Tenía 80 años y le dio por, en el tiempo que le quedara para nuevos cumpleaños, intentar profundizar en los secretos de la vida, del universo y, los más prosaicos como el amor, la amistad, la riqueza, el éxito profesional, términos estos que él consideraba vulgares por ser relativamente fáciles de alcanzar por el individuo. Pero nuestro hombre, que ya había tenido ocasión de reflexionar sobre todas estas cuestiones, sin llegar a conclusiones axiomáticas, creía que si llegaba a tener una idea clara sobre la vida y el universo, tendría la llave para penetrar en todos los demás cuestiones. Y sin pensarlo dos veces, se enfrentó a Google para encontrar, primero, por dónde empezar. Tenía la creencia que todo tiene sus claves para ser entendido, así que en este primer estadio del conocimiento, no debía despreciar todo aquello que le ofreciera el panorama epistomológico, personificado en los lumbreras que en el mundo habían sido. A partir de ellos, o dando un rodeo, él sacaría sus propias conclusiones, eso sí, sin ánimo de compartirlas con nadie, pues no era nada vanidoso.
La primera conclusión a la que llegó, y sólo era un principio de intenciones, fue que aquello que Google ofrecía, nada más que se le rascara un poco el culo con alguna pregunta relacionada con su sumario particular, era lo más parecido a un bosque encantado, lleno de personajes y personajillos que pugnaban por dar a conocer el resultado de sus ímprobos esfuerzos por llegar a darnos a los demás la sopa boba que alimentara nuestras inquietudes.
La segunda conclusión fue, que no conformes algunos con exponer sus ideas en wikipedia, aparecían en Youtube como el artista invitado, de frente y de perfil, y terminaban reclamando el derecho a ser el protagonista de la cuestión tratada, pidiendo un me gusta.
Los había más osados que tenían su propio blog donde te ponían la miel en la introducción de sus descubrimientos (según ellos) y con pocas referencia que los sustentaran, para, sutilmente, proponerte la luz definitiva si comprabas su, o sus, libros.
Otros, más consecuentes con sus limitaciones propias, trataban el tema incluyendo una profusa retaila de enlaces y maestros en la cosa, por si querías llegar a ser un experto en la materia.
Nuestro hombre desesperaba. Había pensado que encontraría un fácil acceso al pensamiento universalmente aceptado hasta ese instante, dejando puertas abiertas a que satisficiera o no a los inquietos buscadores de verdad de la verdad, y no perlas para alimentar a los cochinos.
Algo pudo ser la primera luz que creo divisar al final del túnel. Todo se explicaba con las matemáticas, se comprobaba con las matemáticas y se llegaba a la verdad con las matemáticas.
Bueno, se dijo, veré qué me dicen las matemáticas cuando pregunte.
Se fue a Google y le preguntó: ¿Pueden las matemáticas explicar que es la vida, qué es el universo?
Y, ¡oh dioses que estáis en todo! Nuestro hombre se ve iluminado por un gran resplandor, algo así como el big bang del pensamiento empírico, por el momento sólo empírico. Según esa luminaria que tiene delante de los ojos saliendo de una pantalla de su imac de 21 pulgadas, un tal Douglas Adams, escribió una novela revelación en la que una raza superior (no alemana, cuidado) crea una supercomputadora que puede responder a esa pregunta, casi al pie de la letra. La bicha se la llama Deep Thought, o pensamiento profundo. Pero claro, a la respuesta, si se le pregunta, con algo de mala leche, «oye, Deep Thought, me puedes decir a qué pregunta responde tu respuesta?» La máquina, después de echar algo de humo, contesta compungida, supongo: «a esa pregunta no puedo yo responder, sois todos vosotros, y tendréis que espera 10 millones de años para obtener la respuesta, quizá con una supracomputadora que seáis capaces de crear.»
Pero ese relato es pura fantasía, ¿verdad? Pues ahora viene lo bueno.
Nuestro hombre, ya de puesto, sigue leyendo que otro luminaria llamado Kurt Gödel, curándose en salud, y cual jarro de agua fría, demuestra matemáticamente con su teorema de la incompletitud, (No buscad en el diccionario) que si bien las matemáticas pueden explicar y demostrar todo, por más que la fórmula ocupe un millón de pizarras, llegará a un momento en el que tendrá una proporción que no es demostrable, o sea que puede ser verdadera o falsa. El buen señor debió morir así en paz con su conciencia. Desde luego, por mí que descanse en paz, aunque no sé que pensaría nuestro hombre.
Nuestro héroe se va a mear, y cuando vuelve, algo masoquista, continúa leyendo donde lo había dejado. Y ya se le puede ver que toma sorbos de agua muy seguidos de una botella de agua mineral, señal de impaciencia.
Lee lo siguiente, convenientemente esquematizado por mí:
En 1936 Alan Mathison Turing habla de una máquina universal que lleva su nombre “La Máquina de Turing”. Un respeto, este Turing hizo algo bueno, su máquina fue el primer computador que dio inicio a la informática que hoy nos ayuda a pasar el tiempo, por eso lo llaman el padre de la cosa. Este señor, por no señalar, les dio por ahí a los alemanes al descifrar sus mensajes en la segunda guerra mundial, al entrar, cual primer hacker, en la maquina llamada Enigma, que empleaban los nazis para cifrarlos. Pero Alan tenía un punto flaco ahí, mal señalado, que le hizo caer en desgracia. Era algo gay, o mucho, y eso no lo consentía la Inglaterra que se miraba el ombligo con un espejo retrovisor, y como todo gay, dicen, tiene cura si se la trata convenientemente, a éste le aplicaron qué sé qué tratamiento de choque , por ver si se reconducía. Debió pasarlo tan mal, además de que no parecía dar resultado, que el hombre se suicido, dice la leyenda que mordiendo una manzana previamente envenenada con cianuro. Creo que en su honor, Apple adoptó el símbolo de la manzana mordida como su logo. Y que el gran aporte para la historia de Turing fue que cualquier algoritmo (un algoritmo es un conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas.) que se mete en la supercomputadora de Turing, puede conseguir simular cualquier cosa. Pero si se le pregunta por la“Pregunta Suprema de la Vida, el Universo y Todo” , que la han venido en llamar el “Halting Problem”, la máquina viene a responder, algo cansada de preguntas estúpidas, que ese cálculo es transcendental en un sentido matemático, que es como conocer el número Omega (lo llamó Omega como pudo llamarlo Pepa). Nuestro hombre, ya más bien jodido de tanta burla, exclama que para este viaje no hacían falta alforjas. Y no sé qué le dio más por hacer.
Conclusión, la mía, no la del hombre inquieto: mi condición escéptica puede parecer cínica y burlona, pero esto no deja de ser lo que hay.