Escribir para el pozo del olvido


Abro mi blog, en el menú elijo nueva entrada, ya tengo delante el cajetín del título y el amplio espacio en impoluto blanco que espera lo manche con letras, palabras, frases que configuren un argumento. Me paro y concentro mi pensamiento saliendo del cuadro de la escritura. No me surge un tema que pueda desarrollar. Vuelvo a mirar ese cuadro que dejé virgen y me sorprendo. Todo lo que estoy diciendo aparece allí escrito. Recapacito, no soy consciente de haber tecleado nada, ¿cómo es posible? Debe ser mágico, un poder desconocido de mi mente. ¡Fantástico!, todo lo que pienso se refleja de inmediato como escrito. Me animo con todas las posibilidades que esa facultad me brinda. Todo lo que piense, todo lo que imagine podrá ser traducido a palabras, palabras escritas que perdurarán dejando lugar infinito a las siguientes. ¿Valdrá la pena? ¿Podré pensar y, consecuentemente, conseguir que lo que piense y escriba valdrá la pena? ¿Qué requisitos indispensables deberían acompañar a mis pensamientos escritos para que valieran la pena? En esta definición yo sólo puedo poner la voluntad, el resto habrá de ser propuesto por los lectores. Pero para que sus propuestas fuesen válidas, deberían ser universales. Así ha sido con lo que llamamos literatura universal, filosofía universal, ciencia universal, cualquier testimonio que hemos guardado como imperecedero. Después de está consideración, quizá maximalista, pienso en lo que he escrito, estoy escribiendo y quizá escribiré. ¿Valdrá la pena? ¿Les valdrá la pena a las dos docenas de destinatarios habituales de mis escritos? ¿Por alguna rendija se colará alguno de mis escritos enlatados para navegar eternamente por el espacio universal de la historia, ese burdel que ofrece placeres sin límite a cualquiera que desee despertar sus sentimientos dormidos, inanes para crear por sí mismos el catalizador que los despierte? ¿Debe preocuparme por la probable permanencia de mis escritos en este reducido espacio, sin rendijas por la que colarse más allá? A mi preocupación en este sentido le seguiría una sensación de impotencia. Trascendería de la anécdota de la que estoy siendo protagonista para entrar en el ámbito de la entelequia. Regresaría al pensamiento que se encierra en mi mismo buscando razones que sólo satisfacen a mis propias preguntas. En ese círculo me encuentro y nada puede romperlo, pero puedo seguir como si fuese posible, quizá sólo valga la pena para mí.

Releo, parece una confesión sin propósito de la enmienda, sin arrepentimiento.  Mi condena será seguir escribiendo para el pozo del olvido.

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