Hoy, la reflexión de cada día no puede ser otra. No se ha declarado la penúltima guerra mundial, los extraterrestres están en camino, aún muy lejos de la Tierra, los políticos, los fanáticos del deismo… todos, han prometido reconducirse.
Hoy toca hablar de un tema muy grave, de un Thriller sobrecogedor al que no podemos asistir comiendo de forma compulsiva palomitas de maíz, o de plástico, que todo llegará.
Evito copiar y pegar en este blog, mientras no lo necesite para dar firmeza a mi reflexión. Entiendo que una reflexión personal no puede consistir en coger aquí y allá aquello que la motiva y pegarlo como propio, porque no sería tu reflexión, sino otra cosa.
Tampoco debemos expresar siempre aquellas reflexiones que parten de una concepción endogámica del pensamiento: el yo me lo guiso y yo me lo como, o sólo con otros afines en concíábulos exclusivos; esa endogamia intelectual en la que un grupos de personas, con afinidades de pensamiento, y yo diría que intereses de todo tipo, intercambian, mayormente, ideas entre ellas, sin ninguna influencia externa.
Dicho todo lo anterior, anuncio que mi reflexión parte de un artículo leído en un periódico esta mañana. Necesito los conceptos que allí se exponen para que mi reflexión no parezca un exceso imaginativo. Creo firmemente que el artículo no es una especulación sino el resultado de investigaciones científicas concienzudas.
Se trata de las relaciones entre parásitos y huéspedes en el mundo de los insectos. Ya la palabra «relaciones» nos pone en guardia. ¿A qué tipo de relaciones se refiere, a sexuales, de convivencia pacífica… ? El artículo no se anda por las ramas , y enseguida nos saca de dudas:
«Millones de años de evolución han permitido la aparición de sofisticados mecanismos de algo parecido al control mental en el que las víctimas entregan sus vidas para beneficio del organismo que les ha infectado» .
Uno, llegado aquí, comienza a dudar si está leyendo un estudio científico o algo que se encuadra en la ciencia ficción.
Si, es el resultado de la observación de unos humanos que, violando las leyes de la indiferencia general, nos proporcionan unos datos incuestionables, por si queremos tomar nota y si no siempre para prevenirnos, al menos para no pasarnos de inconscientes.
El suicidio no es un accidente, es una decisión mental. Que unos insectos se suiciden partiendo de una decisión mental, no nos cabe la menor duda porque ya han sido observados y hasta filmados. Que animales se suiciden «para que los parásitos puedan alcanzar su objetivo». Vamos a ver. ¿ El artículo nos quiere decir que hay animales que deciden voluntariamente suicidarse para que otros seres se aprovechen de su suicidio? Parece rizar el rizo de la ciencia ficción.
Por si no queda claro que la cosa va en serio, continua el artículo aseverando que
«hay insectos que se quedan velando por la seguridad de las crías de su asesino ( se refiere a los parásitos) mientras estas le devoran por dentro» Pero eso, que parece ya una tomadura de pelo, no es tal, y que ya existe una ciencia,»la neuroparasitología, una rama que trata de comprender las bases biológicas de estas prácticas despiadadas.»
Ya no podemos sustraernos a un hecho espeluznante: una actividad neurológica de los insectos les condiciona a favorecer los intereses de sus huéspedes, los parásitos.
El tema es tan complejo, que no sé si lo estoy exponiendo de fácil comprensión. Hasta los científicos que se ocupan de este fascinante asunto, están realizando esfuerzos para explicarlos, cómo los que se llevan a cabo en la Universidad Ben-Gurion del Negev, en Israel.
¿Por qué existen parásitos, no parásitos que se pegan a la piel para succionar la sangre de sus portadores, sino otros que viven en el interior, acomodados en sus órganos? Lo sabemos, aunque no parece incomodarnos, salvo que escuecen.
Sigo leyendo, y me vais a permitir que reproduzcas íntegro el siguiente párrafo del artículo:
«Uno de los usos que los parásitos hacen de sus víctimas es el de emplearlos como medio para reproducirse y dispersarse. Es el caso del Dicrocoelium dendriticum, que comienza su ciclo en el hígado de animales como las ovejas. Allí ponen huevos que después son expulsados a través de las heces y pasan a infectar a caracoles que se alimentan de ellas. A continuación, los caracoles producen unas mucosidades que atraen a las hormigas y acaban infectadas por los parásitos. Mientras la mayoría de los parásitos se queda en el hemolinfo, la sangre de las hormigas, uno solo de los parásitos migra hasta la cabeza del insecto y, se cree, comienza a segregar algún tipo de sustancia química que sirve para controlar su comportamiento.»
Fijaos bien cómo termina ese párrafo: «uno solo de los parásitos migra hasta la cabeza del insecto y, se cree, comienza a segregar algún tipo de sustancia química que sirve para controlar su comportamiento.»
