Hubo un tiempo en el que todos éramos jóvenes, quiero decir que no éramos viejos. Parece una perogrullada, pero se explica mejor si digo que por entonces no nos preocupaba el futuro, vivíamos el presente con cierta pasión. La vejez quedaba lejos y sólo la teníamos en cuenta como una contradicción con el fin de la vida.
Sin preguntarnos la edad, los dos sabíamos que existía un desfase en nuestras juventudes respectivas; unos 25 años, más o menos, que la precisión poco importa. Ella pareció tomarme en serio, yo a ella sólo la respeté. Nos encontrábamos a menudo bajo el epígrafe de la literatura, sin otras pretensiones que ir marcando nuestros respectivos caminos, veredas, senderos, nunca autopistas. Los dos sabíamos que nunca llegaríamos a una meta importante. Quizá porque yo había empezado antes a caminar, le llevaba alguna delantera, pero al no existir metas, esa delantera nunca parecía que yo la iba ganando. Ella, eso sí, me veía como el señuelo a seguir, yo nunca como la presa a cazar.
Hoy, ya la juventud convertida en anécdota, nos confesamos; no habrá penitencias por nuestros respectivos errores, simplemente hacemos balance de un pasado cercano al presente para que nuestras respectivas vidas no sean nostalgia ni desespero. Ella me habla de sicólogos que la tratan de depresión, yo de mi paso por los quirófanos. Ambas circunstancias se enmarcan en una existencia precaria de la que ya no saldremos fortalecidos, tampoco derrotados.
Yo, por eso de no verme acabado para ella, quisiera ofrecerle una pequeña meta: que yo pare y ella me alcance, y juntos, sin prisa, caminemos mirando hacia adelante; no habrá horizonte, pero compartiremos el presente que nos queda, ese presente que yo prefiero llamar «siempre es hoy». Esta es una confesión de parte, una mini historia jamás contada. Quizá, al final, no haya historia y sólo literatura, pero esta vez, confieso que mi corazón ha latido desbocado al escribirla.
Tu compadree esta de lo mas orgulloso de ti por lo prolífico que eres creando escritos e historias que solo, a mi entender, son producto de una mente muy clara y romántica de la vida. Sigue así que el final solo lo conoceremos cuando llegue, no antes
Alguien que sabía de letras y acertijos dijo que, para ser buen escritor, hay que aprender a contar mentiras verdaderas.
Has aprendido a mentir o sólo quieres proyectarlo…qui peut dire
Pareceme buen amigo , que has dejado ver algo muy interno y que en su dia no era importante . Hoy en cambio , aumenta su relevancia en tu interior.
Es posible sea una invencion literaria ,aunque quizas me gustaria fuera real.