Rescatado de la palabra muerta
El sol se oculta en la noche. Conjetura de presagios. El fuego prendió la llama. Pájaros desorientados. Los nidos deshabitados. Y los árboles que claman.
Tengo dos ventanas que me asoman al mundo. En una de ellas lanzo en destellos mis palabras y recibo imágenes de otros hombres; por la otra, esta vez mis ojos miran atónitos. No había sido así antes. Por ésta ventana buscaba hoy la calma a mis tempestades internas. El mar me quedaba a la espalda y no vislumbraba vida en el agua imaginada. Frente a mí, cuando la ensoñación me embarga, miro hacia el horizonte cercano; poso mi vista desvaída en las colinas y busco algo de vida, quizá para yo sentirme vivo. Todo, sin embargo, está quieto: las casas del pueblo, las rocas, los árboles, y hasta las luces vespertinas que alumbran las cocinas, los dormitorios urgentes. Todo está clavado como en un lienzo De repente, algo imperceptible parece que aletea. Si no fuera de noche diría que es una bandera flameando al viento. Una columna de nubes negras asciende hacia el cielo. ¡Es un fuego!, exclama mi mente racional. Y lo sigo observando, ahora preso de una cierta fascinación, a medida que el viento, ocasionalmente violento, sopla fuerte para animarlo. No parece que se extinga en sí mismo por falta de elementos nutrientes, sino que aumenta a velocidad inusitada. Ruido de sirenas, luces intermitentes se dirigen hacia el enemigo. Los hombres toman precauciones en la noche. El hombre se sabe solo y siente el aguijón de la supervivencia que le impide ser un héroe. Me figuro a Dios haciendo de Nerón, complacido del espectáculo. Y la montaña, antes cubierta de pinos, arde para enfriar aún más las almas de los hombres.De la no vida observada, he pasado a la contemplación de la muerte. Esta vez no son gentes humildes; es un hermoso pinar. Pero yo quiero saber si la muerte de un pinar es menos insoportable y dolorosa que la muerte de un pueblo, aunque éste sea inocente. Busco entre mis libros. Encuentro uno olvidado con un título: “Plantas superiores”. Busco, acelerado el pulso, en el índice: “Pino de montaña”. Hojeo hasta la página. “Sí, éste es”, digo mirando la fotografía. Y leo. “El polen escapa en la primavera de los sacos polínicos que están en la piña en forma de mazorca ( y pinta el símbolo de la masculinidad). Las escamas de las piñas (y dibuja el símbolo de la feminidad) capturan el polen y luego se cierran de pronto muy sólidamente. El tubo polínico no llega a los óvulos más que el mes de junio o julio del año siguiente. Fecundado el óvulo, la semilla estará madura hacia finales del mismo año”. El libro no dice si sufren, si lloran los pinos por las gestaciones interrumpidas, por los jóvenes retoños, por la desgracia de morir sin comprenderlo. Pero yo estoy seguro que igual que nosotros. Los pinos no escriben elegías, por eso yo lo hago por ellos. (J.D.D. 2001)