La literatura al servicio del amor

 

 

Henry Fuseli (1781)

 

«Un sueño ahorcado

Hace poco soñé, un sueño inesperado. Soñé que pertenecía a un hombre desesperanzado. Me decía que amar sin amor era solo en momentos que soñamos. En mis adentros deseé, darle vida, de la que vivo con sabores, olores y colores amando. Y le dije que en solo en sus sueños, tendría mi alma abierta a su deseo. Desperté y recordé el sueño, el hombre… a mi diario.

Aquel sueño me persiguió todo el día, lo saboree, lo viví a  cada hora, en cada sonrisa. Volví a soñar, volví a tenerlo todo en mi sueño. Me dijo, me confundes… me hieres, me matas. Le dije, si vivir este sueño le ha  hecho sufrir en el desvelo, si darte la esperanza el que mueras retarda, solo pidelo, que junto a ti moriré y te echaré en el cajón del realismo. Pero esta vez al despertar me dijo que el sueño quería matar. Que a mi fantasía daría de palos, porque para toda soñadora, había un brujo en turno armado. Que era tonto el soñar, que todo era literatura y nada mas. Que vivía lo que imaginaba y eso era común para mi edad. Yo, tomé ese sueño entre mis manos y lo comenzé a ahorcar, le dejé sin vida, sin poder palpitar. Asesina me dije… pero así no habrá ningún dagnificado, ni mi fantasía, ni mi ilusión, tampoco mi romantica soñadora a ella protegeré de este mal no deseado. Murió, de luto me vestiré un traje rojo me compraré para llorar esta pena, para reír estas líneas. Pero una pregunta de muerte me invade, ¿dónde se sepultan los sueños? ¿qué parca los recoje?. Hoy maté un sueño, y lloro su ausencia, hoy escribo, tecleo de nuevo, para en este luto ver que hago con el cadaver del sueño que ahorqué, esta mañana a las diez. Estoy de luto.»

***

En un post anterior relataba cómo fue mi iniciación a la literatura como herramienta de una expresión íntima, sincera a veces, impostada casi siempre. En él mencionaba, sin nombrarla, a una joven que me distinguió con su amor…  literario. Era muy joven y ya apuntaba maneras que la conducían al parnaso, a poco que se dedicara, sin otras distraciones mundanas, a cultivar el arte de dicir, especialmente, lo que su mente inmadura necesitaba como afirmación personal de su presencia en aquel mundo encantado de hadas y enanos. Y en ese mundo mágico, creyó encontrase un príncipe que ella vistio de color azul porque creyó que era el color de la esperanza. Su declaración de amor frustrado cuando el príncipe le mostró su verdadero color, fue recibido en el foro con mezcla de conmiseración por el alma herida y la llamada a la defensa de aquel angel caído. Y yo era el ser despreciable e insensible que había dejado a la niña compuesta y sin novio, al que se fustigó hasta límites novelescos. Pero todo era literatura, la mía y la de la niña. Aquel amor no tenía recorrido porque yo así lo entendía, único capaz de discernir entre lo autentico y la distopía. Los lectores, aquellos espectadores del drama, tomaron partido virulento sin percatase de que asistían a una función de teatro. No era la primera vez que esto sucedía en una representación teatral.

La niña me dio por muerto y se vistió de luto. Pero era literatura. Y como la vida real se imponía después de bajar el telón, la niña se casó vestida de blanco. No puedo saber si en sus sueños le fue enteramente fiel a su esposo. La niña dejó de ser una promesa literaria y, seguramente, fue, y es, una buena ama de casa, madre amante de sus hijos y tierna abuela. ¿Y para mí? Pues ella fue un personaje literario más que yace en el olvido. Si, por entonces,  tuve alguna emoción íntima, debió ser la misma que tuve con otros personajes que engendró mi mente soñadora. Literatura.

P.S. Ha sido la nube la que, sin yo pretenderlo, guardó ese escrito que hoy exhumo para hacer, de nuevo, literatura. Espero que no se abra una nueva herida en mis lectores actuales, a mi edad esas emociones me pasan factura.

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