Hace unos años, en plena efervescencia literaria, escribí el poema siguiente
México
Agua y fuego
Sangre
Historia y prehistoria
Sangre
Orgullo y pasión
Sangre
La tierra te abraza
Sangre
Tus gentes te aman
Sangre
El viento te besa
Sangre
La mar te fecunda
Sangre
Despierta, México. que te desangras
Son muchos tus enemigos y tú no haces nada
Mueve tu espíritu, reinicia la danza de tus ancestros
Ellos atraparon el sol con las garras del águila.
Tienes hombres y mujeres que forman tu alma.
Despierta, México, que sólo te mata tu calma. (JDD 2003) .
Ante los trágicos acontecimientos vividos estos pasados días, me pregunto qué vigencia tiene ese sentimiento enmarcado en un ejercicio literario mas o menos logrado, a juzgar por las críticas.
Cuando un territorio, en el que una población que sufre y goza orgullosa de su identidad, se ve sometido a una prueba tan brutal como un terremoto en un alto grado destructivo, se infiere del poema que lo sucedido es lo que se merecen los mexicanos. Lo contrario, que la naturaleza, en un intento de compensar los desequilibrios en otras regiones menos favorecidas, quiere, así, mostrar su poder justiciero con ese castigo. Y que, en definitiva, ese castigo ha ido contra los mexicanos en general, y en particular contra los ancianos que dormitan en las solanas, contra los niños que aseguran su futuro preparándose en la escuela, contra los enfermos que ya penan por sus miserias, contra esas gentes innominadas que se levantan cada día con el único impulso de la supervivencia. No se entiende. Los creyentes deben estar muy confundidos con ese dios imprevisible. Los científicos, abochornados por no tener a mano los medios que anticipen el desastre. Culpables las autoridades que no han impuesto los reglamentos para evitar que las casas sean como guillotinas para sus moradores.
Pero quién soy yo para señalar víctimas o repartir culpas? Además, si como parece seguro que México es indestructible como tierra aislada, ( la destrucción del entero mundo sería explicable), sólo cabe pensar que lo mataría la calma de los mexicanos, al menos haría, así, bueno el poema en su diagnóstico, y yo me lavaría las manos ante la tragedia.