Mi gatita ya es una gata

Cuando los hijos se van del hogar que los vio crecer, ¿existe una comparación con que abandone el hogar un animal de compañía? Bueno, debo precisar que animal de compañía no es en el sentido que se le da a las mascotas. En este caso es algo más, hablo de mi gata. Cuando la encontré podía taparla con mis dos manos, tendría uno o dos días de vida. Enseguida la adopté. A mis pechos, digamos biberones, la alimenté cada tres horas, incluida la noche (creo haberlo contado ya). A los nueve meses ya es una adolescente que comienza a tener síntomas propias de la sexualidad, como preparada para ser madre (no se entiende la sexualidad animal como un deseo puramente carnal, como en los humanos). Y como en la casa no le habíamos proporcionado un novio, se manifestaba inquieta, melosa, si le pasaba la mano por el lomo, adoptaba la posición apropiada para que el macho la cubriera. Perdió el apetito. Podéis encontrar similitudes en los humanos y en otros animales que hayáis observado. Yo, padre y madre amantísimo, hacía de consolador y parecía calmarse. Sufría, seguro con ella, la relación incompleta. El caso es que aún en ese estado, no se iba de casa en busca de algo más natural. Así pasaron tres o cuatro días y comenzó la normalidad. ¿Qué le sucedió ayer para que se fuera de casa, no apareciera en todo el día y noche? Mi hija y yo salimos a buscarla por los alrededores, sólo vimos gatos desconocidos apostados encima de los muros de la cerca. ¿Estaría asustada y escondida de ellos? Eran gatos grandes, imponían, puestos en la piel de mi gata. Cansados de la infructuosa búsqueda, lo dejamos con la esperanza de que por ella misma volviera. No le preguntaríamos que había hecho, quizá lo sabríamos pasados unos meses. Me niego a castrarla, adoptaré lo que la naturaleza le reserve.

Esta mañana me disponía a observar con unos prismáticos el campo que rodea a mi casa. Esperaba verla moverse entre los matorrales. No fue necesario, porque allí estaba, en un pasillo de la casa, como si no hubiese roto un plato. No tenía señales de haber sido «cogida» por ninguno de aquellos machos que merodeaban por allí, Tenía hambre y sed, luego, como acostumbraba, se acostó a mi lado mientras yo tomaba mi siesta. Parece estar arrepentida de haberme hecho pasarlo mal, pues no se quita de mi lado. Aquí, al lado de mi ordenador, está ella mientras esto escribo. Parece que mira al otro lado de la ventana, como si fuera de la casa está algo que no encuentra dentro. No puedo explicarle que fuera está el peligro de las malas compañías, quizá si me comprendiera, me diría: «pero, papi, eso es precisamente lo que quiero y deseo». Tendré que aceptarlo.

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