Te busqué, te busqué en la luz y sólo vi un resplandor. Te busqué en las sombras y sólo vi un fantasma. Te busqué en la noche y sólo vi oscuridad. Fatigado, desilusionado, ya sin esperanza, te busqué en mis sueños y allí te encontré. Ibas y venías, suplantando la realidad, y yo pretendía que te quedaras a mi lado para siempre. Luego el sueño me dijo que para siempre no existe, que siempre se despierta y todo vuelve a ser igual. Y desperté. No era de día, ni al atardecer, ni de noche, estaba en otro universo del que tanto me habían hablado. En ese universo ya carecía de sentidos; no pordía ver, ni tocar, ni gustar en mi inesistente paladar, tampoco oir si me llamabas, era como algo que existe sólo en la imaginación, y me sentí afortunado que, al menos, me hubiese quedado la imaginación. Con mi imaginación te escribo, y hasta te puedo tocar, paladear, oir, ver el cuerpo que siempre soñé. Pero cuando quise abrazarte para retenerte, yaciste en mis brazos; habías muerto, y esta vez para siempre.