nadie me había herido hasta hoy. ¿Tú qué crees?
Le pedí perdón,  y me fui pesaroso de allí. Ya en casa, y para no sentirme mal, me dije que todo había sido cosa de mi imaginación, que aquel árbol ni había sufrido y por ello llorado, y que, por supuesto, no me había respondido a la pregunta que le hiciera. Pero no conseguía del todo salir de aquel mundo imaginario. Con una cuchilla de afeitar me hice dos pequeños cortes en uno de mis muslos. Brotó sangre y sentí un dolor agudo. Nadie me oyó decir: Viejo árbol, ya sé lo que has sentido.
(JDD 2003)