Luzi, o el realismo mágico

Luzi es una mujer desorientada, o porque nunca encontró un norte al que dirigirse en pos de más luz. La noche es su aliada.

Luzi regresa a su casa muy tarde, son las dos de la madrugada. Acaba de dejar la calle, donde ejerce de puta de bajo nivel. Su lugar de trabajo es un polígono industrial a las afueras de la ciudad. Tiene que competir con un exceso de profesionales del sexo, incluyendo travestis y chaperos. No ha sido una buena noche, sólo un hombre rudo y sucio ha reclamado sus servicios. El forcejeo dura poco, Luzi acepta los 20 euros que aquel tipo está dispuesto a pagarle. Por ese precio, Luzi deberá hacer lo que él quiera, y lo toma o lo deja. Luzi no puede regresar a casa de vacío, a la mañana siguiente deberá comprar unos potitos para alimentar a su bebé, sólo le queda un poco de leche para cuando regrese, leche no precisamente de sus pechos, secos por la desnutrición endémica que padece.

En ocasiones, la noche se da mejor, mejor el trabajo y mejor el salario. Pero esta noche no ha sido así y tiene que aceptar lo que hay. Luzi vive al día, no puede permitirse una noche en blanco, o en negro según se mire.

Por 20 euros ha tenido que doblegarse a la voluntad de aquel tipo. La ruta es sucia, maloliente. Luzi entra en la furgoneta de aquel cliente, que enseguida se desabrocha la bragueta y le muestra a Luzi por donde ha de empezar. Chupar aquella polla sucia, de calostro fétido produce a Luzi arcadas. Se resiste a meterla en su boca, pero el tipo la coge del pelo y la fuerza. Luzi hubiese querido que todo terminara allí, pero el tipo parece de largo recorrido. La sienta a horcajadas frente a él y la penetra mientras la babosea y manosea . Tampoco el tipo llega a término y pasa a la fase siguiente. Aquel individuo no sabe de delicadezas y fuerza su polla a entrar por el ano de Luzi. Luzi se queja, le hace daño y el tío le tapa la boca. Todo termina ahí, el tío se corre y ya no da para más. Fin del viaje. Le abre la puerta a Luzi y la despide pidiéndole que vuelva mañana. Luzi se va y emprende el largo camino hasta su casa. En su mano aprieta el billete de 20 euros. Por su mejilla corren lágrimas. Prefiere llorar ahora, a que su bebé la vea. Parece una buena madre.

 

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