¿Quién coños es Julian Assange? De vez en cuando ese nombre aparecía en los medios. Un fugitivo huido de la EEUU, de Suecia, de algunos países más que le tenían ganas. Lo que para unos es malo, para otros es bueno, Rusia, por ejemplo. Diez años llevaba confinado en la Embajada de Ecuador, acogido a exilo político. Desde allí, utilizando su impunidad, siguió alimentando esa especie de altavoz que proyectaba mierda sobre los poderosos. Hoy, la Gran Bretaña, esa malquerida de los EEUU, ha conseguido aflojar las cadenas de terciopelo del Presidente de Ecuador, y se lo ha entregado al destino final: años de cárcel en los EEUU. Por bocazas.
Pero esto, que sólo es noticia, a mí me ha dado ocasión para mover mi teclado y escribir esta crónica, literaria, por supuesto.
Resulta que la madre, ¡ay, las madres!, ha estado luchando por hacer ver al mundo la injusticia que han aplicado a su hijo. Y esta sobrecogedora soflama, casi bíblica, contra el presidente ecuatoriano, es la que ha provocado que yo me interese más por el hombre:
«Ojalá que el pueblo ecuatoriano busque la venganza sobre ti, traidor sucio, engañoso y podrido. Ojalá que el rostro de mi sufrido hijo te persiga en las noches sin sueño. Y ojalá que tu alma se quede siempre en el purgatorio de la tortura, igual que tú has torturado a mi hijo».
Terrible de verdad. Pero, yo le digo: querida mamá, tu hijo ha estado jugando con fuego en una pantanal de gasolina. ¿Por qué no le advertiste: hijo, no juegues a héroe en un mundo donde los héroes sólo son utilizados y nunca elevados al Olimpo? Juegas un Monopoly sucio y te quedarás sin nada que te pertenezca, incluso la fama, porque ya se encargarán tus contrarios, incluso tus benefactores, de arrinconarte en el desván de los recuerdos olvidados.
Pero la madre seguirá en su lucha, previamente perdida.