La caridad injustificada

Iba por la calle con algun desino. La acera es ancha y se cruzan o adelantan muchas personas a las que no prestas atención. No fue así en esta ocasión. Un señora, de unos 45-50 años, no mal vestida y entrada en carnes, empujaba un carrito de bebé de buena factura; con toldo, y acolchado en su interior. Al llegar a mi altura, se plantó frente a mí impidiéndome seguir mi camino. No supuse nada, porque la mujer se dirigió a mí, y con voz angusiada, en un español recién aprendido, me dijo: «caballero, una caridad para darle de comer al perro». Ante petición tan inusual, bajé la vista al fondo del carrito,. y un perrro, algo mayor que un cachorro, jugaba con un mucheco de trapo. No tenia aspecto de pasar hambre, pues estaba rollizo como una bola. «Esta tía no debe estar bien de la cabeza», pensé. Me atreví a preguntarle: «¿Por qué en lugar de un perro no lleva usted un niño, esos carritos no son para llevar un perro». «Mi no entender», me contestó. Como no tenía forma de llevar un diálogo medianamente coherente con aquella mujer, sorteé su presencia y seguí mi camino. Había dado cinco pasos y me volví. La mujer estaba dirrigiendose a otra viandante, una mujer ya mayor. Mi sorpresa fue grande al ver que la intrpelada sacaba una monedas del monedero y se las entregaba. «¿Quién de las dos, la mujer y yo, se ha comportado como se espera de eso que llaman caridad?» La mendiga que usaba el perro para mover la compasión de los viandantes, mentía. Podía bajar los kiios de más que aparentaban sus rollizas carnes y alimentar a su perro con las sobras. No me sentí mal por mi actitud, me sentí mal por la señora que se dejó llevar de un sentimiento mal controlado, el de la caridad para sentirse bien consigo mismo.

Una respuesta a «La caridad injustificada»

  1. Quizás , o sin ella yo hubiese hecho lo mismo .
    Todos los días nuestro prójimo nos sorprende y uno ya pasa de casi todo .

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