Año 2100. Los terrícolas han colonizado Marte. Habían llegado mucho antes, cuando tres naves y una costosa misión, sufragada enteramente por Europa, consiguieron arribar a su superficie. Durante el largo viaje, hubo hasta conatos de motín, pues los tripulantes no veían claro que se dirigían a Marte y quisieron volver. Los capitanes de las naves los conminaron a seguir o harían explotar las naves. Siguieron el viaje. Estaban todos absortos mirando el espacio, cuando divisaron unas aves extrañas en las proximidades de las naves. Se alborozaron, porque aquellos animales eran una señal inequívoca de que se aproximaban al lugar de destino. Pero las aves desaparecieron y volvió a cundir el pesimismo. Estaban todos cabizbajos, cuando el vigía que miraba por un ojo de buey, gritó: ¡¡¡Marte!!! Todos se fueron a mirar y vieron la tierra marciana como un oasis; esplendorosas praderas, bosques, lagos, ríos inmensos. Aterrizaron en un claro y salió de las naves una primera expedición para tantear el terreno, comprobar si había vida y hasta qué punto algún ser podía serles hostiles. Uno de los adelantados clavó una bandera con muchas estrellas en círculo, pronunciando una frase preparada: «Tomamos posesión de estas tierras para mayor gloria de nuestra amada supernación, Europa». Pronto divisaron unos pequeños seres, con morfología homínida y completamente desnudos, que se medio ocultaban curiosos en la espesura del bosque y entre la alta hierba de las praderas colindantes. Haciéndoles ver los terrícolas que venían en son de paz, les mostraron pequeños artilugios electrónicos que emitían música o proyectaban imágenes en sus pequeñas pantallas de cristal líquido. Los pequeños seres se fueron acercando tímidamente y se les veía asombrados ante aquellas maravillas. Según se acercaban, se postraban de rodillas, con la frente tocando el suelo. Los terrícolas interpretaron que, no sólo eran pacíficos, sino sumisos. Les ayudaron a que se levantaran y con los artilugios en una mano adelantada, extendieron la otra algo más adelantada. Los marcianos interpretaron aquel gesto, universal por otra parte, como el de una oferta a cambio de algo. Los marcianos iban desnudos y no portaban nada, por lo que debieron hacer una señal con la mano, igualmente universal, de que esperaran. Algunos de ellos se volvieron en dirección al bosque y regresaron con cestas llenas de piedras brillantes. Se las ofrecieron a los visitantes, y uno de ellos, al parecer experto en mineralogía, tomó una de aquellas piedras, la observó detenidamente, se volvió hacia sus compañeros y dijo lacónico: «Diamantes».
Los terrícolas les dieron los aparatos y ellos les llenaron las naves de aquellas piedras. Regresaron a la Tierra llevándose también algunos ejemplares de aquellos homínido . Los marcianos disfrutaron entusiasmados de aquellos aparatos hasta que se les agotaron las pilas. No se pudo evitar que aquel descubrimiento trascendiera al resto de mundo terráqueo, y se organizaron otras expediciones. Inevitablemente, todas con un propósito: colonizar aquel planeta y traerse de él sus riquezas, que se figuraban inmensas. Pero los Marcianos estaban bastante cabreados, pues los aparatos que habían recibido de los visitantes, agotadas las baterías, ya no emitían música ni se veían imágenes, y por eso, a esas expediciones y a sus viajeros los recibieron a pedradas. Los terrícolas eliminaron toda resistencia, eliminado a los díscolos con rayos láser, y pronto hubieron de rendirse. Localizaron las riquísimas minas y pusieron a trabajar a los marcianos en la extracción de diamantes. Aunque los marcianos homínidos eran pequeños, eran de facciones casi perfectas, según los cánones de belleza terrícola, y ellas, las hembras, parecían nínfulas con todos los atributos de mujer. Como no tenían nada que hacer, pues todo se lo hacían los marcianos, se dedicaron a follar a las marcianas, mientras se hacía el acopio de diamantes. Al paso del tiempo, muchas de aquellas mujeres dieron a luz a las crías engendradas por los terrícolas y fueron ocupando, lentamente, posiciones de mando en aquellas tierras. En realidad no eran otra cosas que puestos de confianza de los terrícolas puros. Estos mestizos, eran aún más duros con los nativos que los terrícolas, y le exigían que trabajaran todo el tiempo hasta caer rendidos por el esfuerzo y los látigos…
Como la historia no es otra cosas que un manual de acción continuada, allí, en Marte, no necesitaron improvisar.