la mitomana

Era una mitómana de las que los sicólogos, siquiatras y demás especies ocupadas en el estudio de lo raro que acontece en el cerebro del ser humano, hubiesen dicho que su tendencia a fabular la impulsaba luego a creerse ella misma uno de los personajes de sus fábulas. Y sucedía que, cuando no le quedaban personajes que mantener vivos en sus fabulaciones, se veía tan sola, que condenaba a todos por haberles mentido o haberla utilizado. No valía que estos se mostraran reales; eso era pecata minuta y ejercicio de evasión. Ella, para sentirse mito, necesitaba ser primus inter. pares en los círculos exquisitos de los que se rodeaba en su imaginación. No soportaba que alguien le dijera: mira, chica, pon los pies en la tierra y procura que no te muerdan las culebras, que los hombres suelen avisar o, al menos, se les ve venir en sus intenciones. No, ella, viviendo en tierra mítica, creía que sus elegidos nunca la traicionarían. Sucedía que la traición, para ella, era dejar de ser mito, pues entonces lo equiparaba a una culebra imprevisible. Y como los mitos son como humo que se desvanece cual fantasma que no consigue perpetuarse, ella, ahora, siente que se desvanece como mito de sus propias fábulas. Y sufre del síndrome de la levedad del ser, algo que, si le dura, la convertirá en pura evanescencia. Pero, aunque esto sólo describe un síntoma, quiero añadir que parecía buena persona.