Me quiero referir ahora a ese hombre que no puede ser otro, dado el amplio espectro de estereotipos, que aquel que la mujer busca y hasta reclama para sí por sus características peculiares, ya que no singulares, al menos singulares objetivas. Ese hombre que se ve seducido por la mujer, no por ser hermosa, de buena posición social o porque sea un romántico empedernido capaz de enamorarse de una escoba con faldas; ese hombre que convierte a su pensamiento en una especie de droga y su constante manipulación el vicio principal, de tal modo, que no vive sino para pensar y bastante menos para actuar consecuentemente impulsado por ese pensamiento. Podría decir que estoy hablando de mí, y de este modo tener legitimidad para definir sin teorizar. No lo sé con absoluta certeza. Si ese hombre tiene por costumbre, que podría ser necesidad vital, el expresar ese pensamiento mediante la escritura o la palabra y consigue un cierto predicamento entre mujeres ávidas de escuchar pensamientos que rompen con esquemas de conformismo y de incuria trascendente, ese hombre, digo, que tiene que encontrar un alter ego para canalizar sus pensamientos y se encuentra, sin buscarlo, con mujeres prestas a impregnarse de su personalidad para definir su propia sombra, tendrá que escoger entre el abanico que se le presenta, salvo que tenga otro vicio, cual sería dar rienda suelta a una vanidad que sólo se alimenta viéndose rodeado de admiradoras que pelean por abrirse un hueco en sus preferencias. Como no es este el caso y la persona que presento, pues de serlo su pensamiento se sobrepondría a una realidad que frena ese mismo pensamiento, la mujer que cumpliría con los requisitos únicos de ser el remanso donde descansaran las inquietudes de un hombre así, debería ser una mujer con una gran capacidad de escuchar, analizar sin ofrecer alternativas de superior entidad que conviertan en ridículas las ofrecidas por el mismo hombre, con criterio propio, no para ofrecer alternativas indiscutibles, sino discutibles y, sobre todo, que no haga de él una imperiosa necesidad de proclamar su posesión exclusiva. Si esas condiciones se cumplen en una mujer que se autoproclama admiradora de un hombre de esas características, necesariamente ese hombre ha de sentirse a gusto con la mujer y la convertirá en su confidente, hasta el punto de no necesitar a nadie más, con lo que cualquier debilidad vanidosa quedaría descartada. Si se analiza bien lo antedicho, supuesto que yo me haya sabido expresar, se verá que no se trata de encontrar una mujer que supedite su propia personalidad a la personalidad del hombre al que se une en espíritu, y más bien es el encuentro y comunión del alfa y omega que todo hombre y mujer buscan encontrar más allá de la pura contingencia de los sexos y de otras avideces. ¿Hay mujeres así? Mi pensamiento no me permite deducir otra cosa que si hay hombres así, necesariamente debe haber mujeres que los buscan. Suerte para ambos, que la necesitan más que en ningún otro caso donde el hombre y la mujer desean compartir espacios comunes.