Alucinante para nuestro sistema de comprensión. Resulta que unos parásitos se organizan, intelectualmente, para que uno de ellos ejerza de punta de lanza de esa batalla suigéneris por la supervivencia de su especie y emigrar del hígado o de otro órgano a la cabeza de su portador, porque sin duda sabe que es allí donde debe dar la batalla final, convirtiendo a su portador en el caballo de troya que terminará por inclinar esa guerra a favor de sus congéneres. Por el momento sólo se cree. Ya veremos.
El artículo da ejemplos concretos, por si nos pareciera que nos está tomando el pelo.
En negrita, para que no se nos pase por alto, el articulo dice:
«Un tipo de avispas utiliza el cuerpo de una oruga para incubar sus crías y después hace que las cuide.»
Hace que las cuide? ¡Joder! exclamo, va a ser que también le piden que sean sus madres de alquiler, alquiler gratis, en este caso.
Y sigue:
«Una vez infectada, la hormiga sigue comportándose como una más de su colonia, pero cuando cae la tarde y el aire se enfría, abandona al grupo y se sube a lo alto de una brizna de hierba. “Una vez allí, se sujeta mordiendo con fuerza y espera a que algún animal la devore”, explican los autores del trabajo, liderado por Frederic Libersat. Si cuando amanece, la hormiga ha salvado la vida, regresa a su colonia y se comporta normalmente hasta que vuelve a anochecer. En ese momento, el parásito toma el control de nuevo y regresa a una brizna de hierba a la espera de acabar en el hígado de un animal en el que el parásito pueda completar su ciclo.»
¿No os parece que se está hablando de un mundo distópico ( me encanta esta palabra) existente, quizá, en algún otro lugar del ignoto universo?
Hay más:
«Otro tipo de manipulación mental entre insectos es el que permite controlar a las víctimas para que cuiden de las crías que les han inoculado. Esto se ha observado en varias relaciones entre avispas y orugas. Las avispas (Glyptapanteles), por ejemplo, inyectan con un picotazo sus huevos en las orugas (Thyrinteina leucocerae). Ya con los parásitos dentro, el animal se recupera rápido y continúa alimentándose. En su interior, hasta 80 larvas crecen durante dos semanas antes de perforar su cuerpo y salir al exterior. Una o dos larvas permanecen dentro de la oruga y, por un mecanismo desconocido, lo convierten en una especie de espantapájaros. Tomando el control de su organismo, le provocan unos espasmos que sirven para mantener alejados a los depredadores que podrían atacar a sus hermanas. Según los autores, este tipo de comportamiento supone una reducción importante de la mortalidad de las pequeñas avispas.»
De verdad, amigos, vivid tranquilos, si os parece, tomad esto como producto de mi mente adacabrante y seguid a lo vuestro. Y si después de leer lo anterior, aún os queda curiosidad por seguir profundizando en lo que os puede parecer un asunto apasionante que ignorabais, termino este post transcribiendo el final del artículo; yo ya no puedo más. Sólo pido que los parásitos okupas de mi organismo, no hagan mucho ruido.
«Las interacciones parasitarias se pueden complicar aún más. Existe un tipo de oruga (Maculinea rebeli) capaz de infiltrarse en las colonias de las hormigas Myrmica schencki. Imitando la química de la superficie de estos insectos el gusano es capaz de evitar sus defensas. Y no solo eso. Su imitación de los sonidos de la hormiga reina, le hacen ganarse las atenciones que solo esta tiene dentro de su colonia. De hecho, parece que es la propia hormiga reina la única consciente de la farsa y la única que trata a la oruga como si fuese el enemigo.
Pero estos astutos gusanos no están a salvo de otros parásitos con capacidades de control mental. La abeja Ichneumon eumerus encuentra a su futura víctima buscando colonias de hormigas. Cuando encuentra una, se acerca y, de repente, azuzadas por las sustancias químicas que recubren el cuerpo de la avispa, las hormigas que deberían defender su hogar de la intrusa comienzan a atacarse entre ellas. Aprovechando la confusión, la avispa se interna en la colonia y ataca a la oruga que se estaba haciendo pasar por reina de las hormigas.
Este tipo de comportamientos, frecuente entre insectos, tiene un ejemplo bien estudiado entre los mamíferos. La toxoplasmosis, provocada por el parásito Toxoplasma gondii, produce un efecto en los ratones parecido al de los Dicrocoelium dendriticum que hacen trepar a las hormigas a lo alto de briznas de hierba para esperar a ser devoradas. Los roedores infectados, a diferencia de lo que tienen por costumbre, se sienten atraídos por el olor de la orina de los gatos. De esa forma, el parásito logra pasar de ratones a gatos para completar su ciclo vital. Los parásitos producen este cambio de comportamiento produciendo quistes en el cerebro de los animales que producen una enzima que limita los niveles de dopamina. Con un exceso de este neurotransmisor en el organismo, los roedores se vuelven temerarios, algo que se ha observado en algunos humanos infectados por toxoplasmosis. Aunque la hipótesis aún plantea dudas, hay quien plantea que ese efecto es el recuerdo de una época en la que nuestros ancestros también eran comida para grandes felinos y los parásitos trataban de controlar nuestra mente para satisfacer sus necesidades vitales.»
Los párrafos del artículo mencionado que incorporo a este post son de Daniel Mediavilla, El Pais