Algunas cosas las hago bien, no son increíbles pero pasan por ser bien hechas.
Mi hija me tiene siempre ocupado. «Mente sana in corpore sano, papá». Le preocupa que a mi edad pase horas frente al ordenador escribiendo tonterías. Y me busca otras tareas más físicas y, quizá, nada imaginativas, porque es ella la que me da la idea.
El proceso es el siguiente: me levanto a las 7, me pongo traje de faena y salgo al jardín de la casa. Observo el camino enlosado que yo mismo hice hace unos meses (a la derecha en la foto). El terreno tiene dos niveles separados por unas piedras sueltas. «Papá, aquí vendría estupendo hacer una jardinera, luego plantar un seto de romero». Me da instrucciones precisas: nada de ladrillos , toda la casa es un muestrario de muros de piedra vista. Y ahí empieza mi reto.
Hacer un muro de piedra no es tan fácil como hacerlo con ladrillos. Las piedras son irregulares y se han de ir colocando como si se tratara de un puzzle; a veces te falta la que necesitas y tienes que obtenerla partiendo otra grande.
La ventaja de levantarse temprano es que en esa zona hace sombra y se soporta el calor tórrido de este verano infernal.
Y comienzo la tarea. primero he de echar las cuerdas para que salga derecho. Y empiezo a colocar piedra sobre piedra, como suelo hacer cuando escribo. Aún así, mi hija aparece de vez en cuando: «Papá, ahí te has salido, ahí te has subido, ahí…». Le discuto su afán perfeccionista, pero luego rectifico en el sentido que me ha apuntado. Al final le doy la razón.
La jardinera, al fin, es aceptada por la que me «manda»: «muy bien, papá». Compramos plantas de romero en el invernadero, relleno la jardinera con tierra abonada, instalo el riego por goteo, planto el romero y le saco la foto que aparece en este post. Como soy algo transcendente, me da por pensar: bueno, alguna razón tuvo el haber nacido.
No sé si mi hija piensa lo mismo, pero ya me tiene otra tarea asignada. No sé si es bueno para mantener sana mi me mente, pero sí lo aprecia mi cuerpo.