No siempre es lo mismo

Bajé una foto de la RED. Era de una mujer desnuda. La foto, con alta resolución, parecía en tres dimensiones. Si no fuera por su miniaturización y de haberla podido contemplar completa de tamaño natural,  habría causado estragos en mí . Creo que la baje  por sus formas prodigiosas, todas unos centímetros más de lo que señalan los cánones de la belleza femenina, precisamente esos centímetros de más que hacen de la mujer ser objeto de deseo, superando la simple contemplación admirativa. No niego que sentí una incipiente convulsión, y pensé en mis posibilidades. La sometí a todos los aumentos que me permitía mi programa de visión de imágenes, hasta que su resolución se perdía en puntos dispersos. Desafortunadamente, a cada aumento se ocultaba un sector de su cuerpo, y debía pasearla por mi pantalla para encontrarme, de nuevo y aumentado, el sector perdido. Algunos sectores fueron especialmente atendidos por mi lujuriosa mirada.

Tardé mucho tiempo en recuperar una parte de ella, reiteradamente olvidada: su cara. Casi fue por accidente, que moviendo frenético el puntero, apareció fugaz, para desaparecer de nuevo vencida por otros atributos situados bajo ella. Pero volví a deslizarla hasta que quedó centrada en mi pantalla. Puedo afirmar que logré aumentarla hasta parecer de tamaño natural sin perder nitidez. Y me quedé absolutamente extasiado. Aquella cara nunca la imaginé coronando el cuerpo bello o exuberante de una mujer. Ni un sólo rastro de sexualidad oferente; ni un sólo gesto de lascivia estudiada, aunque no pueda describir, con la precisión justa, los rasgos que me cegaron para poderla ver dentro de mí. Después de la sorpresa, me relajé de ardores y olvidé su cuerpo. Con el programa FotoShop, recorté y eliminé todo aquello que no me interesaba, y guardé aquel rostro. Desde entonces, ella es la mujer de mi vida.

***

DIÁLOGO CON MI NIETO… Cuando era pequeñito

—Abuelito, quiero pedirte una cosa.

—Deja que adivine, pedirme chocolate, chuches…

—No, abuelo, es otra cosa.

—Quieres que te ponga la tele, para ver dibujitos animados…

—Eso luego, abuelo, es otra cosa.

—Irte con Javier y Marina a su piscina…

—Que no, abuelo, es otra cosa.

—Quieres que vayamos a la charca de las tortugas…

—No acertaste, abuelo, es otra cosa.

—Pues… no sé. ¡Ah, ya lo sé! Que juguemos a la oca…

—No, abuelo, no quiero ahora jugar a la oca.

—Pues esas son las cosas que me pides siempre. Anda, me rindo, ¿qué cosa quieres pedirme?

—Abuelo, quiero pedirte que no te mueras.

—Mi pequeño, no te preocupes, que nunca querré morirme

—¿Y no te morirás?

—Pues… todos nos tenemos que morir algún día…

—¿Cuando seas viejecito?

—Sí, cariño, cuando sea muy viejecito

—¿Para que nazcan otros niños?

—Así es, mi amor, para que nazcan otros niños, si no, no cabríamos todos…

—Y cuando te mueras, ¿adónde irás?

—Me quedaré en tu cabecita, acurrucadito…

—¿Pequeñito, pequeñito como una canica?

—Mejor como un pajarito, y volaré cada vez que tu quieras…

—¡Qué bueno, abuelito! Te diré todos los días: ¡pajarito, vuela, vuela, vuela…

 

 

 

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