la moneda insignificante

Un hombre iba caminando por una calle de su ciudad y vio una moneda de 5 céntimos de euro en la acera. Era un hombre bien situado económicamente, pero se agachó y la recogió, no sin antes dudar si valía la pena el esfuerzo de agacharse. Una vez en su mano, la limpió de algo de suciedad adherida y la miró. No pareció tener la intención de juntarla con otras monedas que, seguramente, llevaba en su monedero, pues siguió con ella entre  los dedos índice y pulgar de su mano derecha, frotándola sin parar. Mientras esto hacía, nuestro hombre pensaba cómo habría ido a caer al suelo esa insignificante moneda. No encontrando circunstancias plausibles para un hecho así, piense el lector en lo difícil que resulta encontrar una razón para que una solitaria y pequeña moneda se nos caiga,  el hombre tuvo un luminoso pensamiento, después de descartar el agujero en el bolsillo o el desprecio de su propietario por ella, que la habría tirado. Hombre que era dado a la fantasía, su pensamiento consistía en que, probablemente, aquella moneda tenía un significado esotérico y que para él se traduciría en un acontecimiento fuera de lo normal. Pensó, luego, si debería esperar a que tuviera una señal que le hiciese sentir que algo nuevo y extraordinario empezaba a sucederle o, por lo contrario, era él el que debería provocar que ese suceso se correspondiera con lo imaginado. ¿Qué podía hacer con esa pequeña moneda? Casi nada se podía adquirir con 5 céntimos. Pero esto, con ser frustrante, no era, pensaba el hombre, el destino señalado por los hados para esa moneda. Tenía que encontrar algo verdaderamente iniciador del proceso de ese acontecimiento que, finalmente, resultaría extraordinario, y para el que precisaba esa moneda y no otra de las que llevaba en su monedero. Nada, no le ayudaba su imaginación en la búsqueda y hallazgo que precisaba; todas las posibilidades, o le parecían ridículas o inviables, dado el pequeño valor de la moneda considerada aisladamente. Frustrado porque su imaginación se viese tan limitada cuando le estaba exigiendo respuestas, el hombre, después de mirar la moneda, quizá esperando que hablase, la dejó caer al suelo y siguió andando. No había dado tres pasos, cuando alguien le tocó el hombro por detrás. Se volvió y una hermosa joven  le dijo: «Se le ha caído esta moneda». El hombre la miró en silencio, sin poder articular la palabra de agradecimiento procedente en estos casos.  La joven pareció nerviosa, seguramente pensando que a aquel hombre no le había parecido bien que le advirtiera de la pérdida de algo casi sin valor. Pero al hombre no era eso lo que le sucedía, sino que, retomando de nuevo el protagonismo su imaginación, pensó que allí estaba el inicio del hecho extraordinario que había esperado poco antes.
En efecto, después de romper el silencio, uno u otro, que eso no importa, el hombre y la mujer caminaron juntos en una charla que, obviamente, tenía que ver con la moneda. La joven, subyugada por la fantasía de aquel hombre, terminó por confesarle que estaba encantada de que por aquella moneda le hubiese conocido. El hombre, creyendo que su fantasía y aquella moneda, en esta ocasión, le habían proporcionado algo real y hermoso, se propuso no romper con aquel fortuito encuentro y quedaron en verse en otra ocasión que fijarían por teléfono.
El hombre era soltero y de buen ver; ella joven y hermosa. Se casaron y son felices. A la moneda le compraron un joyero muy valioso para ella sola.
(JDD 2003)