¿La muerte alimento para la vida?

Ya era viejo, o él se sentía que era viejo. Y no porque tuviese 85 años y con achaques visibles, sino porque él reflexionaba sobre el tiempo que le quedaba de vida. No, no tenía enfermedad que fuese concluyente para la vida. Sólo era un cuerpo y espíritu cansados. El futuro era una palabra que había desechado de su pensamiento. Vivía el presente y con algún recuerdo del pasado. A veces ni siquiera pensaba en el mañana.

Paseaba por donde siempre: el parque y sus veredas enmarcadas por árboles o setos. Mientras andaba, buscaba con la vista uno de los bancos dispuestos para los caminantes. En cualquiera de ellos se sentaba, no por encontrarse cansado, sino porque para eso estaban los bancos, para sentarse un rato, quizá para cambiar de pensamientos. Desde el banco su mirada no se extendía al horizonte que le permitía el camino. Se reclinaba sobre el respaldo, apoyaba un brazo sobre el borde y el otro lo dejaba caer sobre una de la piernas. Desde sa posición, miraba al frente, un espacio limitado por la vegetación del lado opuesto. Allí nada le sugería pensamientos transcendentes; eran plantas o arbustos que crecían silenciosos, salvo que hiciese algo de viento y los meciera. En una de esas paradas, sucedió algo que cambió la tónica habitual de algo que le llamase la atención. A nivel del suelo y mordisqueando alguna planta, un ratón parecía ajeno a su presencia. Se comportaba como las palomas o pájaros que en la ciudad se pasean picoteando el suelo entre las mesas de las terrazas sin temer nada de los humanos que, aveces, les tiraban algo que corrían a cogerlo y engullirlo. El caminante no tenía nada con que pudiese agasajar a su vecino, se limitó o observarlo. En un instante, la escena cambió. Del interior de la fronda, apareció una serpiente de considerable tamaño que, como una flecha, la boca exageradamente abierta, se lanzó sobre el ratón, que no tuvo tiempo de esquivarla. La serpiente no se fue con su presa. Allí mismo la engulló hasta que desapareció el extremo del rabo mientras oscilaba, quizá pidiendo ayuda. Luego la serpiente se internó en la espesura vegetal y todo volvió a ser monótono, como siempre.

El hombre, sobrecogido por la escena, se levantó y se puso a caminar en sentido contrario. Ahora sí pensaba en algo que pudiéramos llamar vida. Y se hacía la pregunta que todos alguna vez nos hacemos: ¿qué es la vida? Al principio le costó encontrar una explicación, pero la escena de la serpiente engullendo al ratón, le dio una respuesta: la muerte es alimento para la vida, y con esa respuesta ya sólo pensó qué o quién habría de utilizar su cuerpo para seguir viviendo.

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