María preguntó a José, su marido, al llegar a casa del trabajo. La noticia acababa de darse en la televisión. En un corte de la programación habitual, el Gobierno decretaba el estado de excepción, según el Presidente, El País estaba ante una emergencia sanitaria y como medida excepcional, todos los ciudadanos deberían permanecer en sus casas. En sucesivos comunicados, se irían dando instrucciones complementarias.
María y José vivían en un piso alquilado en un suburbio de la ciudad. Dos habitaciones, una mini cocina, una pequeña salita comedor y un cuarto de baño con lo esencial. Tres ventanas que daban a un patio interior, donde de otras ventanas servían para comunicarse los vecinos y para tender la ropa en tendederos respectivos. El edificio, de cuatro plantas, sin ascensor, estaba situado en una calle estrecha, las ventanas que daban a la calle eran el privilegio de los inquilinos que podían pagar más por el alquiler. José y María vivian en una tercera planta.
José y María tenían un hijo de corta edad, cuatro años más o menos, que llevaba la madre a la guardería municipal a diario, allí le daban una comida y la merienda, todo por cuenta del Ayuntamiento. Esto suponía un alivio para la familia, pues José ganaba poco más del sueldo interprofesional y las horas extra que echaba. María ayudaba a la economía familiar con lo que le daban en una casa en la que limpiaba tres veces por semana, apenas para cubrir los gastos fijos para mantener la vivienda. La situación de la familia era de una precariedad manifiesta, nada excepcional, como ella había otras muchas, incluso en peores condiciones.
–En el metro se hablaba de que estamos con una enfermedad muy contagiosa que nos la habíamos traído de China. ¿Qué han dado las noticias?– preguntó Jose a su esposa.
–El Presidente del Gobierno ha cortado la tele para comunicar que debemos quedarnos en casa, no ha dicho que por una enfermedad, pero seguirá dando instrucciones.
Ha pasado un mes desde que María, José y su hijo han permanecido en casa, ahora ya saben todo lo que se dice está sucediendo. José no ha vuelto a trabajar, María tampoco, el niño ha estado con ellos, también la guardería había cerrado. La escasez de alimentos se empieza a hacer patente, las restricciones les permiten salir a comprarlos en la tienda de alimentación más cercana y con estrictas medidas anticontaminación. Cuentan los euros que tienen y los que pueden gastar, alargando, no saben cuánto, la situación. El Gobierno promete ayudas que no llegan, no a José y María.
José y María comienzan a inquietarse cuando ya llevan mes y medio en la misma situación. El alquiler de la vivienda han dejado de pagarlo, tampoco han abonado el recibo de electricidad y agua, aunque, de momento, siguen sin que nada haya cambiado. El propietario del piso quizá no ha querido o no ha podido exigirles que abandonen la vivienda. Pero José y María viven con esa permanente inquietud. Ningún organismo oficial del Gobierno da soluciones claras e inmediatas, aunque no paran de ofrecerlas a corto plazo. Para José y María, el tiempo ya se ha agotado, no les queda ni un euro para hacer la mínima compra de alimentos. Un vecino les da diariamente una barra de pan y un bric de leche, con eso se mantienen el matrimonio y el hijo, con eso y que José va al supermercado a diario y guarda en sus bolsillos algo de fruta y aquello que no tenga código de barras y le permita sacarlo sin ser detectado. José calla, es María la que pregunta constantemente:
–¿Qué va a ser de nosotros, Jose?
José siempre responde:
–No lo sé, María. Esta situación puede durar más de lo que podamos soportar.
–Dicen que no nos pueden echar del piso, y que nos van a dar una paga.
–No me lo creo, el Gobierno sólo quiere que esperemos como sea, no tiene otra salida.
–Si te parece, vamos cada día y por separado al super. Algo traeremos sin comprometernos.
Jose y María comenzaron a robar algunas cosas que les fueron ayudando a sostenerse. En una de esas ocasiones, José fue parado por un control policial. Le preguntaron de dónde venía. Contestó que del Supermercado. El policía lo miró de arriba a abajo y le dijo: «no veo la compra que has hecho» . José le respondió mientras se sacaba lo robado de los bolsillos: «no tengo otro medio para mantener a mi familia, cojo lo indispensable». El policía miró a un lado y al otro para asegurarse de que ningún compañero le observaba y le dijo a José: «Tendría que denunciarte, pero voy a hacer la vista gorda, como si no te hubiese pillado. Yo también tengo familia y sé lo que estarás pasando para verte obligado a hacer esto». Anda, vete a casa, y que no te veas obligado a cometer delitos mayores.» Antonio le dio unas tímidas gracias, y avergonzado por haber llegado a esa situación, se dirigió a su casa.
José comentó con María lo sucedido, y ambos llegaron a la conclusión de que si seguían así, en otra ocasión no tendrían tanta suerte, no temieron a una posible multa, que no podrían pagar, pero cualquier otra penalización por el delito de hurto sería para ellos inasumible moralmente. A partir de entonces, Antonio, al anochecer, se acercaba a los contenedores de la basura y hurgaba en bolsas y cajas. Siempre encontraba algo que aún podía ser consumido, y eso no era delito, aunque sí motivo de vergüenza para un Antonio siempre correcto que, ahora, se veía impotente para encontrar otra solución.
Mientras la prensa y demás medios de comunicación sólo hablaban de infectados, muertos y curados, dando datos falsos que beneficiaban al Gobierno, Muchas familias, como la de Antonio y María, vivían en la precariedad más absoluta. Seguramente en aquellas casas infectadas de pobreza, morían sus habitantes, no por la pandemia, sino por la extinción natural que provoca el hambre. Pero esas muertes no eran contabilizadas, formaban parte de las muertes naturales.
José, María y su hijo, siguen vivos, si vivir así es una suerte.
Trastorno múltiple personalidad. El, José, se convierte en Antonio después de algunos párrafos. Pero al final, como casi todos aquellos que han errado el camino, vuelve a ser él mismo. Vuelve a ser José. La María del relato es más dulce y serena que la María de Cruz de Navajas (canción de Mecano) Ella siempre permanece en el piso cuidando al niño. Si fuera como la otra, otro también hubiese sido el desenlace. Fuese un exceso. Ya con la pandemia, todos ya tenemos demasiado.