Son la 2:41 de la madrugada. Dormía y tenía una pesadilla. Tanta convulsión me había producido, que desperté sobresaltado. De inmediato quise saber si en esta ocasión la pesadilla respondía a alguna vivencia real, que, luego, el sueño había magnificado. Mi vida era plácida, sin alteraciones notables, a mi edad ya casi estaba retirado de todo. Sólo podía ser lo que el sueño relacionaba con mi blog. Y aunque de los sueños casi no los recuerdas al despertar, en esta ocasión, ya despierto, pareció que acababa de ver una película. Una mujer croata había entrado en mi página. Por la razón que fuera, me había comentado algún escrito con un leguaje simpático que había obtenido de algún traductor malo. Por cortesía le respondía, aunque ya era reiterado y apenas aportaba nada al blog. Y fue a partir de algunos intercambios que la pesadilla comenzó a tomar cuerpo. Alguien había suplantado la personalidad de la mujer croata y, utilizando su lenguaje, me escribía comentarios soeces, amenazadores si no me avenía a sus exigencias. Me veía hackeado, peligraba mi buen nombre en Internet, mi relación familiar y de amistad, mi cuenta bancaria. Con un sudor frío me fui al ordenador, allí debía estar el motivo de mi pesadilla. Lo abrí y pulsé acceso a mi blog, en el Correo y Mensajes no había nada. Recorrí de un vistazo las Entradas, tampoco había nada relacionado. Abrí la sección Comentarios y tampoco había nada. Respiré algo más tranquilo, aún no estaba seguro de que aquello que me había sucedido fuese un mal sueño.
Al contrario que Aristóteles, para el que la realidad es una sola, Platón, su maestro, había propuesto que existen dos realidades: la que vemos en un mundo aparente, con muchas sombras, y otra que aparece en nuestro cerebro de lo que no vemos porque no está presente. Según Platón esta es la verdadera realidad.
Si Platón tenía razón o no, Aristoteles había venido en mi ayuda: no existía una realidad en los sueños, tampoco en mi blog.
Pero habré de seguir soñando, mal que me pese.