Si uno se pasea por el campo, el camino se va quedando atrás.
Si uno sale de su casa, los recuerdos se van quedando atrás.
Si uno deja a la mujer que ama, el amor nunca existió.
Si uno escribe letras, palabras, oraciones, el camino es hacia adelante.
Si uno escribe una historia, los recuerdos son presentes.
Si uno crea un libro, el amor será eterno.
Yo no paseo, no salgo de casa, no dejo a la mujer que amo, sólo escribo.
Y escribo para tener un camino por delante, recuerdos, alguien a quien amar. Pero no hay camino, no hay recuerdos, no tengo a nadie a quien amar. No escribo bien.
Entonces, ¿qué hago cuando escribo, por qué escribo? Una lectora y amiga me dice que no miro más allá de mi propio ombligo. Será verdad, que aunque sea lo único bonito que me queda, debería proyectar mi visión más allá. Crear una novela llena de personajes, como hace ella, donde mi propio yo quede diluido y los personajes irreconocibles, y no importa que escriba bien o mal, que los personajes no sean nada del otro mundo, ese mundo donde Dios, se supone, ha debido, ahí sí, crear a sus criaturas perfectas. Que Dios existe y nosotros tampoco, para qué complicarse. Todo, al final, es crear como sea, y no mirarse el propio ombligo, porque, ahí, también suele acumularse mierda. Desde que mi amiga lo mencionó, le estoy prestando atención preferente, eso sí, lavándolo a fondo. A veces hablo con él: «ombligo, cuerda que me ató a la vida, cuando ésta se rompa, quiero para ti un homenaje. Que se formen justas poéticas de poetas muertos, seminarios literarios de fracasados, escritores que escriben mal y no miran más allá de su propio ombligo, y todos, formando un coro desafinado, canten el aleluya, proclamando que mi ombligo es el más bello de todos los ombligos. Sólo así, la justicia sería universal, al menos con los ombligos.
Normalmente escribo mal, pero esta vez, creo, he estado sublime. ¿Será que me he lavado el ombligo?
¡Bravo! José, escribiste, primero una prosa poética, luego una explosión de sentimientos, dignos del premio Nobel . Me gustó mucho. ¡Ah!, y me prometí lavar muy bien mi ombligo. Gracias.
Ya decía yo que había estado excelso; si es que el ombligo lo es todo.