Por presumir de algo

 

La regadera da una perspectiva comparativa. También la foto muestra lo que hay encima, ese muro blanco colgado en el vacío.

No me gusta presumir de nada, hace tiempo que comprendí que es lo más fatuo que puede hacer el hombre (y la mujer), y por ende lo más inútil. Pero, ¡joder!, que frisando los 80 años, me haya propuesto sanear un derrumbe en la casa de mi hija, que se produjo como consecuencia de un fuerte temporal de lluvias y dejó en peligro una esquina de la plataforma donde se eleva la casa y una terraza, pareciera, también,  lo más fatuo que se me podía haber ocurrido.

Pues no. Observé el problema y aventuré la solución. Podía pedir que me lo solucionara gente dispuesta a resolver estas cosas, claro que sí, y yo permanecer en la distancia observando en plan yo soy aquí el que mando. ¿Y si lo hago yo?, me dije. Y olvidándome de la edad, de la operación reciente de colon  y la recomendación de no cargar con peso excesivo, me puse a calcular lo que necesitaba hacer y con qué medios. Tiempo atrás había sido constructor y ya no iba a ser una improvisación para mí. El problema mayor consistía en encontrar el material adecuado. Otro problema no menor surgió cuando decidí que no podía utilizar materiales de construcción modernos en una casa que tiene más de 150 años de antiguédad, y donde no se ve un solo ladrillo cerámico. Tenía, pues, que ser con materiales que produce la tierra, aquellos con los que están construidos otros muros de la casa. Esta decisión suponía que tenía que llevar piedras hasta el lugar a reparar. Podía conseguir piedras en unos terrenos colindantes   de libre acceso, cargarlas en el coche y llevarlas hasta una plataforma desde donde las recogería con un carrillo de mano para aproximarlas. Decidí que el muro de contención tenía que ser lo que se llama de muro seco, sin  apenas mortero de unión.

Y comencé abriendo una zanja en la base hasta llegar al firme. Esa zanja, de medio metro de profunda por cuarenta cms. de ancha, la llené de piedras enormes. En la foto no se ve porque está oculta por la tierra. A partir de ese cimiento, debería construir el muro seco con una inclinación adecuada que se opusiera a las posibles fuerzas que de dentro a fuera pudieran producirse. Una hilera de piedras, alguna de 25 kgs, y el muro fue tomando forma. Luego tenía que rellenar por dentro, pues de nada serviría un muro que sólo tapaba el problema. Cubos de cascotes y tierra se tragó el maldito agujero. Las piedra se fuero acabando en el terreno cercano y hube de buscarlas en lugares más alejados.

El trabajo está casi hecho, me queda el tramo peor, al que deberé llegar si instalo un andamio. Tendré que subirme a él, y entonces podré presumir de un empeño cumplido. Y todo esto compatible con mi insomnio literario, las luces de la ciudad que hablan de sueños, la edad en la que ya no se puede ser un valiente y menos un loco.

 

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