Naci ciego

Tiene cuarenta  años. Es ciego de nacimiento y ha sido sometido a una  operación esperanzadora. Frente a él, en el momento de retirarle las vendas, están su esposa, mujer abnegada que se casó por amor, y sus dos hijos, varón y hembra, de trece  y quince años respectivamente, además de los facultativos. Un facultativo ha instruido  a la esposa e hijos para que no muestren sus emociones y traten de sonreír. Ellos deben ser las primeras imágenes que perciba  el esposo y padre. Un facultativo comienza despacio a retirarle la venda. Ya sólo tapan sus ojos sendas compresas. Es el momento decisivo para comprobar los resultados de la operación. El paciente aparenta tranquilidad, no así la familia, que disimula su ansiedad con la sonrisa forzada que les han recomendado. El facultativo, también inseguro del resultado, retira una primera compresa con la mano algo temblorosa. El párpado está cerrado  y así se queda. Le retiran la segunda compresa, e igualmente el párpado cerrado. Es un instante eterno. El facultativo le susurra: «Puedes abrir los ojos». El paciente eleva un poco sus párpados y los vuelve a cerrar, luego inicia un nuevo intento, éste permitiendo mayor abertura, y los párpados se detienen a medio camino. «Vamos, Tomás, abre completamente tus ojos y mira». El paciente reinicia la apertura hasta elevar completamente los párpados. Sus  ojos no se puede decir que sean bellos, más bien parecen  los ojos de un pez. Estáticos, enfocan lo que tiene delante. Él paciente sabe que allí están su esposa e hijos esperando el milagro. Todos están pendientes de su reacción antes de dar rienda suelta a la alegría o  a la tristeza. El paciente no hace nada, sólo mantiene la proyección de sus ojos dirigidos al frente. Así durante 20 segundos. La esposa e hijos han dejado de sonreír; presienten lo peor. Uno de los facultativos se acerca con una linterna, especial en oftalmología, y proyecta su haz de luz sobre uno de los ojos, mientras lo observa  con una lente lupa. El ojo no muestra ningún síntoma de reacción ante la luz. El facultativo tuerce el gesto. Lo intenta con el otro, nada, los ojos parecen de cristal inerte. El facultativo mira a la familia con esa expresividad del fracasado. La esposa rompe a llorar; los hijos tiene sus ojos empañados en lágrimas. De repente, el paciente mueve los labios y pronuncia una frase: «Siempre pensé que ver sería otra cosa». Gran alborozo en la sala. La esposa se echa en los brazos de su esposo. Los hijos la secundan en un abrazo múltiple. Los facultativos permanecen en sus sitios sonrientes. Cuando la situación emocional se recupera, uno de los facultativos, sorprendido quizá por la frase que han escuchado, pregunta: «Tomás, ¿cómo esperabas que sería ver?» El paciente le responde: «No sabría responderle, doctor, nací ciego.