Hoy, M.A. se va a realizar tu sueño de tirarte en paracaídas. Me lo cuentas, y confieso que me cuesta comprenderte. ¿Has pensado bien en lo que puede ser, más allá de la emoción, del miedo, del vértigo que esos tres minutos suspendido del vacío te van a hacer sentir? Es poco tiempo para que diseñes un plan que aproveche todo lo que significan tres minutos alejado del suelo. Pero si antes de tirarte ya lo hubieses soñado, los sueños son atemporales y pueden permitirte imaginar esos tres minutos llenos de contenidos. Y cuando toques de nuevo el suelo, se te harán presentes sin límite de tiempo. Serán contenidos recurrentes mientras el lugar en la memoria no se ocupe con otros que hagan insignificantes los primeros. No sucederá, a tu edad todo se vuelve previsible y anodino. Sucede a todos, no te revuelvas molesto mientras lees.
Como estarás pensando sólo en la maniobra y ya no te queda tiempo para ser trascendente, yo lo voy a hacer por ti. Espero que antes, durante o después, mis palabras se conviertan en la película que hará que esos tres minutos tú consideres que han valido la pena.
Sabes que el sueño ancestral del hombre fue volar. ¿Por qué el rey de la creación no poseía la facultad de los pájaros? Cuando la realidad se imponía, el hombre inventaba fábulas que le permitían abandonar el corsé de la previsibilidad a la que estaba condenado. Y así, Dédalo, amante de su hijo Ícaro, quiso que éste fuese contra su destino. Creó unas alas para él, y con ellas voló. Pese a la advertencia de su padre de no acercarse al Sol, pues se derretiría la cera que pegaba las plumas a su cuerpo, Icaro, ensoberbecido , desoyó a su padre y quiso acercarse al Sol. Icaro perdió sus alas y cayó al mar. Tú caso, en ligera semejanza con el ansia de volar de Icaro, tiene limitado el riesgo. Vas a volar, sí, pero desde el primer instante sólo volarás hacia abajo. Será como si la madre tierra te pidiera que vuelvas a su seno, que no pretendas salirte de tu papel, y que volar como los pájaros no lo previó la naturaleza para hacerlo con los hombres.
Durante esos tres minutos podrás ver muchas cosas que nunca pensaste podías ver. Verás alejados los objetos que te son familiares pie a tierra. Las ciudades indefinidas a vista de pájaro, las casas pequeñas e inimaginables como albergues de seres humanos, los viandantes insignificantes puntos en movimiento, las flores, los bosques, las tierras de labor como manchas de color sin vida. Todo se difumina en la distancia, y cuando digo todo, también me refiero a todo lo que al hombre le da certeza, placer o desasosiego. Y es que perdemos la real perspectiva cuando estamos en la proximidad de las cosas.
Por debajo de ti, en el primer minuto, puede que veas planear un águila, y más abajo una paloma a la que intenta atrapar con sus garras. Lo habías observado desde el suelo y no pensaste en cómo evitar el fatal destino de la paloma. Desde tu posición, esta vez superior al águila, habrás deseado competir con ella para hacer que desista de su cruel empeño, y no pensarás que la rapiña del hombre no necesita volar para matar las aves que se come. Tres minutos se acortan, y dejarás atrás esa escena previsible. Ya, a pocos metros del suelo, todo volverá a aparecer como lo recordabas, y la fábula de Icaro no habrá sido algo que quisiste emular para ti, tú sólo querías experimentar el vértigo de tirarte en paracaídas.
Pero si lees esto antes de tirarte, te aseguro que conseguirás algo fundamental que te acompañará el resto de tu vida cuando recuerdes tu aventura, y que yo sólo te quiero recordar ahora: que todo lo que existe, en la distancia es muy pequeño. Tú también, visto desde abajo mientras caes. Y lo digo por si no habías pensado que el realismo termina imponiéndose.