Paquita, o lo que no está definido

Por pereza del lenguaje, solemos meter en el mismo saco de una palabra todo aquello que se asemeja. Pero lo que se asemeja es, por definición, diferente. Mucho o poco, sería apropiado tener una o varias palabras para cada caso en aras de la precisión. En la palabra «amistad» sucede que no  tenemos la forma de distinguir, salvo formas retóricas, una amistad de otra, y la usamos como común denominador genérico. Decir que se tiene algo de amistad es como decir que una mujer está algo embarazada. Decir  de alguien que es tu gran-mejor amigo es casi un oxímoron, pues, de inmediato, estás devaluando al resto de tus amigos. Horrible decir de alguien que es tu amigo del alma, una amistad que raya en la cursilería falsaria.

Dicho lo anterior, decir que Paquita (Francisca Jimenez) es mi gran-mejor amiga o mi amiga del alma, vamos, ni se me ocurriría como delirio retórico.

Pero tengo que definir qué es Paquita. de forma precisa, para mí , que no dé lugar a duda. De tu esposa, de tus hijos, de cualquier familiar no se utiliza la palabra amistad, con todas sus retóricas variantes, para definir tu relación sentimental.

Paquita no tiene ningún lazo de consanguinidad conmigo, sin embargo, no me parece que acierte a meterla en el  mismo saco de todos mis otros amigos. La relatividad de la palabra amistad, de la que ya he hablado en otro post, me indica que amistad con Paquita no es real, ni siquiera una definición para salir del paso si alguien me preguntara. Tampoco compañera, como alternativa.

No recuerdo cómo Paquita y yo nos conocimos, pues tengo la sensación de que se hunde en el pozo del tiempo. Los recuerdos con Paquita son multilaterales, no se corresponden con un flechazo entre ella y yo. Mi esposa la quiso no como una gran amiga ni como una amiga del alma, para ella era como una hermana. Para mi hijo y su primer amor con una hija de Paquita, fue como una madre condescendiente, algo celestina, en connivencia con la hermana. Su hijo y mi hijo compartieron aventuras. Y para mí y para mi hija, Paquita era de la sutil familia que se admite con satisfacción y forma parte de la cotianidad. El esposo de Paquita, un gran tipo, era algo como yo, indiferente ante lo que sucedía, apenas si me relacioné con él.

Así pues, Paquita si ha de definirse como amiga, deberá suprimir en el concepto lo políticamente correcto, esa forma hipócrita de adornar la amistad. Paquita y yo, o así lo entiendo, nos podemos decir lo que nos parezca, como en familia, sin que ello haga poner en duda un lazo que trasciende la amistad.

Escribo esto sin cotejarlo con Paquita, pero espero que ella lo suscriba, y si no, es igual, es mi sentimiento, que hoy se amalgama con los recuerdos dando lugar a algo diferente.

 

 

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